Lo quijotesco de la empresa es que Abdul pretendía construir su frondoso bosque en un terreno con características casi de desierto, donde nada verde parecía nacer, ni crecer, ni reproducirse; todo allí vive bajo la inclemencia de infernales temperaturas. Él, sin embargo, siempre creyó que sí se podía levantar un bosque en un ambiente tan hostil, de caliche, arcilla y sofoco.
El ecosoñador compró el terreno que, en sus inicios, tuvo una extensión de 5 acres, aproximadamente 2 hectáreas, por el cual pagó la suma de 3,750 rupias,unos 160.000 pesos colombianos (54 dólares americanos). En la India esta cantidad es un pequeño platal. El dinero invertido lo había obtenido Abdul de los ahorros de toda su vida. El hombre se la jugó toda por lo verde. He aquí su historia.
No sorprendía a nadie la sonrisa de oreja a oreja del señor Bahadur –corredor de propiedades baldías, tan difíciles de vender,– al cerrar el negocio con un espigado comprador llamado Abdul Kareem, casi que arrebatándole las rupias de sus manos. El negocio no requirió de mucha discusión y se realizó en forma rápida y expedita.
–Lo de su proyecto es cuestión de fe y perseverancia –le decía el señor Bahadur a Abdul apretando fuertemente su mano– y usted parece tener bastante de ambas.
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En la oficina de conservación de bosques de Kerala, a Abdul Kareem lo bautizaron con el nombre del loquito de los árboles, cuando les dijo a los funcionarios donde pensaba sembrarlos.
A decir verdad, en el pueblo, el tratamiento de loco se lo daba casi todo el mundo, incluyendo alguno de sus propios familiares. Aun así, Abdul seguía adelante con su verde aventura de regenerar a la naturaleza. De la oficina de conservación de bosques salió un buen día rumbo a su lote baldío, con una inmensa caja donde llevaba sus primeros cien diminutos arbolitos. Algunos yacían ya irreversiblemente doblados, casi que tocando el suelo, por el infernal calor que comenzaba a abrazar el día.
Los ya minados arbolitos sobrevivieron en el suelo baldío sólo unos pocos días muy a pesar del esmerado cuidado que Abdul les había brindado. Era solo la primera batalla. El espíritu combativo del ecosoñador estaba lejos de desfallecer, y el incansable quijote regresó a la oficina de bosques por un nuevo lote de árboles.
Desde la ventana de una de las oficinas del departamento de conservación de bosques de Kerala, un desocupado funcionario avistó la llegada de la ruidosa y pintoresca motocicleta de Abdul Kareem.
– ACABA DE LLEGAR EL LOQUITO DE LOS ÁRBOLES– le anunciaba el funcionario al resto de sus compañeros de oficina con un estruendoso grito. – Apuesto a que nos viene a invitar a visitar su frondoso bosque. Explosivas carcajadas –que hasta el mismo Abdul debió haber escuchado desde la calle– se dejaron oír en todo el despacho gubernamental.
–Mire, Señor Abdul –iniciaba diciendo el jefe del organismo de conservación de bosques– nosotros en esta oficina le vamos seguir dando todos árboles o matas que usted necesite; es una ordenanza de estado promover su siembra, pero no entendemos por qué usted insiste en un proyecto que no tiene ni lógica ni esperanza.
La humildad y timidez de Abdul, cuya cabeza permanecía enterrada todo el tiempo en el piso, no le permitían replicar los argumentos del obeso funcionario. Un balbuceado «gracias doctor» fue lo único que escasamente se le oyó decir al salir de la dependencia, de nuevo, con una inmensa caja llevando 100 nuevos incipientes arbolitos.
De nuevo en su lote baldío, Abdul iniciaba el dispendioso proceso de siembra de los nuevos arbolitos obteniendo, unos días después, los mismos desastrosos resultados. Su instinto de naturólogo silvestre le decía que había que hacer un cambio, y fue entonces cuando decidió sembrar matas medianamente adultas en vez de árboles. Fue esta una batalla permanente de dos años bregando a mantener las plantas con vida.
