Había visto antes una caravana vallenata. La que se hizo con el lanzamiento del disco que grabó Diomedes Díaz el año pasado. Estuve presente en una reunión de "diomedistas"  y percibí la preocupación que tenían a la víspera por la respuesta de la gente. Tenían que paralizar la ciudad o sería un fracaso para la la fanaticada.

En contraste, no percibí preocupación en la caravana de Luifer Cuello y Manuel Julián, con la que lanzaron su disco Inigualables. Debió ser porque ni ellos mismos esperaban una respuesta tan grande. No tenían sobre los hombros el peso de estar obligados a convocar gente como la caravana de Diomedes. Además, a diferencia de la otra, los artistas estaban presentes y, encima, uno de ellos competía por el título de rey vallenato.

Por la mañana, la barra de Manuel Julián estaba formadita ocupando un extremo de la Plaza Alfonso López. Estas barras son curiosamente ordenadas. Toman una esquina y se agolpan con sus camisetas y sus abanicos de cartón y sus pendones, en espera de acercarse a la tarima cuando llaman a su favorito.

Por la tarde, el acordeonero estaba subiéndose a la Kenworth azul y amarilla desde la que como fórmula musical de Luifer Cuello, tenía que saludar a la gente. Luifer subió después, a eso de las 4 y algo, apareció a reclamar su camiseta verde limón. Él, "Mane" y su representante, "Genovevo", iban del mismo color. Pero alguien, no sé si fan o amigo bromista, le jaló la camiseta y Luifer se fue corriendo detrás. Pronto recuperó su atuendo de lanzamiento y se subió a la tractomula. Con él se subió el periodista Camilo Montoya al que saludaban por igual las muchachas, por donde pasaba la caravana.

Fernando López, Álvaro Picón y Martha Ángel, de Codiscos, me invitaron a participar del asunto y nos subimos los cuatro. Antes de encaramarnos y sufrir unos cuantos remezones, vimos la fila de carros que esperaba la partida. Era inmensa. Motos y bicicletas también iban a participar, estas irían a los lados del carro principal. Obviamente, la música del nuevo disco de Luifer sonaba a todo volumen.

"Esto es como una campaña política", dijo alguien. Y sí, no solo por el camino veíamos murales con los nombres de Luifer y Mane, sino que las motocicletas estaban decoradas con sus imágenes, abundaban las camisetas estampadas con sus nombres y aún así, había amigos furiosos porque no alcanzaron a obtener una.

A medida que la caravana avanzaba, los acompañantes de Luifer lanzaron algunas camisetas a los que venían a los lados, también se regalaron botones. A veces daba angustia, por ejemplo, cuando un chiquillo en cicla intentaba alcanzar uno de esos recordatorios y siempre lo recogían otros.

Los motocilistas se la ingeniaron para seguir el ritmo de la música haciendo corcovear us motos. No hubiera querido cambiar de lugar con una jovencita que iba de parrillera de uno de esos motobailarines. Pero, al parecer, sufría feliz los saltos del baile. Cosas de los fans. Así pasaron las casi tres horas que duró el trayecto (como a 5 km por hora).  Luifer repartió besos voladores entre sus admiradoras y saludos a los amigos que esperaban a la caravana en las esquinas y se iban sumando en esta fiesta ambulante de celebración.

También allí había otros periodistas de Caracol Valledupar, que filmaban y hacían entrevistas. A uno de ellos, que tiene más parámetros de comparación que yo en materia de caravanas, le pregunté su opinión acerca de la jornada. Dijo que había superado las expectativas, que una convocatoria como esta no la tenía ya Diomedes, ni Oñate. Y de paso me dijo que pusiera cuidado, que en los años venideros, era posible que hacer caravanas de lanzamiento durante el Festival se pusiera de moda, en vista de que Luifer y Manuel Julián fueron los primeros.

Nos bajamos de la tractomula en la entrada del Parque de la Leyenda. Allí, Luifer era una de las estrellas de la noche.

Fotos: Liliana Martínez Polo / EL TIEMPO