Una tormenta de arena sería la contraparte de nuestros aguaceros o vendavales. A un latinoamericano en el Medio Oriente el primer ajuste que le toca hacer es el lingüístico anunciando la aparición del fenómeno con un: ¡Se viene un tierrero!, en vez de un aguacero.
Cuando se viene el tierrero, lo primero que se protege es la cara –ojos, nariz y boca– con manos o brazos. En nuestro entorno, el aguacero obliga a abrir un paraguas o llevarse un periódico –o cualquier otra cosa– a la cabeza, y la actividad callejera baja su intensidad. Los aguaceros favorecen encuentros fortuitos y por ende la socialización: muchas amistades y noviazgos se han dado en Colombia mientras el agua cae. La gente se refugia en una tienda de barrio o en un paradero de bus y ve pasar la lluvia con sus arroyos, granizadas y demás; la experiencia puede durar largas horas de espera: el escenario perfecto para la comunicación.
Los tierreros en el Medio Oriente están lejos de propiciar estas espontáneas cofradías, ya que la arena te obliga a meterte en el refugio más inmediato, como un carro o la inmensidad de un centro comercial: demasiado espacio para relaciones interpersonales; la estrechez del entorno que propician los aguaceros acerca siempre a los convidados por la lluvia.
Los aguaceros dan lugar a arroyos con intimidantes corrientes. Por otro lado, los tierreros producen, en las calles, inofensivos hilillos de arena que se alborotan por la fuerza del viento. Si el aguacero lo sorprende a uno en el campo, siempre habrá una casucha donde refugiarse. En la ausencia del refugio, la lluvia no le hace mal a nadie, aunque ¡ojo con los rayos! En el caso de los tierreros en el desierto, la vaina sí está complicada porque ¿dónde se mete uno?
Para los niños los aguaceros son motivo de diversión, y la experiencia de jugar bajo la lluvia es única e inolvidable: nada como disfrutar un buen partido de fútbol al fragor del agua que se derrama a cántaros; o saltar charcos jugando a «la lleva»; o pararse bajo fuertes chorros de canaletas; o deslizarse sobre escaleras de innumerables peldaños.
En el tiempo que he estado en el Medio Oriente, no le he encontrado lo lúdico a un tierrero. Si viniera con algo de agua, del barro algo se inventarían los infantes del desierto. Para la economía informal, los tierreros reactivan el negocio de lavado de carros: no solo del petróleo se puede vivir en Medio Oriente, mucho menos ahora con el barril tan devaluado.
Mientras los aguaceros ofrecen oportunidades para algún tipo de ganancia social o lúdica, los tierreros no invitan mucho a la convocatoria. Es otro tipo de vivencia urbana para un colombiano en los Emiratos Árabes.
Marcelino Torrecilla Navarro
Abu Dhabi, Emiratos Árabes