Imagina que te vas de viaje a tierras muy lejanas y que lo más probable es que no regreses.
Imagina que solo llevas dos maletas y que, en ellas, solo hay espacio para lo necesario. Tu ropa, algunos elementos de aseo y otras cosas que atesoras y te rehúsas a dejar atrás. ¡De repente, te das cuenta, de que, en un par de maletas puede caber toda una vida y te sorprendes!, mientras sonríes, piensas que pareciera que no se necesitan muchas cosas para vivir, ¿verdad?
De camino al aeropuerto, miras las calles por última vez con detenimiento y algo de nostalgia, como queriéndote asegurar de no olvidar ninguno de esos lugares y te esfuerzas por hacer memoria de todo lo que observas. Simultáneamente, la música en la radio te recuerda que aún estas en Colombia. Cada minuto que pasa, hace que tu corazón se acelere más, sabes que estás a un par de horas de abordar ese avión que te llevara a cientos de kilómetros de distancia.
Llegas al aeropuerto y con mucho agradecimiento observas las caras de tus familiares y amigos, reconoces lo especial de ese momento, pues sabes que decidieron dejar todo de lado por unas horas para poder estar ahí contigo en ese último instante. Deciden ir a tomarse un café en el Crepes ans Wafles del segundo piso, conversas con todos, ríes y eres feliz. Sientes su cariño, son minutos maravillosos, y a pesar de saber que te tienes que ir, también deseas con todas tus fuerzas que ese momento nunca termine.
Ya es hora de abordar, te despides de cada uno de ellos, cada abrazo se va quedando grabado en el alma, lloras porque tienes miedo de no volverlos a ver, pero al mismo tiempo agradeces por tantos buenos recuerdos. Te alistas para presentar tus documentos en migración, y sin darte cuenta, ese se convierte en el antídoto contra el llanto y la tristeza que experimentaste apenas unos minutos atrás. ¡La adrenalina invade tu cuerpo y te percatas de que estás a unos pasos de empezar una nueva aventura!, sabes que será un viaje largo, la sudadera y los tenis que llevas puestos son prueba de ello.
Te esperan treinta y ocho horas de viaje, paradas en tres países y con cada conexión, hacer cambio de avión. Te emociona pensar que tu destino es el futuro, y no en sentido figurado, literalmente, tu destino es una ciudad que está doce horas más adelante con respecto a la zona horaria de Bogotá. De nuevo sonríes y te parece extraño saber que estás haciendo un viaje en el tiempo. No ves caer la noche en todo tu viaje y el sol te acompaña en todo el trayecto.
Es la primera vez que te subes a un avión de dos pisos, es una experiencia nueva para ti. Sientes la curiosidad de un niño, exploras el avión y al final del pasillo un auxiliar de vuelo te ofrece un café, hablan por unos minutos y le cuentas que este será un viaje sin regreso y que Australia ahora será tu nueva casa. Vuelves a tu silla, te acomodas, y unos minutos más tarde, vez a tu nuevo amigo de vuelo acercarse con una sonrisa enorme y una botella de champagne que te da de regalo para que celebres el inicio de tu nueva vida en esa tierra tan lejana.
Llegas a tu destino, es casi la medianoche, tomas un taxi que te llevará hasta el hotel, a pesar del cansancio, no puedes dejar de imaginar los múltiples posibles escenarios de esta nueva aventura y llena de emoción e incertidumbre te vas a dormir feliz, sabiendo que cuando amanezca le darás la bienvenida al primer día del resto de tu vida.
Consigues varios trabajos, le das la bienvenida a nuevas personas en tu vida, tienes momentos difíciles, también otros increíbles. Te descubres a ti misma como nunca lo habías hecho, estudias algo más, renuncias al mundo corporativo, fundas tu propia empresa, y ocho años después, en el aniversario del día que tomaste ese avión, te sientas en un café con el corazón lleno de agradecimiento, y escribes con alegría la historia de cómo empezó esta travesía.