Escalona vivía todavía en el momento en que tomé el taxi que me alejó de la clínica Santa Fe, en Bogotá.

Me fui, pero me llevé la imagen nítida de su hijo Clemente, que es su vivo retrato de juventud, sentado en uno de los sillones de la larga sala de espera adyacente a cuidados intensivos. No había podido despedirme de Ada Luz, la hija mayor, la primera que tuvo con su esposa, Marina Arzuaga ‘La Maye’, porque entró a verlo a eso de la una de la tarde y aunque a las 3:30 se asomó para decir que ya salía, se quedó junto al lecho de su padre.
En la puerta de la clínica, su hijo Rafael Escalona Bolaño respondía una entrevista a un periodista que no dejaron entrar a la Clínica Santa Fe. Le dije que volvía al periódico y él respondió: «Los médicos me llamaron hace unos minutos. Él está peor. Ve a cumplir con tu deber».
Rafael Calixto Escalona Martínez fue hospitalizado desde el lunes 4 de mayo. Aunque podría decirse que estuvo desde antes, porque solo pasó dos días en su casa, desde que lo dieron de alta por última vez y su regreso a la sala de cuidados intensivos. A lo largo de estos nueve días tuve comunicación telefónica con Taryn, una de sus hijas y con Luz Marina Zambrano, la mujer que vivió junto al compositor durante sus últimos ocho años de vida, cuyas hijas hoy llevan el apellido Escalona.
Hablé con Zambrano dos días atrás, cuando sugirió que en lugar de esperar la muerte hiciéramos una cadena de oración, «porque Dios escucha» Después de decírmelo, me pasó a su hija Carolina, que estaba promoviendo, junto con Rodrigo Obregón, un concierto de homenaje con grupos musicales colombianos como Tinto, Wamba, Sin Ánimo de Lucro, Majua y otros más en el Teatro Ástor Plaza, para el jueves.
Obregón mismo me dio, el martes 12, los datos del concierto. Era un evento «a beneficio» de la Fundación Rafael Escalona que encabeza Zambrano. «Estamos, tristemente, en una carrera contra la muerte -me dijo-, tratando de cumplir con el último sueño del maestro».
-¿Cuál es ese sueño? -le pregunté.
-Pues, recuperar sus obras.
Después hablé con el general (r) Manuel José Bonnett, por teléfono, puesto que en los últimos meses visitó al compositor vallenato con frecuencia y fue una de las personalidades que lideró el movimiento de opinión que apoya la recuperación de las obras que Escalona negoció con Edimúsica. «Escalona me pidió que abriera puertas y yo lo que quiero es una ley que declare la obra del maestro como patrimonio nacional», me dijo. ,De paso, me aclaró que él no pertenecía ni hablaba a nombre de la Fundación Rafael Escalona y dijo que en el tema de la tulela, Luz Marina y sus hijas no estaban solas, que ahora tenían una prestigiosa firma de abogados que se había unido a su causa como consecuencia de la entrevista que Escalona le dio a Yamid Amat. No me habló de los hijos del maestro.
Fui a la clínica, el martes 12 de mayo por la tarde. Buscaba la opinión de los hijos del maestro. Taryn estaba en Valledupar, muy afectada, y me remitió a su hermano «Rafa». Fue él quien me recibió en el lobby de la Fundación Santa Fe, un día antes del fallecimiento de su padre.
‘Rafa’ me presentó a Ada Luz, la mítica Ada Luz de ‘La casa en el aire’, a la que siempre quise conocer. No querían saber de conciertos de homenaje de ninguna clase, mucho menos uno a beneficio. ¿A beneficio de qué si a su padre no le faltaba nada?
Negaron esa idea que quedó en la mente de muchos colombianos cuando su padre le dijo a Yamid Amad que no tenía para un entierro digno, a pesar de que vivía en una casa de Santa Bárbara, «un barrio donde no vive ningún bogotano pobre», dijo el hijo, y que nunca pasó necesidades.
