Al frente de la casa está su madre, Nevis Troya, la eterna musa de las canciones de Miguel Morales, su esposo. ¡Es igualita a Kaleth! Más bien, Kaleth era su imagen.
No acaba de saludar cuando llega un grupo silencioso, en pinta de turistas, que posa tras ella para una foto que toman como souvenir. Dicen: "Gracias" y se van.
La romería comenzó al día siguiente del concierto de Kaleth en el Parque de la Leyenda, dice ella. Puso al público a sus pies y llegaban a felicitarlo. Este año buscan sus recuerdos. A veces, Nevis los deja entrar hasta el garaje donde hay una galería de fotos familiares. En la mayoría está él. Aunque ahora hay un afiche de Los K Morales, el grupo que nació de la tragedia, en el que los hermanos (el que estuvo en coma y el que escondía una voz igual a la del cantante fallecido) retomaron su legado.
Nevis también es célebre. “Lo nuestro no puede terminar solo porque yo me porte así. Cuál es el hombre fiel ante mí, Nevis, que tú me lo puedas presentar”, reza la canción No puedo cambiarte, de Miguel Morales.
Se casaron hace 23 años. Miguel, hablador y risueño, cuenta su versión: "Ella se puso a perseguirme, porque yo sí he sido presumido, tú sabes, un tipo simpático como yo".
La primera vez que se vieron, en una fiesta, Miguel estaba por casarse con una cachaquita. "La vi a ella, parecía una avispita, con un culito bien paradito, caminando todo coquetito –dice el cantante-. Y me gustó la morena y comencé a molestarla. A ella le decían cosas: "Te vi que estabas con Miguelito". Y ella respondía: "¿Yo? ¿Con ese negro? ¿Y a dónde?"
Miguel terminó con la novia que tenía. Y le dio a Nevis ocho días de plazo para aceptarlo. Ella se escondió, pero aceptó. Después de un año de noviazgo, él le dijo: "Te quiero, ven pa’ la casa". Amanecieron donde una tía. Luego, Miguel fue a su padre y le dijo: "Me saqué esta muchacha". Desde entonces están juntos.
Un año después nació Kaleth. Su nombre salió de La Biblia.
"Nació bajo la pobreza, no de pedir limosna, pero no estábamos listos. No teníamos casa" cuenta el padre. Miguel era chef profesional, un cocinero que soñaba con tener un restaurante. El canto era pasatiempo, pero fue suficiente para que el acordeonero Omar Geles lo buscara. Juntos formaron el conjunto que más tarde se llamó Los Diablitos (la unión de los dos músicos duró siete años).
Al nacer Kanner, de 20 años, la situación mejoraba. Si un año atrás usaron las sábanas para hacer los pañales de Kaleth, Kanner recibió de regalo un juego de cuarto rosado, porque la ecografía indicó siempre que era niña. Lo único que no cambió fue el parto en la casa. Nevis se sentía fuerte para recibir a los hijos en la cama donde los había concebido.
"Keiner nació con la cabeza desfigurada –dice Miguel-. Nevis recostaba a Kanner de un lado, justo donde el bebé tenía la cabecita y se la apangó toda. Yo me quise volver loco. "¡Mi hijo nació fenómeno!", grité. La comadrona dijo que me saliera, que le iba a arreglar la cabeza". Una hora después, Keiner era tan normal como sus hermanos.
Después siguió un embarazo de mellos (mellizos). Se iban a llamar Kaele y Keus. La pareja andaba en moto y un accidente hizo que Nevis abortara los niños. "A los seis meses ya estaba embarazada otra vez. Como no teníamos televisor", agrega Miguel. Y llegó Eva Sandrith, de 13 años.
La familia vivió de la música. En grabaciones de Miguel se escucha algún coro de Kaleth adolescente. Al crecer, el chico se haría compositor y productor musical. Su primer éxito local, El guante, iba a ser grabado por Kanner. "Tú no vas a grabar nada, te vas para Bogotá a presentarte a la universidad", le dijo Miguel. Sin quien la cantara, Kaleth puso la voz. Fue el comienzo de su brillante carrera.
Al hijo mayor se lo disputaron las casas disqueras. La nueva ola vallenata avanzaba más o menos cadenciosa hasta que Kaleth irrumpió para darle el impulso. A medida que subía como artista, el padre retomó la cocina: “Empezaron a llegar invitados y yo tenía que cocinarles”.
Después vino el accidente.
Muerto Kaleth y con Keiner en coma, Miguel pensó en tirarse del piso 12 de un edificio. Iba para el entierro del hijo mayor, cuando le avisaron que Keiner estaba broncoaspirando. No le dieron esperanzas. Se arrodilló y le prometió a Dios, que si lo salvaba, se retiraría de la música en cinco años. Pero, antes, le dedicaría un par de álbumes de alabanza. Al regresar del sepelio, el estado de Keiner parecía haber mejorado. Pero sobrevino un infarto. Miguel, colado en la clínica gracias a una antigua compañera de estudios de Kaleth, alcanzó a ver cómo intentaban reanimarlo. Volvió a arrodillarse. Volvió a pedir y Dios lo escuchó.
