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El cruce de Shibuya en Tokio es el paso peatonal más transitado del mundo. Si, ese que siempre sale en las películas o documentales. Ese día, después de caminar por muchas horas, llegamos a ese lugar, lo cruzamos varias veces hasta que la novedad y la emoción de la primera vez se extinguió y pudimos continuar explorando la ciudad. Ya cansados y con mucha hambre, decidimos buscar un lugar para comer. Llegamos a una calle muy estrecha que tenía decenas de pequeños restaurantes, entramos a uno que tenía la tradicional puerta japonesa que parecía de papel, en los costados, un par de faroles rojos colgados junto con unas ramas artificiales de cerezos en flor que se veían encantadores.

Decidimos entrar y notamos inmediatamente que el restaurante (Izakaya) había sido diseñado sólo para seis comensales. Fuimos afortunados pues sólo quedaban dos sillas disponibles en el lugar. Era evidente que éramos los únicos extranjeros, nadie hablaba español o inglés, y nosotros menos japonés. Esto no fue impedimento para que el cocinero, único trabajador allí, nos hiciera señas para que nos pusiéramos cómodos en el remoto lugar. Desde la parrilla ubicada en medio del lugar y tan solo a unos centímetros de nosotros, él cocinaba, conversaba y atendía amablemente a cada uno de sus clientes. Rápidamente nos entregó el menú completamente en japonés y nos señaló el dispensador de cerveza fría a lo que con la cabeza asentimos dando un sí.

Para todos era evidente que no sabíamos que pedir, ni cómo pedirlo. La comunicación fue todo un desafío, así que, en medio de risas, decidimos con mi esposo señalar algunos platos de comida que otros habían ordenado, facilitando así nuestra elección del menú. Entre esos, sin darnos cuenta, pedimos una carne cruda, y aunque de sabor no estaba nada mal, tal vez era algo que no hubiéramos pedido si domináramos el idioma local… horas más tarde, nos enteramos que habíamos comido carne de caballo cruda.

Esta experiencia, además de divertida, me parece una buena metáfora para hablar de la incapacidad que tenemos para comunicar de forma adecuada nuestras emociones. En muchas situaciones no es que no queramos hacerlo, es solo que no sabemos cómo. No tenemos el lenguaje suficiente o las palabras necesarias para poder darle forma a eso que nos invade, y esto termina impactando nuestras relaciones, y por supuesto a nosotros mismos.

Hace unos días empecé a leer el libro Atlas del corazón, de Brenne Brown, y me ha permitido reflexionar profundamente acerca del analfabetismo emocional en el que vivimos y la incapacidad que tenemos, no solo de reconocer nuestras propias emociones, si no, aun mas importante, la incapacidad de nombrarlas, o cómo fácilmente confundimos unas con otras. En este libro exploran ochenta y siete emociones. Me sorprendió darme cuenta de que casi siempre utilizamos las tres mismas emociones para describir cómo nos sentimos; ira, alegría, tristeza, pero, y el resto de las emociones que experimentamos, ¿cómo las llamamos?, ¿cuál es el impacto de nombrar equivocadamente lo que sentimos?

La incapacidad de describir con precisión lo que nos pasa y no poder nombrarlo de forma adecuada nos puede llevar a hacernos sentir desconectados de nosotros mismos, nos aleja de la posibilidad de entender lo que experimentamos. El lenguaje nos permite otorgar significados, construir pensamientos y moldear nuestra realidad*. Al igual que cuando no tenemos el vocabulario en un determinado idioma, y algo tan sencillo como pedir una comida puede convertirse en todo un desafío y terminas comiendo carne de caballo crudo. ¡Querías comer, pero no necesariamente eso! ¿verdad?

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente. Sólo conozco aquello para lo que tengo palabras” – Ludwig Wittgenstein

No podemos tener relaciones saludables con nosotros mismos o con otros si no sabemos comunicar cómo nos sentimos, si no ampliamos nuestro universo de palabras. Así como somos responsables de diseñar el mundo en el que queremos vivir, también somos responsables de educarnos en un nuevo lenguaje que nos permita articular y comunicar nuestras emociones.

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* Si quieres ampliar tu entendimiento en términos de emociones, te sugiero leer el libro que sugiero en este blog; adicional, puedes buscar “La rueda de las emociones” en Google, es un buen recurso para identificar y clasificar las emociones de forma sencilla, o puedes descargar de forma gratuita la aplicación “Mood” en tu celular.

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PERFIL
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Caro Monroy es empresaria, migrante, psicóloga y coach. Colombiana con experiencias de vida en diversos países, incluidos Australia, Argentina, Colombia e Inglaterra. Ha experimentado de primera mano los desafíos, incertidumbre, la presión, los logros, la alegría, el crecimiento y todas las demás emociones posibles, que experimentan los migrantes al embarcarse en la aventura de descubrir y conquistar nuevos mundos. Es Psicóloga, completó un MBA, está certificada en Programación Neuro Lingüística y actualmente está terminando una especialización en Counselling.

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