Lo negaban e insistían en que a su padre no le preocupó nunca la plata, aunque la tenía, y que aún si no la tuviera, cualquiera de ellos estaba en condiciones de responder por su padre.
Los hijos habían quedado dolidos por sus declaraciones y por las iniciativas surgidas después con la intención de «darle un entierro digno», habían guardado silencio por respeto, me explicó, porque no querían vivir con el remordimiento de haberlo contrariado en sus últimos días. Pero, en esas últimas horas, decidieron contestar a las preguntas que su padre mismo sembró en la opinión pública (consigné su sentir en el comentario anterior de este blog).
Rafael había decidido atender a los periodistas, lo mismo que Ada Luz, aunque le cedía la palabra a su hermano, porque sabía que era lógico que se informara de la despedida de un grande.
No fue fácil volver a la clínica esta mañana. Rafael Jr. me presentó esa mañana a Clemente, que también vino desde Valledupar a despedir a su padre, y a Berny, el hijo notario. Estaban con Ada Luz, sentados en los sofás de las salas de espera.
Era de mañana, así que no había empezado la romería de gente -amigos y familiares- que solía llegar por las tardes, como la señora humilde que un día atrás fue a llevarle al maestro una imagen de la Virgen de la Salud en nombre de su hijo muerto que en vida veneró al maestro o como los que querían llevarle serenatas. La señora, cuyo nombre no recuerdo, me dijo que se sentía triste porque en los últimos años lo habían aislado de sus amigos y la gente que lo quería.
Los hermanos Escalona estaban allí con Loli, una princesa wayúu, que fue a acompañarlos. Ella le preguntaba a Rafa por la sucesión de su padre. Él respondía que la ley era clara a la hora de determinar qué derechos tenían los hijos y qué derechos tenía la compañera actual del maestro, que, a propósito, estuvo ausente esa mañana. También le preguntaban por el concierto de homenaje que se organizaba en el Astor Plaza, volvía a repetir que no era oportuno.
En algún momento, el acordeonero Checha Araujo llegó andando sobre sus muletas, traía puesto el «sombrero Escalona», uno de los ejemplares de la línea de sombreros que el maestro sacó a la venta, diseñados por él, e impulsados por Luz Marina. «Si usted se fija -me dijo Checha- este está autografiado», no se refería a la firma de Escalona estampada en todos los sombreros, sino a una leyenda escrita por la mano del maestro.
Checha usaba sombrero vueltiao hasta que el compositor le pidió que usara el suyo y por eso lo traía puesto, también traía preparada una canción, soñaba con cantarle La Mariposa del Río Badillo, sobre todo una estrofa en la que Jaime Molina lo llamaba desde el otro mundo y él le respondía que todavía no se iba.
Trató de recitarme la letra. «Ay -dijo desconsolado- se me olvidó, el maestro no perdona una cosa de esas. Él siempre ha sido estricto con el respeto a lo que dicen sus canciones».
Checha fue el acordeonero de cabecera de Escalona en Bogotá. Cuando el maestro y Luz Marina montaron las conferencias sobre el anecdotario vallenato. Iban juntos por todo el país, alguna vez ella me dijo que «vivían» de lo que daban las conferencias y de lo que daba el libro de ‘La casa en el aire’, pero, el maestro tenía varias entradas económicas provenientes de diferentes partes.
Checha solía acompañarlos para ilustrar con notas de acordeón lo que contaba el autor del Jerre Jerre y El hambre en el liceo. Me habló de su agradecimiento para con el maestro, al que no se iría sin ver, ese día. Y tenía que esperar pacientemente, porque en esos momentos, allá en la zona restringida de cuidados intensivos, estaba con él Berny Escalona.
«Hablé con él 15 minutos -dijo Berny cuando Checha le preguntó por su padre-. Bueno, yo hablé. Pero él me escucha, lo sé porque me contestaba con gestos de la cara».
