¡Resiliencia es sin duda una de mis palabras favoritas!
Se entiende como la capacidad que tenemos para afrontar situaciones difíciles, fortalecernos a través de ellas y, sobre todo, desarrollar nuevas herramientas para hacer frente a desafíos en el futuro. Es verdad que a muchos la vida los sorprende con desafíos extremos y muy dolorosos, pero todos, aunque no lo creas, tenemos la capacidad de ser resilientes.
¿Y si es así, cómo se hace? Pues bien, es necesario empezar por desarrollar la habilidad de enfocarse en lo que está dentro de tu control y dejar ir lo que no.
Por más que quieras creerlo, tú no puedes controlar lo que otras personas sienten o piensan sobre ti, ni la familia en la cual naciste, ni el tráfico de la ciudad, etc, y así, la lista puede ser súper extensa. Pero lo que sí puedes controlar, aunque sea difícil, son tus pensamientos y cómo reaccionas a lo que te pasa.
Mi mayor escuela de resiliencia fue la muerte de mi papá, doce años atrás. Su muerte desató un dolor intenso como nunca antes había experimentado, pero al mismo tiempo fue la mejor lección de vida que a mis veinticinco años pude aprender. Siempre pensé que cuando ese día llegara, también vendría una depresión profunda para mí y nunca saldría de ella; pero no, por el contrario, fue un evento que me permitió resignificar mi relación con la muerte; aprendí a agradecer por su vida el día que lo perdí y ahí entendí que, aunque ya no estuviera, su recuerdo siempre viviría en mí. Y hoy, en vez de sufrir por su muerte, lo recuerdo con alegría y celebro lo que fue su vida.
Y fue así como una de las máximas de Buda se quedó grabada para siempre en mí, “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Justamente, esta frase se refiere a la responsabilidad que tenemos de asumir lo que nos hacen sentir esos eventos que ocurren y que inevitablemente generan dolor físico o emocional, pero ciertamente pasajero e inevitable. Y, por otro lado, evidencia el riesgo de poner nuestros pensamientos a disposición de cualquier pequeño inconveniente, que fácilmente se convierte en una amenaza y sufrimos por ello innecesariamente. ¡Ahí es cuando debes recordar que lo que está en tu control son tus pensamientos! Porque más allá de la realidad que se presente, tenemos la tendencia a contarnos historias catastróficas en nuestra cabeza y al final, hacemos que la situación parezca más compleja de lo que en realidad es; y sin darnos cuenta nos volvemos víctimas en nuestra propia narrativa.
Si algo he aprendido con los años es que ser resiliente no es algo que se construye sintiéndose bien y cómodo todo el tiempo; de hecho, ¿quién se siente bien y cómodo todo el tiempo? ¡Nada más irreal que eso! Pretender que la vida sea estable y libre de conflictos es una expectativa muy peligrosa que puede costarte tu salud mental.
La resiliencia se edifica en la medida en que te vuelves más recursivo afrontando esos momentos difíciles, cuando a pesar de la incomodidad y el dolor que generan, les das la bienvenida. Experimentar la muerte de alguien cercano, las despedidas, los desamores, las dificultades económicas, la enfermedad, las crisis de carrera y de identidad, son solo algunos de los escenarios perfectos que te hacen más vulnerable, te conectan con tu fragilidad y, simultáneamente, si así lo eliges, también te pueden hacer más fuerte.
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