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Las entradas y salidas de la clínica se han vuelto la rutina de Rafael Calixto Escalona Martínez (1927), el compositor emblemático del vallenato, recordado por clásicos como La casa en el aire, El testamento y Elegía a Jaime Molina.

 
 
Según su mujer, Luz Marina Zambrano, Escalona (1927) pasó prácticamente todo diciembre en el hospital. Salió el 22, pasó la Navidad con sus allegados en Bogotá y lo volvieron a internar el 26 de diciembre pasado. Desde entonces, el autor ha estado en la clínica Shaio pasando de la habitación a la unidad de cuidados coronarios varias veces.
 
«Ayer pasó un buen día -dice Zambrano- pero hoy lo volvieron a llevar a cuidados coronarios. Esta vez es la mayor preocupación que me ha dado».
 
Agrega que, durante estos días el maestro ha estado consciente: «Gracias a Dios, la memoria no le falla. Ahora esperemos que se recupere de esta descompensación cardiaca».
 
Según Zambrano, Escalona está pendiente del resultado de una tutela que puso para que le fueran pagadas las regalías de sus canciones. Dice ella que actualmente vive de las ventas de su libro ‘La casa en el aire’ y de la comercialización de los sombreros diseñados y firmados por él.
 
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A continuación, les dejo un artículo publicado en EL TIEMPO a finales del 2008, que se escribió cuando Escalona estaba a punto de ser homenajeado en Bogotá, por los cantantes más importantes del vallenato, en una parranda que fue postergada indefinidamente. El título original era: ‘Escalona esperando su parranda»
 
Escalona, esperando su parranda
 
Rafael Escalona se enternece con el tiempo. Habla pausado, su voz es baja y sus relatos perdieron algo de la musicalidad que solían tener.
 
Siempre ha sido protagonista del vallenato y de sus festivales, en los que solían verlo whisky en mano, atendiendo alguna parranda, o muy solemne en las ceremonias inaugurales. Le han hecho muchos homenajes, como el del Festival de la Música Colombiana, en Ibagué, hace un par de años. El más reciente fue en septiembre del 2008, en Villanueva (La Guajira), en el que apenas apareció en la ceremonia de homenaje, en medio de la ola de rumores de que no asistiría, por su salud.
 
Ha pasado mucho por la clínica en los últimos meses. Se ha mejorado tantas veces que Luz Marina Zambrano, la mujer que está a su lado desde hace seis años, dice con frecuencia que «el maestro es un roble».
 
No importa si salió de la clínica un día antes, Escalona siempre viste abrigo, corbata y ese sombrero emblemático suyo, que mandaron a hacer en serie, con su firma estampada, para comercializarlo. Así estaba en la sala de su casa, a dos días de salir del centro médico. Sus mejillas estaban más escondidas y se levantó de la cama para la entrevista.
«Se me quebraron tres costillas -dice el maestro-. Salí del cuarto y me enredé con el cable del aire acondicionado. Tengo que esperar cuarenta y pico de días. No hay remedio ni inyección ni pomada. Lo prohibieron. El sábado fui a almorzar con unos amigos y me dio una arritmia cardiaca».
 
Y empieza el tema del vallenato, al que Escalona compara con uno de sus tantos hijos, tiene 34. «A uno le encanta que desde pequeños sean buenos y se hable de ellos por lo bueno, no por lo dañino». Trae a cuento su malestar porque muchas de las letras de sus canciones han sido deformadas, pues él nunca ha vuelto sobre una canción suya para revisarla. «He sido abandonado en eso. Un día Luz Marina me preguntó por qué no escribía mis canciones. Y es que antes, cuando uno iba a registrarlas, se ponían una o dos estrofas. A veces veo cancioneros y cuadernos con cantos de Escalona en los que aparecen desfiguradas. La gente cree que he sido organizado, pero nunca he tenido un conjunto, ni he cantado, ni he grabado discos. No he vivido de la música»
 
Escalona quiere hablar de la influencia de su padre, Manuel Clemente Escalona, que en su natal Patillal, leyéndole el periódico, le enseñó lo que era una crónica. Y él sintió que podía hacer lo mismo: crónicas, pero cantadas. Luego, recuerda a su madre, Margarita Martínez, que hablaba cinco idiomas, porque estudió en Europa:
 
«Era la sobrina de uno de los primeros obispos de Colombia, el obispo Celedón, que se carteaba con el papa», anota.
 
El compositor vallenato estudió en Valledupar junto con Jaime y Hernando Molina. Y sonríe recordando que en esa época los llamaban «los tres cimarrones», porque venían de un pueblo obsesionados con lo grande que les parecía Valledupar y la necesidad e estudiar más para destacarse.
 
«Fui al bachillerato en el Liceo Celedón. No pude seguir por la vista. Me dieron un golpe jugando fútbol y me debilitó el nervio óptico. Me quedé haciendo ganadería. Luego vino el algodón y me dediqué a eso», cuenta.
Después, fue secretario privado de Alfonso López Michelsen, cuando este fue gobernador. Y aceptó ser cónsul en Panamá, cuando López subió a la presidencia de la República.
 
«Tenía que defender con la distancia mi pellejo -explica Escalona, sobre el motivo que lo llevó a vivir a Bogotá-. Así se decía cuando la violencia estaba tan fuerte que la gente debía irse. Yo no lo hice por las balas, si no por el whisky, porque en mi tierra se tomaba mucho trago. Tenía que tomar con todo el mundo. Tomaba con el que quería y con el que no quería».
 
En Bogotá adquirió nuevas amistades, entre esas, la del presidente Uribe -cuenta- que lo nombró asesor cultural de la presidencia. Siguen pidiéndole canciones, por ejemplo, Jorge Celedón va a estrenar una canción suya en su próximo disco. Escalona no se las entrega a cualquiera:
 
«No puedo estar dando canciones mías para que me las desfiguren -dice-. Hay músicos que les ponen su arte, adornos, pero unos lo dicen más bonito que otros. Si quieres ser elegante, en vez de ratero, dile, «ratero honrado» -hace alusión a la letra de La custodia de Badillo, composición suya-.
 
Una foto de Escalona con Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, en medio de una sala llena de cuadros, condecoraciones y trofeos, entre ellos el Grammy de honor que le dieron en el 2006, hace recordar que él les daba sus canciones a sus amigos músicos para que las difundieran, porque nunca aprendió a tocar acordeón. 
 
La historia es conocida: No aprendió porque el sobrino de un obispo no debía aprender a tocar un instrumento tan popular. El maestro corta la charla: «Amor, me encantaría hablarte bastante, pero estoy tan averiado que me canso del corazón. Tengo que colgarme esto -se cubre la cara con una máscara imaginaria-. Para hablarte me quité el oxígeno».
 
De despedida, Escalona reitera que es quien tiene más condecoraciones en Colombia. «Tengo las cruces de Boyacá que no tiene ningún otro». Y pide que se hable de la parranda de homenaje. Luz Marina insiste en que el maestro ha puesto gran ilusión en ese evento.
 
Esa misma tarde, el maestro Escalona volvió a enfermar. Y los organizadores de la gran parranda la aplazaron indefinidamente.  
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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