Hace unas semanas, mi amigo Patrick sufrió un paro cardíaco mientras hacía una prueba de esfuerzo en el deportólogo, y tuvo que ser llevado a urgencias de inmediato. ¡Fue una situación de vida o muerte! Su cuerpo se llenó de escalofríos, se desvanecía poco a poco mientras lo atendían los paramédicos y de fondo escuchaba el sonido de la sirena de la ambulancia que lo llevaba al hospital.

La sensación de incertidumbre y ganas de llorar se apoderaron de él, y mientras tanto, le abría la puerta a decenas de recuerdos que atesoraba de esos momentos junto a su familia. Al mismo tiempo, aparecían preocupaciones y el temor inevitable de considerar que tal vez, esos fueran sus últimos momentos antes de morir. Se aferró con todas sus fuerzas al pequeño porcentaje de esperanza de vida y empezó a preguntarse, ¿qué haría diferente si tan solo tuviera una segunda oportunidad para vivir?

Durante el recorrido, los segundos parecían eternos. En medio de tanta confusión tuvo un momento de lucidez y entendió que por muchos años se dedicó a posponer lo que realmente era importante para él.

Entendió que el trabajo debió haber sido solo un aspecto de su vida, y no la vida misma. Que le hubiera encantado tener más conversaciones cara a cara con las personas importantes para él, y que hubiera podido utilizar mejor el tiempo en vez de haberlo gastado viendo tanta televisión. Tuvo la certeza de que esas vidas virtuales que visitaba por tantas horas desde su teléfono móvil, esas que envidiaba y que le parecían tan perfectas, no eran reales. Pensó, con arrepentimiento, que perdió mucho tiempo complaciendo a otros, viviendo de acuerdo a sus expectativas.

Estaba convencido de que la historia de su vida sería muy distinta si hubiera tenido el coraje de ser fiel a sí mismo, pues al final, nadie más idóneo que él para elegir cómo vivir su vida.

Patrick noto que vivió en piloto automático, que fue un sonámbulo en su propia existencia. Durante muchos años estaba muy preocupado por lo que pudieran pensar los demás, hizo concesiones a costa de su propio bienestar y se convenció de que lo más conveniente era perseguir lo que todos perseguían, pues era la mejor forma de encajar. Sintió que su vida fue como un videojuego en donde era indispensable pasar por determinados niveles para alcanzar su felicidad.

Hizo una pausa y lentamente en su cara se dibujó una leve sonrisa, pues en ese momento entendió que estaba equivocado, ¡A la felicidad no había que perseguirla!, siempre había estado allí, dentro de él, acurrucada en un rincón, esperando a que la invitara a salir.

Suspiro, y pensó: ¡No hay forma más complicada de vivir la vida, que vivir una, que no sea la de uno mismo!

Se pregunto, por qué esperó tanto para hacerse estas preguntas y plantearse la posibilidad de vivir una vida más auténtica… Ya no tenía más fuerzas, se desplomo, y ya inconsciente cesaron también sus planteamientos.

Después de varias horas despertó. Estaba confundido, notó que estaba en el hospital, el dolor había desaparecido. Abrió lentamente sus ojos, y pudo ver a su familia y amigos cercanos sonriendo junto a él, un sentimiento de bienestar y agradecimiento lo invadió y se sintió feliz, sabía que esta era su segunda oportunidad, podía volver a comenzar, ya sabía lo que era importante para él.

Y tú, ¿qué harías diferente?, ¿esperarías hasta ese último momento para preguntar?