Cuando sonríe, Ronald Urbina parece todavía más joven (cumplió 24 años el mes pasado). Tiene rasgos angelicales y una sonrisa que uno no sabe si esconde timidez.

Aunque tenía ya recorrido un camino como acordeonero y productor, su nombre saltó a la luz el día del año pasado en que Jean Carlos Centeno lo presentó como su compañero de fórmula en su camino como solista. Después, el cantante incorporó a su grupo a José Fernando ‘El Morre’ Romero. Y ahora hacen un trío en el que Centeno ha decidido distribuir las cargas por igual, para evitar rivalidades: Romero y Urbina graban en el disco el mismo número de temas, y en los conciertos, se alternan las canciones.

El relato de su historia va acompañado del ritmo de su risa y cuenta con gracia, casi escena por escena:

Era el día de los regalos, Ronald, el más pequeño de tres hermanos, tenía 7 años cuando sus padres decidieron regalarles a los mayorcitos un par de instrumentos musicales. Al mayor, Chel, le dieron un acordeón. Al otro, una caja. Y a él una flamante guacharaca. “Que ni era guacharaca, era un tubo de PVC con ranuritas. De seguro –se ríe- dijeron: este, como es el menor, juega con eso”.

Pero el acordeón se quedó con su corazón. Y aprovechada cada descuido de Chel para tratar de sacarle música. Con las melodías llegó la fiebre. De pronto, la familia Urbina tenía dos acordeoneros que iban a las parrandas. “Y tocábamos los dos. Pero como que la gente veía más encanto en mí”, al decirlo va bajando el volumen de la voz, como para conjurar cualquier vanidad.

Chel se fue a prestar el servicio militar y le dejó el acordeón. Al marcharse, los dos hermanos estaban a la par. Cuando volvió, Ronald lo había superado. Las ganas de ser oído lo llevaron a mostrarse en festivales de pueblos vecinos, y por supuesto, en el de su pueblo, San Juan del Cesar, que premia a los compositores vallenatos. Pero para llegar a ese pasó primero por festivales aún más chicos. La gente lo iba viendo y no había para él nada más agradable que ver cómo les iban cambiando las caras con la música. Y cuando concursaba, se acompañaba siempre de su hermano el que recibió la caja de regalo: Rafael Urbina.

A los 14 era el acordeonero de planta del Festival de Compositores. “No era fácil. Estás todo el día tocando a la par con los cantantes. Se llamaba al compositor a la tarima y hacían que yo lo siguiera. A veces alcanzaba a oír la canción antes, otras veces me tocaba seguirlo por oído, por instinto”. Y lo lograba.
No lo hacía por necesidad, salvo que fuera la de ser oído; sino por amor a la música. Los padres lo aplaudían: “Eso del niño pobre que tuvo que hacerse músico para comer: No. Esto fue goma, ganas de tocar y tocar y tocar”.

De los festivales pasó a acompañar otros músicos. Tico Mercado lo llamó para sus presentaciones y terminaron grabando un CD. Luego pasó a trabajar con José Luis Carrascal y compartieron el éxito de la canción ¡Cómo duele el frío! Alcanzó a hacer un semestre de música en Bucaramanga y fue el productor del disco de Luis Egurrola que salió el año pasado. Esta labor tampoco le es desconocida, de los 17 años empezó a colarse en los estudios de Omar Geles, primero a ver cómo se hacía una producción. Y empezó a opinar. “Pronto vi que mis opiniones eran valoradas y seguí trabajando”.

Entonces apareció Jean Carlos Centeno.

Se habían conocido antes, tocando en San Cristóbal (Venezuela), cuando todavía Ronald acompañaba a Carrascal. “Decidimos ensayar y ahí surgió la idea de la unión que vino a concretarse este año”. Su primer concierto con Centeno fue en La Fe Music Hall de Monterrey (México), en el primer concierto del cantante como solista. Debe estar celebrando, el disco de Jean Carlos, Ave libre, ya está a disposición del público.

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