La motivación, esa palabra que suena como el ingrediente infaltable en la receta mágica que da la fuerza necesaria para alcanzar las metas. En el mundo corporativo, se le atribuye el poder de contribuir al buen desempeño laboral, en el día a día es lo que te impulsa a perseguir lo que deseas. Ya sea intrínseca o extrínseca, se entiende que es un impulso que te lleva a realizar determinadas acciones.

Diría que esta fuerza es inherente a la existencia, ¡con seguridad la has experimentado! Habrás sentido la maravilla de su presencia y también la desesperanza que trae su ausencia. Así es, viene y va y, tal vez, has descubierto, al igual que yo, que es un estado emocional casi tan impredecible como el clima.

Cuando desaparece, la sensación es como la de entrar en un estado de letargo. Se vuelve evidente la incapacidad de enfocarse en las tareas necesarias para alcanzar la meta, empiezas a dudar de tus capacidades, los pensamientos negativos y autocríticos vienen sin compasión y, de repente, te sientes paralizada(o). Pero y entonces, ¿qué pasa cuando la motivación se va? ¿Te despides de la posibilidad de alcanzar esa meta? Pues bien, cuando tus acciones dependen solo de ella, sí, es probable que así sea.

Pero tranquila(o), al parecer, siempre es posible “comprar” algo de motivación. Está disponible en diferentes dosis, colores y sabores; libros de autoayuda, videos, seminarios y audios, entre otros. Adicional, puedes acceder a ella gratuitamente en redes sociales, con contenidos que te invitan a recitar afirmaciones y mantras positivistas; “Todo lo que deseas es posible si lo pides con las fuerzas de tu corazón”, “Hazte millonario en solo segundos con solo desearlo” y muchas más, que seguramente vienen a tu mente en este momento.

Pareciera que pensar de forma positiva fuera suficiente para hacer realidad tus ambiciones, sin duda, tu pensamiento puede recrear escenarios favorables, en dónde te visualizas logrando múltiples cosas y, simultáneamente, construyes estrategias mentales para hacer frente a lo que se pueda presentar de acuerdo con el escenario. Pero el desafío real está en pasar a la acción, en perseverar  y hacerte cargo de cada uno de los pasos que debes dar para materializar ese objetivo, independientemente de tus niveles de motivación. ¡Eso se llama disciplina, constancia!

Para mí, ese baile entre la motivación y la disciplina se ha vuelto frecuente. Y aunque aún tengo días en los que me subo a la montaña rusa de la motivación, he aprendido que es solamente con la disciplina que puedo lograr lo que me propongo. ¡Es una lucha constante, no es fácil, pero he descubierto que entre más me enfoco en hacer, entre más constante soy, más cercana estoy de mi meta! Ahora sé que ninguna excusa es válida para justificar mi inacción, que la motivación no es suficiente y que no es lo que hago de vez en cuando lo que me acerca a los resultados que busco, si no lo que hago continuamente sin desfallecer.

¿Y tú, con quien eliges bailar mientras persigues tus metas?

 

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