Si me preguntas, ¿qué es lo más difícil de migrar? te diría, sin pensarlo, ni un solo segundo, que dejar atrás a la familia y a los amigos cercanos. Esas personas importantes que, a pesar del tiempo y la distancia, nunca salen del corazón.
Llevo más de la mitad de mi vida fuera de Colombia y, a pesar de tantos años, la nostalgia siempre me acompaña. Ella es quien me invita a cerrar los ojos mientras me lleva plácidamente a un viaje en el que vívidamente recuerdo ese último abrazo, esa despedida, pero también, muchas memorias felices que me reconfortan y me hacen preguntarme, ¿cuándo los volveré a ver?
Junto con esta nostalgia viene el miedo de no volverlos a ver. El temor por recibir en un día inesperado esa llamada que nunca quisiera recibir. Esa que les llegó a mis hermanos quienes vivían fuera de Colombia hace doce años cuando murió mi papá. La misma que recibimos hace apenas unos pocos días mi prima, yo, y otros familiares, cuando su mamá, mi tía, murió. La misma que a diario reciben cientos de migrantes, que no pueden estar ahí físicamente con los que aman, justo en esos últimos momentos antes de partir.
Hoy escribo pensando en ellos, en los que están lejos, en los que inician su duelo en la distancia, los que confundidos y con el corazón roto solo quieren volar a casa y estar allí acompañando a los que quedan. En tiempos de covid esto se hace mucho más difícil; con tantas fronteras cerradas y medidas para preservar la salud pública, ya no es tan fácil correr al aeropuerto y comprar tiquetes para abordar el primer vuelo disponible.
Si estás atravesando un duelo, quiero que sepas que no estás sola(o), mira a tu alrededor, siempre habrá alguien dispuesto a escuchar. Permítete sentir esas emociones, y aunque estar lejos lo haga aún más doloroso, más frustrante, te aseguro que ese dolor va a pasar.
Una parte importante en tu proceso de duelo son los rituales de despedida, religiosos o no, son una forma de reconocer que la experiencia humana es limitada y temporal. Es la oportunidad para decir adiós a la forma material de esa persona que amas, y agradecer por su tiempo en tu vida, las enseñanzas y memorias compartidas.
He aprendido que escribir es una forma de sanar el alma, así que, si lo consideras conveniente, puedes, a través de una carta, expresar todo lo que te hubiera gustado decir en caso de no haberlo hecho, y agradecer por las múltiples cosas que aportó en tu vida. O tal vez, ofrecer unas flores blancas, una vela y decir algunas palabras o despídete en silencio, conectándote con su recuerdo y háblale. La intención es honrar la vida de esa persona, ya sea a solas o con tu familia.
Cualquiera sea tu elección, hacer un acto simbólico en la distancia es una forma terapéutica de aceptación de la muerte, una oportunidad para expresar tu dolor, una forma de iniciar el duelo. Ten presente que ese ritual de despedida no implica olvidar, es un acto de aceptación que, con el tiempo, te permitirá recordar con alegría.
La muerte no constituye un fin, es solo una de las transiciones por las que atravesamos. Así que recordemos a los que ya no están hasta el final de nuestros días, pues es a través de esas memorias que vivirán por siempre en nuestro corazón.
Así como lo escribió Isabel Allende: “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.”