Concertamos un encuentro apurado para hablar de los cantantes que habían pasado por el Binomio de Oro. Y de la curiosa relación entre esta agrupación y la Dinastía Romero, conjunto liderado por su hermano Norberto, donde el hijo de Israel –Israel David– es cantante. Me contó muchas anécdotas que incluso no entraron en el recuento de La Universidad del Vallenato.
Por ejemplo, que también estudió en el mismo colegio con Diomedes Díaz. No en el de Valledupar, donde el "Cacique de La Junta" rivalizaba con Rafael Orozco; sino en otro plantel de Villanueva. Que a los 11 ó 12 años, la primera vez que decidió inscribirse para concursar en un festival de acordeoneros (en esa época la competencia era de todos contra todos; es decir, jóvenes y mayores se medían por igual), Diomedes se ofreció para acompañarlo como guacharaquero.
-¡Tú que vas a ser guacharaquero! –le dijo Israel al futuro cantante más vendedor de discos en Colombia.
-Ponme a prueba –le contestó el otro.
Se fueron juntos al festival y ocuparon el segundo lugar.
La publicación del artículo se fue aplazando. Pero el tema siguió presente. Con toda la calma del mundo, busqué a los cantantes. Hace unas dos semanas, Júnior Santiago me contó que había entrado a esta agrupación, a los 19 años, para reemplazar a Jorge Celedón y que su entrada se debió, básicamente, a que Israel Romero lo había visto cantar en parrandas. Que su primer concierto como cantante del Binomio fue en Cúcuta:
Tal como Jorge Celedón lo había contado cuando habló del disco de éxitos que recoge su historia musical, Júnior resaltó que en la agrupación adquirió madurez y disciplina, dos valores que le han servido para establecer su nuevo camino en solitario, en el que ya cuenta con un éxito: "Full de amor".
A Gaby García, el cantante que entró al conjunto un mes después de la trágica muerte de Rafael Orozco, lo llamé hace unas tres semanas. Me contó de su vida en las minas del Cerrejón y sus pinitos como cantante aficionado en los festivales folclóricos, recordó que era farmacéuta, que había sacado un título de bachillerato en Estados Unidos, que ahora trabaja en el libro de sus memorias. Y que, a pesar de todo, su vida ha estado marcada por la sobra de Orozco, porque la gente no lo imagina cantando cosas diferentes a las canciones del artista fallecido.
Precisamente, la historia de Gaby le dio un valor agregado al artículo (antes reservado para un día entre semana) y le abrió espacio en domingo, en una página donde se hablara de los 30 años del Binomio. De hecho, iba a publicarse una semana atrás. Pero recibió la aprobación el jueves pasado. Esa noche fui a casa pensando en cómo escribir sobre el Binomio y en la sorpresa que se llevaría Israel Romero cuando viera que la entrevista no se había perdido.
Necesitaba a alguien que hablara de la importancia de este grupo en la historia del vallenato. Y me acordé de Félix Carrillo, con el que no hablaba desde la muerte del juglar Toño Salas. Así que la primera llamada telefónica del viernes fue para Carrillo:
"Oye, Félix, háblame del Binomio de Oro", le dije.
Y él me respondió: "Comadre, gracias a Dios que aparece. Llevo como ocho días buscándola para contarle que nos dieron la categoría en el Grammy".
A falta de un artículo de vallenato, se escribieron dos. Fin de la historia.
Detrás de ese artículo, no hubo conspiración de Israel para movilizar su campaña al Grammy, al que tiene todo el derecho de aspirar también. El ejercicio periodístico enseña también a sonreír cuando a los reporteros y a las personas sobre las que escribimos nos atribuyen intenciones que ni siquiera nos cruzan por la mente.
No me preocuparía por la "guerra de publicidad que se hacen los grupos para hacerse nominar", es más: si es de publicidad, ¡Que la hagan! Así se consigue una nominación: sonando.
Mientras más ruido hagan para darse a conocer, mientras más estrategias desplieguen para que sus discos entren a la selección de la Academia, mejor, porque los discos por sí solos no bastan. Que envíen información a todos los medios posibles, que conquisten a los votantes. Esto está para alquilar balcón y eso que apenas comienza.
Fotos: Israel Romero y Júnior Santiago / Archivo / EL TIEMPO