Acordeoneros  exóticos. Fue el primer artículo que me pidieron, cuando me enviaron al Festival de la Leyenda Vallenata, en el 2003. Preguntando llegué a Antolín Arias que había concursado todos los años sin llegar a nada (iban en la edición número 36). Después me presentaron a Alberto ‘Beto" Jamaica. Era exótico por ‘cachaco’ y porque, a pesar de eso, tenía seguidores muy costeños y de la zona del Valle de Upar.

Era su décimo intento y lo veían como un infaltable de la competencia, pero nadie daba un peso porque  fuera rey vallenato. Fue el año de Ciro Meza Reales. Después del fallo, a la madrugada, salía de la Plaza Alfonso López, cuando alguien me tomó del brazo.

Era Jamaica. Estaba triste. Me había contado su historia y quería desahogarse. Pasó de empleado de construcción a músico en tabernas y estudios de grabación. Su orgullo era tener el respeto del público de Valledupar sin necesidad de llevar en su sangre un solo gen de dinastía vallenata. Alguien le había revelado (no sé si para consolarlo o deprimirlo más) que había estado a punto de quedar entre los finalistas y lo habían sacado a última hora. Por eso, el bogotano prometía no volver jamás.

Lo dejé allí. Pero no lo olvidé. Me caía simpático, quizás por su sonoro nombre y quizás por compartir el rótulo de cachacos. Un año después lo encontré en la misma plaza. La rabieta le había durado dos meses. Estaba sonriente y más convencido de que esta vez se iba a quedar con la corona. Ese año tampoco pasó nada. Harold Rivera se alzó con el título sin que nadie mencionara a Jamaica entre los favoritos.

Las cosas cambiaron el año pasado. A punta de interpretación, llegó a las semifinales convertido en favorito. Pero no le apostaban de a mucho. Sin embargo subió a la tarima del Coliseo y quedó de cuarto. Poco a poco, el acordeonero de Otto Serge iba despejando las dudas de la gente.

El sábado previo al Festival 39, el 22 de abril, Jamaica estabe entre los que abordaron el  primer avión a Valledupar, sonrió diciendo que no fallaría jamás. Porque ascender en el Festival era como una carrera, porque para él concursar era más importante que cualquier gira internacional que pudiera tener con Serge. Porque él también quería hacer nombre, seguir escalando en su carrera musical y ser rey vallenato era un proyecto que no iba a abandonar.

A la llegada lo esperaba su propio cajero, Wilson Rodríguez. Mientras acomodaban sus maletas en el taxi, aguien señaló las cajas donde guardaba los acordeones: "Estos son los del rey".

Fue cuando le pregunté cuantos llevó. Y con una sonrisa tímida y una voz aún más suave dijo: “Cuatro son suficientes para ganar”. El cajero Rodríguez también daba confianza. Es uno de esos músicos tradicionales que se le apuntan a acompañar acordeoneros sobresalientes, que tienen opción para la final. En materia de acompañamiento, Jamaica estaba en buenas manos.

A Jamaica le tomamos algunas fotos para EL TIEMPO en los artículos de la semana pasada. Aunque, debo confesar que en esta final, cuando solo quedaban cinco concursantes, tenía el corazón dividido en tres: Sergio Luis Rodríguez, Manuel Julián Martínez y Jamaica.

Que "Beto" Me disculpe por la poca fe, pero también fui de las que creyeron que iba a ganar Sergio Luis. El público lo aplaudió tanto, casi lo pedía como ganador. Y Manuel Julián se lució de tal manera con La puya puya, que dejó a mis colegas de otros medios impresionados.

Sin embargo, antes del fallo, había razones para creer que el ganador podía ser Manuel Vega. Había sido un contendor de respeto y los conocedores decían que Sergio Luis había soltado alguno que otro pase de caseta (es decir, se había escapado de los cánones tradicionales exigidos por el concurso).
Unos 20 minutos antes de que se diera a conocer el nombre del Rey Vallenato 2006 en el escenario, Telecaribe dio la noticia por televisión. La gente no lo podía creer. Podía ser un error. Ya alguna vez se había soltado un nombre, se había celebrado y se había coronado a otro.

El cantante puertorriqueño Rey Ruiz subió a cantar e iba como en la tercera canción cuando el presentador del Festival anunció en voz alta el fallo:

Tercer lugar: Sergio Luis Rodrìguez

Y el público gritó: "¡Noooooooooooooo!" al unísono.

Segundo lugar: Manuel Vega.

Primer lugar, rey vallenato 2006: Albero Jamaica Larrota.

La sorpresa dejó mudo al coliseo por un instante que le dio paso a un aplauso de respeto y complacencia. Nadie podrá decir que Jamaica ganó injustamente. Es más, el consenso general dice que se lo merecía. Cinco minutos después el nuevo rey se ahogaba entre un enjambre de periodistas enardecidos. Ahora que era rey se veía más sencillo que nunca.

Una hora después salía en silencio del coliseo, acompañado de amigos que lloraban de la emoción. Entre ellos estaba Germán Villa que no dejaba de contar cómo él y otros de la barra habían hecho una vaca para hacer que un grupo de fanáticos de Jamaica de escasos recursos pudieran entrar a la gradería y hacerle barra al acordeonero en cuanto subiera a la tarima y cómo habían hecho colecta para que el conjunto típico que concursó estrenara pinta esa noche. No se cansaban de repetir que siempre tuvieron fe.