"Aprietame la mano si oyes a tu papá", le dijo a Keiner quince días después, cuando regresaba del coma. Keiner lo hizo y comenzó a mover las piernas. Aún había peligro de que quedara con problemas y Miguel volvió a pedirle a Dios que le hiciera el favor completo.
Y lo hizo. Si Dios lo permite, en el 2010, Miguel Morales grabará su último CD y se despedirá con 25 conciertos.
El despertar de Keiner
Lo último que recuerda Keiner Morales de la tarde del 23 de agosto, fue que él y Kaleth almorzaron juntos en Plato (Magdalena). Los allegados creen que iba dormido cuando la camioneta se volcó. Siguió el drama del traslado de Kaleth y su muerte a la mañana siguiente en Cartagena.
¿Pero no preguntaste?
Sí, pero me lo negaban. (El encargado de darle la noticia fue el psicólogo Rafael Narváez, amigo de la familia). Cuando uno se despierta de un coma queda como despistado. A veces decía cosas que no habían pasado. Hablaba enredado con la gente y cosas que no tenían coherencia ni nada. Cuatro meses pasaron, hasta el 23 de diciembre, para que me recuperara. Desde entonces, cero pastillas, jarabes, cero todo".
Como el resto de la familia, Keiner lloraba todos los días. Había sido el corista de su hermano. Cuando recuperó la consciencia le dijeron que tenía que pararse a cantar. Lo esperaban Kanner y el acordeonero JuanK Ricardo para comenzar con Los K Morales.
"Fue por un sueño de mi hermano –explica Kanner-. Cuatro días antes del accidente, le dijo a su mejor amigo que quería que fueramos cantantes como él. Que algún día conseguiría que grabáramos en la misma disquera, Sony BMG. Cuando me entero de ese sueño, que particularmente también era mi sueño sin contárselo a nadie, descubrí que tenía que hacerlo. Es que el único que conocía bien mi talento era mi hermano Kaleth”.
Kanner le dijo adiós a la medicina. Esta vez Miguel no estaba para impedirlo. Vio zapatear a Kaleth cuando lo enroló en la carrera que no quería, porque soñaba con cantar o ser aviador.
“No me opongo esta vez, porque no voy a luchar contra la corriente. Kanner y Keiner llevan la música en la sangre. ¿Qué más me toca? ¡Apoyarlos! La historia continúa, la dinastía avanza, los Morales estamos para seguir adelante”.
No ha sido fácil el camino siguiente. Kaleth dejó canciones regadas por el Valle de Upar y más allá. Algunas se usaron para su disco póstumo, Único. Otras se usarán para el álbum Seguimos con lo nuestro, de Los K, que está por salir.
La familia sigue recibiendo visitantes, encontrando medallas y camisetas con la imagen de Kaleth en los comercios. "Da duro, pero a la vez da orgullo –dice Miguel-, porque el hijo vive en los corazones. El comercio explotó la muerte de mi hijo de tal forma que lo encuentro en llaveros, medallas de plata, afiches, almanaques, cachuchas. El otro día me llamaron a decirme que iban a promover unos zapatos marca Kaleth. Lo importante es que mi hijo siga viviendo en todo aquel que lo quiera".
Kanner ahora es la nueva voz de Vivo en el limbo. Por lo pronto, Los K son los chicos más resguardados de la historia. No pueden salir del perímetro de la ciudad sin que Miguel esté al tanto del kilómetro en que andan o a qué pueblo llegaron. Nevis quería irse con ellos a todas las giras, "pero la vida del músico no es para ella", sentencia Miguel. Por eso les puso la tutoría de quien fue su propio manager: Eliécer Vargas.
Es el momento de pasar a hablar de lo que viene. La atmósfera a la luz del día es alegre. Eva Sandrith, vanidosa, se niega a fotografiarse sin peinarse. Nevis dice que la niña también canta, aunque está en edad de negar el vallenato: le gustan el pop y el reguetón.
Kanner y Keiner, unidos en los K, hablan de la ventolera que los llevó a pintarse mechones rubios, y de la canción que tienen: La misma mujer. Se miran, se ríen, se hacen señas y dicen que, enamorarse de la misma chica es algo que no les ha pasado.
"Después de lo que sucedió –agrega Kanner- hemos tratado de mantenernos siempre en familia. Kaleth tomaba solo sus decisiones. Pero aprendimos a pensar cada decisión pensando en cómo afectará a la familia. No dejar que mi papá o mi mamá decaigan. Unidos vamos para adelante".