Desafortunadamente, todas las plantas sucumbieron, intento tras intento, ante la rigurosidad climática del despiadado entorno. Iniciando el tercer año sucedió lo que su fe de clorofila le decía iba a pasar: una de las tantas maticas sobrevivió. A esta mata Abdul la bautizó con el nombre de Esperanza; recordaba las palabras descalificadoras del obeso burócrata de la oficina de bosques, que todavía retumbaban en su cabeza: «un proyecto que no tiene ni lógica ni esperanza».
A Esperanza se le unieron una y otra y otra de sus congéneres. Parecía que una imparabable avalancha verde se veía venir, enmarcando una verdadera rebelión de las matas, dispuesta a sobrevivir por el sueño verde de Abdul Kareem.
A las matas le siguieron los árboles, muchísimos de ellos y de pronto, como en un cuento de hadas, todo fue verde en el terreno baldío de Abdul. Luego el lote se amplió, y en total –de 5 acres– su bosque de ensueño terminó con una extensión de 32. La recién llegada flora abrió un espacio natural a una abundante y vivaz fauna.
En sus simples palabras, Abdul manifiesta que: «A punta de agua le di el empujoncito a la naturaleza y ella hizo el resto; era cuestión de esperar».
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La presencia del nuevo bosque generó significativos cambios en el ecosistema circundante. Un antiguo pozo de agua que existe en el área producía en el verano unos 500 litros de agua diario. Hoy, del pozo se extraen, al día, 100.000 litros de agua altamente mineralizada.
Lo que fue antes un indeseado e infértil terreno, estaba actuando ahora como una gigantesca esponja que absorbía toda el agua de los fuertes monzones de la zona. Hoy en día los lugareños tienen agua todo el año, la que es regalada por el generoso Abdul con toda amabilidad.
En los 25 años que Abdul lleva manteniendo su bosque ha sembrado más de 800 especies de plantas además de 300 hierbas medicinales. Su pequeño ecosistema, conocido en ambientes académicos como “el modelo de Kareem”, es el centro de estudio e interés en universidades de todo el mundo, que quieren replicar su proyecto. En el año 2009, Abdul fue distinguido por el libro de récords Limca (el equivalente indio al Guiness Records) como uno de los 20 hombres más influyentes en la India.
De todos sus reconocimientos, el que más aprecia es el que su experiencia se haya convertido en una asignatura para los niños de grado 6 en las escuelas de su región.
Abdul Kareem estuvo recientemente en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, compartiendo su maravillosa experiencia, que es todo un canto a la perseverancia por lograr una meta. Su destacado logro reúne una gran cantidad de enseñanzas y valores que daría a los eruditos sociales suficiente contenido para escribir todo un manual de vida.
Siempre le agradeceré a mi amigo Sahas por compartirme la bella historia de Abdul Kareem , de quien me dice ya no se le ve mas por el pueblo, por que ahora vive en un avión viajando por todo el mundo compartiendo su bondad y generosidad.
En el ultimo párrafo de su carta Sahas remata diciendo que… Su vieja y pintoresca motocicleta está más destartalada que nunca (se la dejó a un vecino), y se oye rodar por las polvorientas calles del pueblo; el ruido que produce es único e inconfundible. «Ahí va la moto de Abdul Kareem» grita la gente cuando la ven pasar. Es el último recuerdo que tienen del buen amigo y vecino. Ahora todos lo extrañan, pero saben que algún día él volverá para vivir permanentemente en su soñado bosque, que de quijotesco ya no tiene nada.
Sahas Bhakta
Kerala, India
FIN
Pregunto a mis amables lectores con qué tipo de obstáculos se han tropezado en sus vidas en la busqueda de sus sueños y cómo los superaron. Hasta qué punto sus historias se parecen a la de Abdul Kareem. Quedo atento a sus respuestas. Muchas gracias.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Dubái Junio de 2015
Abdul Kareem: Una experiencia de sacrificio y entrega que canta a la vida y a la esperanza.
Fuente
Raj, A. (n.d) Abdul Kareem: The man who grew a forest. Friday Magazine Retrieved June 13, 2015 http://fridaymagazine.ae/making-difference/abdul-kareem-the-man-who-grew-a-forest-1.1309745
Fotos
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