De las tantas experiencias que se pueden tener en los Emiratos Árabes Unidos, una en particular es la de poder ver rodar carros de altísima gama como Ferraris, Lamborghinis, Rolls Royce y otros cercanos a estos linajes. Diría que de veinte carros que se ven en las calles y autopistas, dos pueden pertenecer a esta realeza automovilística.
Vivo en la cultura del automóvil sofisticado y la rápida movilización. En mi caso particular, el único carro que conduzco es el carrito de compras del supermercado, y me ha tocado la experiencia quincenal de maniobrarlo con gran destreza, personalidad (y temor) entre uno que otro miembro de la antes mencionada estirpe automovilística, cuando permanecen orondamente parqueados en los numerosos espacios entre el supermercado y mi casa.
No siempre tengo la suerte de que el carrito del supermercado que escojo esté en optimas condiciones mecánicas y de maniobrabilidad.
Este fue el caso cuando, en cierta ocasión, conduciendo un carrito cargado de compras tuve el susto de mi vida: justo al pasar por el lado de un Ferrari, perdí un poco el control del pesado carrito, y el condenado se le fue raudo e incontrolable hacia su puerta.
Mi inmediata reacción fue atravesarme quedando entre la parte frontal del carrito y la reluciente puerta del orgullo de Maranello. Aunque hubo un impacto sobre un lado de mi cuerpo, el dolor no fue tan fuerte como el que me hubiera dado, si el carrito hubiese impactado la puerta del agraciado Ferrari: ¿cuánto me hubiera costado una abolladura a semejante joya? ¿Se imaginan?
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi junio de 2016
Fotos: archivo personal