Y si la canción, sumada con otras, es parte de un nuevo movimiento. No hay rasgadura de vestiduras que valga. "La popularidad no respeta academias", dice el editor de cultura de EL TIEMPO, Andrés Zambrano. Y agrega que suele pasar, que a medida que un grupo va reduciéndose se va volviendo más radical, reacciona contra lo nuevo. Se siente amenazado.
Temo que los seguidores del vallenato tradicional, resultan ser los más enconados a la hora de descalificar a los otros. Como si quisieran congelar el vallenato con cinco o seis cantantes consagrados y que el género se quedara ahí. No ven más allá de Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Diomedes Díaz, Iván Villazón y algún otro.
Y esa división tiene mucho que ver con que el vallenato no se vea más internacionalmente. No hay un trabajo en equipo, como el que hacen los artistas pop colombianos, que entendieron que les va mejor yendo de la mano, compartiendo escenarios, resaltando las caualidades de los otros, para que la música de uno sirva para iluminar la del otro. Por eso, hemos visto tantas veces a Andrés Cepeda compartiendo escenario con Cabas, Fonseca, Santiago Cruz, Maía y todos los que hicieron tanta bulla una vez, cuando, en patota, se atrevieron a cantar vallenatos en la misma inauguración del Festival, en Valledupar (2004).
¿Qué encuentra uno en el vallenato? Tres estilos aparentemente irreconciliables: Los clásicos, los del mal llamado vallenato romántico (llamado también balanato, ranchenato o «llorón», porque se puso un poco más lírico y menos cronista), y los de «la nueva ola» (esos nombres son formas populares de distinguirlos, ya que el ritmo siempre ha sido romántico y como dice Luifer Cuello, «la nueva ola» es una canción viejísima, de Alejo Durán). Y seguidores y artistas descalificándose unos a otros.
A esto hay que sumarle los celos. "En Valledupar y las zonas de influencia la gente toma el vallenato como algo solamente suyo", me explicó Otto Serge, que ahora tiene un acordeonero cachaco (Beto Jamaica), cuando le pregunté por qué esa sensación de que los únicos que se sienten con libertad de opinar sobre la música de acordeón son ellos.
"Es como si quisieran que el vallenato solo saliera de una región", dijo el «Ex Inquieto», quien, con solo nombrarle el tema, se desahogó hablando de esa división: "Aquí nadie se une –dijo–. Los que cantamos vallenato nos tiramos unos a otros. Los únicos con los que siempre nos hemos apoyado son Los Gigantes. No hemos tenido una frase de pelea. Dicen que lo mío es «llorón» y «balanato» y son patadas de ahogado. Porque cuando vieron que yo estaba nadando por todos lados, empezaron a darme duro. Decían que lo mío era vallenato para cachacos. Y ahora se escuchan mis canciones en Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y Valledupar. Pero, lamentablemente, en el vallenato existen muchos conflictos”.
Según Velásquez, la «nueva ola» es un vallenato que se hacía hace tiempo, más apegada a lo tradicional, sino con variaciones propias de los jóvenes. "Y ahora los tradicionalistas cogieron a esos muchachos, porque también ellos han desplazado a los otros, y les dan duro. Esas cosas no permiten que el vallenato surja. Uno se tira rayo con el otro. Dice que aquel es un «pedazo de cantante», del otro se dice que «es bonito, pero que no canta bien» o que «este canta como mujer». Así es difícil surgir para un género que debe ser como un equipo de fútbol consciente, y no con todo el mundo tirando para el lado contrario".
La santandereana Dalia Marleny Bernal, directora de La Vallenata en Bogotá, lo explicó así: "Para los costeños tradicionales de la Costa fue muy teso encontrarse con canciones que sonaban como baladas con acordeón. Justamente, los que siguieron este estilo son los que van a México, Europa y Estados Unidos, lugares hasta donde hace poco empezaron a ir Los Zuleta y Oñate. Y no es justo que hasta ahora, después de 30 años de cultura musical, empiecen a ir. ¿Por qué? Porque los vallenatos se volvieron tan regionalistas que no aceptaban más. En cambio, llegaron Nelson Velásquez y los demás, tipos con pinta, con presencia, cantándole al amor. Los rechazaron allá y entonces salieron. Pegaron en el interior de Colombia y en el exterior, donde todavía conocen más a los «románticos». Tiene que ver con que la cultura vallenata es celosa con lo suyo, no quiere que nadie cante otra cosa".

Entonces, hay que recordarles a los que veneran los tiempos mozos del Viejo Mile, a los que vibran con las interpretaciones originales de la música de Escalona, Juancho Polo y Alejo Durán, que hubo personalidades como La Cacica o Alfonso López que se empeñaron en sacar las canciones de todos del círculo del patio bajo el palo de mango (No fue casual que la Cacica se llevara a los niñitos a cantarle a Clinton).
Hay que recordarles que La gota fría es lo que es en el mundo por haber salido de las calles de los pueblos de la Costa para sonar en las capitales, porque dejó de ser creación íntima de un compositor, para estar en voz de muchos cantantes y en la memoria de públicos tan distantes como el europeo. Porque, cómo dice Zambrano: "¿De qué habría servido tener guardadas bajo llave en Valledupar creaciones como La casa en el aire, sin que nadie supiera que existían?" Ahora, para su feliz supervivencia, el vallenato está fuera del control de sus propios creadores.
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Fotos: Artistas juveniles en el festival 2004: Carlos Capella / EL TIEMPO
Emerson Plata y Nelson Velásquez: Filiberto Pinzón / EL TIEMPO

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