Me gusta pensar que la felicidad es una actitud, una postura de vida que se lleva adentro.
Nos han enseñado que a la felicidad hay “que salir a buscarla”, pero quiero invitarte a que imagines que siempre ha estado ahí, dentro de ti, acurrucada en una esquina esperando a que te animes a invitarla a salir.
Es paradójico, pero uno puede elegir ser una persona feliz y al mismo tiempo estar triste, sentirse triste. La realidad es que el “ser” y el “estar” nos permiten percibir nuestra humanidad de una forma más compasiva y más completa. Se habla de emociones negativas y positivas, a mí me gusta pensar que son solo emociones, y que es necesario experimentarlas todas para caminar a través de las diferentes circunstancias de la vida. Nada más irreal que pretender una existencia sin dificultades, o sin dolor, pues de estos también se aprende.
Seguramente, en este momento estés recordando esos momentos dolorosos que te han traído grandes enseñanzas en la vida, o tal vez estés pensando en la situación actual que te está desafiando. Cualquiera que sea tu situación, si no estás pasando por un buen momento, quiero que sepas que esto que estás experimentando eventualmente va a pasar y que está bien permitirse no sentirse bien.
A mí me pasó recientemente. Hace unos días experimenté esa paradoja de la que hablaba anteriormente, ser una mujer feliz y sentirme triste, descolocada. Alguien que conocí brevemente decidió terminar con su vida y, a pesar de la buena relación que tengo con la idea de la muerte, me sacudió en lo más profundo de mi ser y me recordó que las enfermedades de salud mental son reales y que es importante hacer promoción y prevención de estrategias de afrontamiento para aquellos que las padecen. Todos llevamos nuestras batallas internas a pesar de que no hablemos de ellas, pero siempre habrá alguien dispuesto a escuchar*.
Esta experiencia, una vez más, me recordó que a través del dolor he descubierto las enseñanzas más poderosas para mi vida.
¿Has escuchado hablar del kintsukuroi? Este es un tipo de arte japonés que se caracteriza por reparar cerámica rota con laca espolvoreada o mezclada con oro y esto hace al objeto más valioso en comparación a aquellos que no están rotos, los que no tienen cicatrices. Estoy convencida de que este tipo de arte es el que debemos aplicar a nuestra existencia, es mágico lo que ocurre en nuestro interior cuando encontramos la belleza en esas cicatrices. No hay necesidad de esconder que estamos rotos, es por el contrario muy enriquecedor incorporar esos momentos difíciles a nuestra historia, asumir esas cicatrices, aprender a quererlas, no esconderlas y permitirnos mostrarlas. ¡La vulnerabilidad también tiene el poder de transformarnos!
Justamente, reconocernos con cicatrices, desafíos y dificultades nos recuerda cuán resilientes podemos ser, qué tan preparados estamos para la contienda del día a día y muy importante, que todo, todo pasa. Es como el ave fénix que renace de sus cenizas, y al renacer, tiene la posibilidad de volar más alto. Así que vuela y, si es posible, recuerda que la felicidad está ahí, dentro de ti, acurrucada en su esquina, lista para acompañarte, solamente es que te decidas a invitarla a salir.
La mía esta acá conmigo, mientras escribo y me tomo un café.
*Si necesitas ayuda ponte en contacto con un especialista en salud mental o llama en Bogotá a la Línea 106 “El poder de ser escuchado”. Línea de atención, ayuda, intervención psicosocial y/o soporte en situación de crisis. Si estás en Australia, llama a “LifeLine”, línea de atención en crisis 13 11 14, también tienen disponibilidad de intérpretes que hablan español (llama 131 450).
Las reflexiones compartidas en este blog han sido inspiradas en ideas manifestadas por Brené Brown en “The power of vulnerability” https://www.youtube.com/watch?v=iCvmsMzlF7o y Walter Riso en el podcast “Cuatro pilares para cuidar tu autoestima” https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/cuatro-pilares-para-cuidar-tu-autoestima-walter-riso/