Llegar a la plaza parecía imposible después de las 5 p.m. Las calles aledañas estaban cerradas por el desfile inaugural. Había puestos del ejército en las esquinas y rondaban los soldados desde lo alto de la iglesia. El presidente del festival, Israel Romero Ospino (líder del Binomio de Oro de América), le dio la vuelta a la plaza, seguido por la gente.
Más tarde lo vería en la tarima Escolástico Romero, que lleva el nombre de su padre, garantizando el comienzo de una nueva era para el Festival. El murmullo general era de esperanza, porque de la edición anterior (la número 25) recordaban un derroche y, entre otras cosas, el extravío de unos acordeones donados.
Desde atrás de la tarima, Israel era asediado y consultado, hasta por señas, para que tomara decisiones. Tenía que ver personalmente hasta con alojamiento de los invitados. Y creo que habría enloquecido si no contara con una línea de hermanos y parientes trabajando en equipo para el Festival. Había también un grupo de voluntarios pendientes de la atención a los visitantes. Acomodan a muchos en casas de familias, porque el hotel Guazara y demás hospedajes se venden, mejor dicho, se reparten hasta la última cama. Y encima, los Romero tenían que dividirse porque «El Binomio» (sin Israel) tenía una presentación impostergable en Bogotá, en la segunda noche.
La oficina de prensa está bajo la tarima (tal como fue en Valledupar). Y los presentes no llegaban a la decena. Allí todo es en pequeña escala. Pero el acordeón tiene la misma fuerza.
Vi al muchacho subir la temperatura del baile a medida que avanzaba en las eliminatorias. También, Némer Yesid Tetay superaba cada eslabón en la categoría profesional. Había oído su nombre hacía un par de años y me habían dicho que lo observara porque era una promesa.
No solo concursaban los mismos. Estaban los mismos maestros de ceremonias y periodistas locales. Y el mesero de la zona vip del festival grande hacía la misma diligencia en el pequeño. Las noches en la plaza también contaron con estrellas del folclor: Alfredo Gutiérrez, una noche; Joe Arroyo, a la siguiente. Y, lógicamente, ‘El Binomio’, en la final. Nunca oí tantas veces las canciones Dime cómo te olvido, Por tu primer beso y La colegiala. Sonaban en los intermedios de los conciertos.
Al amanecer, Villanueva era otra. El callejón donde estuvieron los vendedores de caldos y almuerzos parecía haber estado desierto siempre. Eran más notorios los puestos del ejército en las esquinas de la plaza, tomada ahora por las mariposas. Y en un camión guardaban las vallas que alguna vez señalaron la zona del público. Por otras calles, marchaban los vendedores itinerantes, arrastraban carros cargados de sombreros y artesanías, siguiendo la ruta de las fiestas populares. La siguiente parada, dijo uno, era el festival de Barrancas (La Guajira). Los periodistas también partimos, en uno de los taxis que solo dejaban el pueblo cuando llenaban todos sus asientos aprovechando la desbandada que sobreviene al fin de la fiesta.
Afortunadamente, el Cuna de Acordeones florece cada año y volverá, en su edición número 27, del 15 al 18 de septiembre del 2005, con ‘El Pollo’ Isra, de nuevo, al frente. Desde que el momento en el que dejó el acordeón a un lado y se bajó de la tarima, tras el concierto del Binomio, que cerró el festival pasado, no lo veo. Así que no alcancé a felicitarlo por trabajar así, buscando la grandeza del festival de su pueblo.
Fotos: Carlos Julio Martínez / Archivo / EL TIEMPO