Ada Luz entró poco después a la habitación de Escalona, alrededor de la una de la tarde. Rafa salió de la clínica anunciando que no tardaría en volver y también salí un momento.
Cuando regresé, el nivel de ruido en la sala era muy alto. Tanto murmullo junto era agobiante. Checha había podido ver al maestro. No pudo cantarle la canción. Lo único que me dijo fue: «Está muy mal» y siguió en la espera de una noticia que, se sentía, no iba a ser un milagro.
Rafael Oñate, autor de varios libros vallenatos, estaba allí, como el día anterior, pendiente de la salud del compositor «Lo vi ayer -dijo-. Pero no quiero verlo más, porque está muy mal. Sin embargo, estoy aquí para acompañar».
Vi allí a Paola y Catalina, dos de las hijas de Luz Marina, que recibían mensajes de gente que llegaba a manifestar su afecto por Escalona. Unos pasos más allá estaba Clemente, que no había querido cruzar el umbral de cuidados intensivos por ese dolor que lleva a algunos hijos a resistirse a ver a su padre vencido por la enfermedad.
Era la hora de volver al periódico, a pesar de que a las 4 p.m. se esperaba la visita de Ernesto Samper. Tardé media hora en llegar a la sede de EL TIEMPO y al entrar le marqué a Rafael hijo. Acababan de desconectar la respiración artificial que mantenía vivo a su padre. «Le queda un cinco por ciento de vida», me dijo antes de colgar.
No pasó un minuto sin que se anunciara su muerte. Eran las 4:36 p.m., del miércoles 13 de mayo. Faltaban dos semanas para que Rafael Escalona cumpliera 82 años.
Supe al momento que Escalona murió justo cuando Samper llegaba a la clínica, que Luz Marina había llegado unos cinco minutos antes. Que el parte médico de las 3 y media había diagnosticado una cardiopatía crónica, que la causa de la muerte fue el paro respiratorio, que se haría una primera velación en Sayco y que se dispuso llevar el cuerpo a Valledupar, en la tarde del 14 de mayo, donde se le rendirán honores antes de sepultarlo en el Cementerio Central.
Pensé en Taryn, que ha sido una de mis entrañables guías en este camino del vallenato. No hablé con ella, pero la tuve muy presente, mientras preparaba las páginas dedicadas a su padre en el periódico. Hablé con Pablo López, que estaba en Barranquilla grabando un video con Iván Villazón cuando se enteró de la noticia. Recordó lo buen amigo que era Escalona y su matrimonio con La Maye: «Los casó el Padre Joaquín, en La Paz -me dijo- y él salió diciendo que había salido entero de la iglesia, que el padre no le había quitado nada, solo por decir que seguiría siendo enamorado».
Al correo empezaron a llegar los mensajes de condolencia pública de los diferentes artistas vallenatos: Alfredo Gutiérrez, Jorge Celedón, Marciano Martínez, Luifer Cuello y Saúl Lallemand, Penchy Castro. También llegaron mensajes de la ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, el del presidente Álvaro Uribe, remitido desde la sección de políticas.
Desde la capital de Cesar, Agustín Bustamante, el corresponsal, me decía que todo era aguacero en esa ciudad y enviaba las palabras de Rodolfo Molina Araujo, el hijo de Consuelo Araujonoguera (gran amiga de Escalona) y desde hace algunos años Presidente de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. Al tiempo, Marciano Martínez le describía, vía telefónica a una de mis compañeras, los rayos y truenos que estremecían la ciudad: «Mira cómo está llorando Valledupar».
En la clínica estaba ahora Paola, periodista de Citynoticias. Me avisó que Luz Marina y sus hijas se habían retirado y estaban en la casa, a pocas cuadras de la Santa Fe y que Rodrigo Obregón, presente en el centro médico, confirmó la cancelación del concierto de homenaje por respeto a la familia de Escalona.