Era una mañana fría de invierno frente al mar. Había una pequeña piscina inflable con agua y mucho hielo. La persona que administraba el lugar donde se llevaba a cabo esta experiencia, me explicó que debía sumergir todo mi cuerpo hasta cubrir completamente mis hombros, pero no la cabeza. Me recordó que era muy importante ser consciente de mi respiración. También mencionó que uno de los riesgos cuando se hace una inmersión por tiempo prolongado, puede ser la de un episodio de hipotermia. Me encantaba la idea de estar allí, de hacer algo tan diferente y al mismo tiempo tan desafiante. No estaba muy segura de lo que podía pasar, aunque para ser honesta, pensé que sería fácil, ¡siempre he pensado que tengo algo de fortaleza mental y estaba dispuesta a probarlo!

Con nerviosismo y determinación me preparé para mi primera inmersión, metí las piernas y de inmediato sentí un frío penetrante que las envolvía. Lentamente fui entrando al agua hasta que logré sentarme, recosté mi espalda y cabeza muy despacio en una de sus paredes inflables. Sentí como mi cuerpo reacciono inmediatamente al frío incómodamente, empecé a respirar profunda y rápidamente, sentí que mi ritmo cardiaco se aceleraba, sentía dolor e incomodidad, y rápidamente mi piel se puso como de gallina. No había duda de que estaba experimentando un “shock térmico”, ¡honestamente no lo veía venir!, de inmediato note que el desafío real no estaba en controlar la sensación extrema de frío en mi cuerpo, sino más bien, mi mente.

En ese momento, sentí como en mi cabeza empezaba a contemplar la idea de abandonar la piscina helada, mi mente inquieta no dejaba de enfocarse en la incomodidad, y en la idea de que con cada segundo sería peor. Después de treinta segundos sentí que no podía estar más allí, y salí del agua.

¡Nunca hubiera pensado que sumergirme en aguas heladas sería una experiencia tan desafiante!

¡Me sentí decepcionada de mí misma!, ¿cómo era posible que no hubiera logrado controlar mi mente, si por años he venido intencionalmente exponiéndome a situaciones que me han ayudado a aprender a estar cómoda con lo incómodo?, estaba convencida del dominio que tengo sobre mi cuerpo, y mi resistencia corporal a la hora de hacer ejercicios muy intensos. Ahí me di cuenta de que siempre habrá lugar para nuevos desafíos, y decidí volver a intentarlo, ¡esta vez estaba lista para llevar esta prueba a otro nivel!

Unos minutos después volví a entrar a la piscina helada, esta vez con más seguridad. Sabía que no podía ser peor de lo que ya había sido unos minutos antes, respiré profundamente, y me sentí cómoda, imaginándome con anticipación, la incomodidad y el dolor que me esperaba una vez dentro del agua, mientras los hielos rozaran mi piel.

Empezaron a pasar los segundos, y algo sorprendente sucedió. No sentí más dolor, solo frio, y simultáneamente una extraña sensación de calma. Mientras mi cuerpo luchaba contra el frío intenso, mi mente se volvía más clara, y empecé a sentir el calor dentro de mí, literalmente una sensación de calidez en mis entrañas. Fue como si cada segundo en el agua helada me diera fuerza, no solo física, sino también mental. Esta vez pude enfocarme y mantener la calma, descubrí cómo el control sobre mi cuerpo puede influir en mi capacidad para silenciar la mente, y alcanzar nuevos niveles de fortaleza mental. Al final logré estar allí en el agua atiborrada de hielos por cuatro minutos

Esta vez la incomodidad del agua helada me desafió a crecer. Me empujó a superar mis propios límites y a desarrollar una mayor resistencia mental. En la vida nos llegan momentos de “agua helada”; la vida está llena de altibajos, momentos difíciles y desafíos inesperados. Pero en lugar de resistirnos a ellos, o huir, podemos aprender a fluir y enfrentarlos, pues solo así es posible encontrar el aprendizaje y crecimiento en cada experiencia.

¡La incomodidad es un regalo disfrazado!, es un recordatorio de que estamos vivos y que tenemos la capacidad de adaptarnos y superar cualquier desafío que se nos presente. Así que, abraza la incomodidad, baila con ella y déjate sorprender por la belleza que puede surgir cuando te atreves a estar cómodo con lo incómodo.