La primera vez que salí de Colombia tenía 18 años. Además de dejar a alguien con el corazón roto, también dejé a mi familia, amigos y a mi perro por una temporada que inicialmente sería de cuatro meses, pero que se convirtió en un período de tres años. Yo no tenía idea, pero estaba en camino a vivir muchas aventuras mientras aprendía inglés en Londres.

Tenía la maleta llena de sueños, poca ropa y muchas panelitas, arequipe, Chocorramo y Gansitos, toda una variedad de galguerías. Me baje del avión con una rana René de peluche que me acompañó durante todo el vuelo y una maleta de Hello Kitty terciada que me había regalado mi hermana. El aire tenía un olor diferente, recuerdo lo emocionante que era escuchar a la gente hablando en inglés y enfrentarme a mi primer reto; tomar el tren que me llevara a mi nueva casa.

Me hospedé con una familia local, la novedad de la arquitectura de la ciudad y la brecha del idioma hacían que cada minuto fuera más interesante. A punta de señas y algunas palabras logramos comunicarnos, fue una primera noche de verano inolvidable. Al otro día desperté radiante y feliz, lista para descubrir el nuevo mundo que me esperaba. En mi habitación, atenta a que la dueña de la casa me avisara para bajar a desayunar, me dieron cerca de las doce del mediodía y nunca me llamó. Después de horas, entendí que ya no estaba en Colombia y que la fantasía de los huevos con salchicha, pan y chocolate había llegado a su fin.

Fui a la cocina y muy amablemente la señora me mostró donde estaba la leche, la caja de cereal y el jugo de naranja artificial para que yo misma me sirviera. ¡Ese fue un paso hacia la independencia, ahora yo era responsable por mi desayuno! Quería llamar a Colombia y avisarle a mi familia que había llegado bien, quería contarles de las cabinas telefónicas rojas, de los buses de dos pisos, del tren y de mi cena de Chocorramo con Quipitos.

Pregunté a punta de señas si podía utilizar el teléfono, a lo que la respuesta fue negativa. No me rendí y caminé hasta el supermercado del barrio y con mi precario inglés compré una tarjeta prepagada. Regresé a la casa y mostré la tarjeta, pero tampoco me permitieron hacer la llamada. Con impotencia y ya frustrada, caminé de regreso al supermercado para devolverla. Si no tenía un teléfono para llamar, de qué me servía tenerla.

El cajero del supermercado vio mi angustia, se compadeció y decidió ayudarme. Aún hoy no sé cómo le expliqué toda la situación. Me preguntó el código internacional para llamar a Colombia, en ese momento me enteré de que existía un código que por supuesto yo desconocía. Él fue un ángel, llamó a la operadora de información y consiguió el indicativo, le escribí el número de teléfono de mi casa en un papel y él se encargó de hacer la llamada. Aún me llena de emoción recordar ese momento. Me veo claramente caminando con un teléfono inalámbrico pegado a mi oído en medio de los anaqueles de ese supermercado, mientras llorando y sin poder decir una palabra escuchaba a mi hermano al otro lado del teléfono decir, ¿aló?

Cuando migramos, hasta el desafío más pequeño puede representar una amenaza enorme. Dejar tanto atrás nos obliga a redescubrirnos en espacios inesperados y desconocidos. Irse implica hacer una transición, reinventarnos, volvernos creadores de una nueva realidad, enfrentar miedos y revisar expectativas. Es un proceso de hacer las paces con lo que éramos y con lo que queríamos ser, con lo que otros esperaban de nosotros y así, abrir la puerta a nuevas posibilidades.

Una vez más, después de veinte años de haber vivido esta historia, puedo verme reflejada en los ojos de otros inmigrantes que, como yo, se embarcaron en esa misma aventura con una maleta llena de sueños y poca ropa, dejando muchas cosas atrás y experimentando la agridulce alegría y la soledad cuando se está lejos de casa. Pero ahora, esta vez, puedo darles la mano y acompañarlos en esa transición, así sea por tan solo un momento.

Ahora entiendo que todos nosotros, inmigrantes, compartimos un mismo sentimiento, tenemos una historia en común. Aprendimos que estar lejos nos brinda la oportunidad de descubrir quiénes somos realmente y de qué estamos hechos.

¿Y tú, de qué estás hecho?

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