Eran las 4 de la mañana cuando los amigos, al verlo salir a pie y tan sencillo como cualquier parroquiano, decidieron sacarlo del Parque de la Leyenda en hombros. Al fin y al cabo era el nuevo rey vallenato. La gente que los vio salir, al reconocerlo, lo saludaba con admiración.

Entrevista con Jamaica

“El amor por el vallenato nace desde que era muy niño. Tenía unos 5 años cuando empecé a escucharlo. Mis hermanos oían baladas, salsa y rock. Se oía uno que otro vallenato por casualidad, pero se me metió en el corazón”, dijo Beto Jamaica sobre sus comienzos musicales.

“De niño tenía la curiosidad de ser músico –agregó-. A los 4 años cogía los tarros de aceites, que entonces eran metálicos, y me los ponía en las piernitas. Cogía dos palitos y tocaba. Mi mamá me regañaba porque manchaba la ropa. En mi casa no había televisión y nunca había visto una batería, pero fíjate en lo que hace el amor”.

¿Cómo llegó al acordeón?

Después quise ser cantante y me hice amigo de un vecino del barrio, que tenía acordeón. Yo cantaba y él tocaba, pero él tenía un problema. Cuando había acompañamiento se atrasaba y tuve que corregirlo muchas veces. Entonces le quitaba el acordeón y le decía cómo tocar pedacitos. Sin embargo, yo no sabía. Después hubo un problema con ese muchacho y conseguí otro acordeonero. El primero, celoso del segundo, decidió enseñarme para que yo no necesitara al nuevo. Tenía entonces unos 20 años.

Pero, no siempre se dedicó a la música…

Era muy duro no tener un acordeón. Había dejado botados los estudios y mi papá me puso a trabajar en construcción. Viví de ayudante varios años, después me volví contratista. Con ahorritos que hice y vendiendo cosas de adolescente: casetes, bicicleta, compré el primer acordeón.

¿Uno nuevo?

Era un segundazo en muy buen estado. Además me lo vendió un amigo que me decía que yo tenía oído para el acordeón. Empecé a estudiar todos los días.

¿Cómo decidió presentarse al Festival Vallenato?

La verdad, al comienzo me aprendí solo cinco canciones. Una orquesta me encontró y me metió. Me ponían a tocar mis cinco canciones en cada baile. Fue cuando sentí la necesidad de aprenderme una sexta y una séptima canción. Me tocó prepararme a las malas. Cuando tuve mucho repertorio, fui a otro grupo. Y pasé de grupo en grupo. Un día un amigo que ya falleció, un boyacense que fue rey aficionado en Villanueva, me escuchó y me dijo que concursara.

¿Y se fue de una a Valledupar?

No. Pensaba que me faltaba mucho para eso. Él me aconsejó: "Escuche a Emilianito y a Colacho, siga su ejemplo". Le hice caso y probé en el Festival de Madrid (Cundinamarca) Gané la segunda vez que me presenté. Entonces me fui a Valledupar.

¿Cómo vivió los momentos antes del fallo?

Me asusté cuando me mandaron de primero. Dije: "Ah, como el año pasado, no voy a quedar de nada, pero voy a tocar lo mejor que pueda".

Recuerdo que alguna vez dijo que no volvería a concursar más…

Duré pensándolo unos dos meses. Peor la gente me convenció, me decían que hice buenas cosas. Hay tanta gente que me quiere y me ha apoyado. Son ellos los que me entusiasman y por eso siempre regresé.

¿Tenía el temor de llegar a un punto de verse como concursante eterno sin esperanzas?

Era preocupante, pero en cierto modo, como no he sido tan reconocido, aguanta. Pero si había pensado que en un momento dado habría tenido que retirarme. Para no ponerme cansón. Le tenía pavor a eso, pero como no he hecho todavía algo que me hiciera popular y famoso, no perdía nada con presentarme y no quedar de nada.

El año pasado, la final fue una sorpresa. Este año, ser rey parecía imposible. ¿Escuchó la barra de Sergio Luis Rodríguez?

Sentía la fuerza de la barra, el grito de la gente. Tenía temor por eso. Pero, musicalmente sabía que no me podía hacer mucho daño, porque él fue rey infantil dos veces, pero no volvió más. Y como está dedicado a lo moderno, a su nueva ola, de pronto le faltaba. Yo llevo muchos años aquí. Cuado se aceleró al tocar la puya, dije: “Ahí estuvo la falla”.

La puya que usted interpretó: “Toca cachaco” se la compusieron a usted…

Un amigo, analizando lo que había hecho en el Festival, me la compuso y la mandó. A mí me dio risa. Me daba temor presentarla, no me da pena ser cachaco, pero si me parecía que a los amigos costeños no les gustaría. Y sin embargo, la mostré en los ensayos y todos me dijeron que era lo mejor que traía.

¿Y cómo dice la puya?

“Toca cachaco, que tú sabes tocar –canta-. Tú tocas el vallenato, vallenato de verdad. El cachaco en tarima, sí señor, que se ponga las pilas el contendor. En Bogotá hablo cachaco porque soy del interior, pero aquí hablo vallenato con la nota ‘e mi acordeón. Toco paseo y son, toco merengue y puya y sin hacer tanta bulla soy un grande del folclor”.

Al oírlo, los amigos cercanos, que presenciaron esta entrevista, empezaron a aplaudirlo.