La periodista Taryn Escalona, hija del maestro Escalona, quiso compartir con los lectores de este blog este texto también publicado en su página www.elpaísvallenato.com.
Los dejo con la historia.
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‘La Llanerita’, que acaba de estrenar el cantante Jorge Oñate en su reciente producción, fue el último homenaje que el maestro Rafael Escalona le hizo a Colombia, a sus mujeres y sus regiones; pero también fue su ultimo canto de hombre enamorado.
Con ‘La llanerita’ Escalona cerró su ciclo de hombre enamorado
Por: Taryn Escalona
A Valledupar llegó una llanerita y Rafael Escalona, el poeta eterno de la región, le hizo uno de esos originales regalos que no se encuentran en ningún lugar del planeta. Eran obsequios que cualquier mujer envidiaría, por lo exótico, por lo bello y por lo irreal de su naturaleza.
Esta vez el regalo bonito no fue ese peine mágico comprado en Estambul, ni la ballena verde, ni esa tortuga azul, y mucho menos una nube rosada envuelta en un Arco iris. La llanerita, la musa de esa última canción de amor que Escalona escribió y que hoy siete meses después de su muerte Colombia conoce en la voz del Ruiseñor, Jorge Oñate, recibió un chinchorro lleno de turpiales.
«Era lo menos que se merecía», me dijo un día el maestro, con esa mirada pícara que tenía, queriendo cortarle el vuelo a la sonrisa que se le escapó sin poderla detener. «No te imaginas todas las penurias que vivió esa llanerita para llegar donde mí»; dijo también. Me imagino, respondí mirándolo y devolviéndole con otra sonrisa, su mismo gesto de picardía.
Hoy me pregunto, dónde andará esa mujer de esta vida o de la otra, que con la magia de Carmentea untada por toda su piel, le inspiró la última tonada de amor hace casi quince años al ‘Cantor de Patillal’; sellando con su despedida la entrada del vericueto de su alma por donde brotaba la esencia de la poesía.
Una llanerita esquiva
A comienzos de este año, cuando el cantante Jorge Celedón, vino a promocionar su nuevo álbum a Valledupar, me contó con su rostro marcado por la desilusión, que por unas exigencias económicas muy altas, le había tocado sacar esa canción luego de tenerla casi lista para incluirla en su producción como un homenaje a Escalona. Eran exigencias que no venían propiamente del maestro, y eso era lo que más dolía.
Sin embargo Jorge Celedón no perdía la esperanza, pensaba que tal vez, con el tiempo, el mundo conocería esa canción interpretada a su estilo. No fue así, Jorge Oñate se le atravesó en el camino. Desde hacía mucho tiempo que Oñate se había encaprichado con la última musa del Maestro del Vallenato y Celedón lo ignoraba.
En la vida, aunque muchos no crean todo tiene su tiempo, ni un día más, ni un día menos; Jorge Oñate, el cantante de La Paz, esperó con paciencia por su condición de ‘Escalonista’ consumado y por considerarse el mejor intérprete de esos cantos. Con Jorge Oñate los hombres y mujeres de su época en la región, se volvieron seguidores de Escalona, y de paso sus hijos. Hoy los hijos de esos hijos o los nietos del folclor, conocen, cuentan y cantan esas mismas historias.
El ‘cachaquito’ -como Escalona lo llamó desde niño- valiéndose del cariño que el maestro siempre le tuvo se fue metiendo en el corazón de su poesía. Hasta que el compositor le confió sus cantos para que con su voz le diera una nueva vida a La Vieja Sara, a El testamento, El Copete, El Chevrolito, La Maye y muchas de esas narraciones que contaban los sucesos cotidianos del viejo Valle.
Luego de la partida de Escalona, Jorge gritó a los cuatros vientos que esa llanerita era para él, y con la anuencia de Nancy su esposa, la buscó desesperadamente hasta encontrarla intacta. Un día le quitó el vestido que le había colocado Celedón y la vistió de pilonera, una pilonera vallenata, de esas que evocan nostalgia.
EL último homenaje de Escalona a Colombia
Muchos desconocen que la llanerita fue la excusa perfecta para que el maestro Rafael Escalona terminara de engalanar la geografía nacional con sus cantos. Él sabía que no se podía marchar de este mundo sin destacar la belleza de los Llanos, sin cantarles a sus lindos paisajes y a su fauna. Y, a la vez, exaltar a la mujer llanera, así como lo hizo con una antioqueñita de la serranía que conoció en Cali, llamada María Tere.
De esa misma forma utilizó el amor como pretexto para dedicarle un canto a Leticia, la capital del Amazona, allá en la frontera, y a los indios del Putumayo, en el día que decidió escribirle la carta a Dina Luz desde la frontera con Brasil en el sur del pais; el mismo lugar que mucho tiempo atrás la inolvidable ‘Maye’ en un arrebato de celos y resentimiento, amenazó con chamuscar si ‘Rafa’ se atrevía a cruzar la frontera con la famosa brasilera. Claro eso no podía quedar en el anonimato y se convirtió en otro famoso canto.
Pero no sólo Escalona deambuló enamorado por el sur de Colombia, también viajó por La Guajira en su chevrolito, y se tropezó con una exuberante belleza Wuayúu, a quien bautizó ‘La flor de La Guajira’. Después de su recorrido regresó nuevamente por San Juan donde sembró su corazón. Pero fue en Urumita donde el enamoramiento por una tal Esperanza le hizo presagiar la enfermedad que le pondría fin a sus días: Y si a Esperanza le diera razón / que allá en el Valle murió una persona / no duden que fue Escalona / que murió del corazón.
También Elsa Armenta, una joven de Molina Guajira, le permitió a su alma viajar, para encontrar sosiego al mal de amor que lo estaba atormentando: «Ay mi vida si vieras cómo suspiro/ yo tengo el cuerpo en el Valle pero el alma en el Molino».
De los pueblos del sur de La Guajira, Fonseca tampoco se quedó sin canción; allí le cantó a Carmen Gómez, -lo hizo por un amigo- pero le cantó a la mujer que sacó los ojos de España y la belleza latina.
No conforme con eso, arrastró hasta su tierra, de las famosas orillas del Magdalena a una plateña, y luego con su peculiar descaro, le reclamó por qué vino a robarse el corazón de un vallenato.
Tenía razón el maestro, le faltaba inmortalizar al Llano y a sus mujeres en su canto, le faltaba dibujar con la pluma de sus versos ese hermoso paisaje, debía dejar en el atardecer llanero su huella en forma de corazón, lo mismo que la del toro cuando pisa en el playón. Y lo hizo, antes de que la noche cubriera por completo su existir.
Con la magistral interpretación de ‘La llanerita’, que me eriza la piel del alma, Jorge Oñate cierra el ciclo de ese cantar. Hubo intentos previos, pero esa llanerita no era para nadie más, Escalona siempre lo supo y se la reservó para después de su partida.
Era preciso un regalo de amor para los Llanos, esa región tan golpeada de nuestra geografía nacional. Era preciso que esa canción como todas las suyas, también se inmortalizara en la voz del Jilguero, era necesario morir para seguir viviendo.
«Y tanto trabajo como tuvo que pasar saliendo del Llano pa´ veni a Valledupar».