En Dubái, la señora Bienvenida Ayúb era muy dada a recibir cosas que sus amigas viajeras le dejaban. La gama de objetos podía incluir alfombras, sillas, lámparas, cuadros y mekanes. Su esposo, Ahmed, apenas los toleraba.

—Te acepto todo, excepto el mekán— le dijo una vez—. Atraen mucho polvo y son saltarines.

—No te preocupes, amor—dijo Bienvenida dulcificada—. Este mekán es diferente: es de cristal, con limitados momentos de elasticidad. No va a saltar sobre nosotros porque corre el riesgo de quebrarse; él lo sabe.

—¿De cristal? —inquirió Ahmed.

—Así es —respondió Bienvenida—. Me dice su antigua dueña que ha sido un mekán muy necio, y lo volvieron cristal para que se aquietara. Está también viejo.

—¿Qué más tiene este mekán? —preguntó Ahmed.

—No sé—respondió la mujer—. Aún no tiene forma definida. Podría ser de los que ladran o ronronean. Mira, se escondió debajo de la cama; está muy asustado.

(Un rato después se oye un ladrido)

—Oíste, Ahmed—le dijo Bienvenida a su marido—. Es de los mekanes que ladran. Dicen que muestran euforia agitando su cola. Qué lastima que no lo pueda hacer.

—Es cierto —dijo Ahmed—. La haría pedazos.

—¿Cómo podría recuperar su movimiento febril? —preguntó Bienvenida.

—Le podríamos hacer una regresión —dijo Ahmed—. Tiene derecho a una segunda oportunidad, aunque por sus años vividos no la merecería. Intentaré recuperar solo el movimiento de la cola, donde muestra la felicidad.

(Horas después)

—¡Mira, Ahmed! —exclamó Bienvenida—. Esa cola no cabe de contento. La mueve con entusiasmo. Al mekán lo llamaremos Felicidad. Le haré un video. Qué gracioso: en el video solo se le ve la cola. Es una verdadera cola de felicidad.

Marcelino Torrecilla N

Abu Dhabi, Emiratos Árabes