La historia del ya mítico Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, de 67 años, comienza el día en que su padre, Alfredo Enrique Gutiérrez, acordeonero vallenato, llega a las sabanas de Sucre a amenizar un velorio cantado (pago de una promesa a algún santo con nueve

noches de velorio) y allí conoce a la bailadora de cumbia Dioselina de Jesús Vital.

«A los nueve meses nací yo -dice el tres veces rey vallenato-, ellos nunca se casaron, pero solo los separó la muerte».

En 1953, Gutiérrez, de 10 años, era el acordeonero y el menor de los niños del conjunto Los Pequeños Vallenatos, que contaba con Arnulfo Briceño como cantante. «Teníamos una visa colectiva para visitar los países bolivarianos -recuerda-. Fuimos los consentidos de los presidentes y sus primeras damas, casi vivíamos en los palacios presidenciales».

El grupo grabó algunos discos de 68 y 45 revoluciones en el Ecuador, que nunca llegaron a Colombia. La enfermedad de su padre, en 1957, lo hizo dejar el grupo. «Me tocó venir a Barranquilla, a los buses, a tocar y recoger con el sombrerito. Después, en Bogotá, mientras tenía a mi papá enfermo, tocaba en los viejos Trolleys, donde empezaron a llamarme ‘El Niño Prodigio del Acordeón’.

El padre murió en el 58 y Gutiérrez dejó el acordeón por meses. Fue a refugiarse en la finca de unos amigos, a unos 15 minutos de Sabanas de Beltrán, su pueblo.

«Ellos tenían un acordeoncito dañado y querían que les enseñara. Y supe que, cerca vivía Calixto Ochoa, que les cambiaba los tonos y el sonido a los acordeones. Así que fui a Sincelejo, lo conocí y ahí nació la simpatía. Él me llevaba a las corralejas a tocar», cuenta.
 
La fama de la prodigiosa digitación de Alfredo llegó a oídos de Antonio ‘Toño’ Fuentes, fundador de Discos Fuentes, el gurú de la música tropical que se grababa en Colombia, que lo llamó, junto con Calixto Ochoa, para grabarlo.

«Grabamos ‘La ombligona’ y el porro ‘Majagual’, compuesto por mí. Después me dijeron que acompañara al cantante César Castro y al mismo Calixto, en un LP completo con canciones de doble sentido», dice Gutiérrez de sus primeros pasos en los estudios.

Después grabó sus propias composicones en acordeón y voz. Fue el momento de ‘La paloma guarumera’, uno de sus primeros éxitos.

«Ya don Toño estaba pensando en un grupo en el que cantáramos los tres, Calixto, César y yo, donde yo tocara e acordeón. Le sugerí Majagual, por el porro que habíamos grabado, inspirado en la Plaza de Majagual, donde se hacían los grandes eventos en Sincelejo. Así nacieron Los Corraleros de Majagual».

Después vinieron éxitos como ‘Festival en Guararé’, una melodía sin letra, de Dorindo Cárdenas, que estaba pegada en Panamá en1962, cuando Gutiérrez pasó por allí, vio que era un éxito y decidió ponerle letra para mostrársela a Fuentes y grabarla en Colombia.

«Había que cantarle las canciones a Toño primero. Apenas oía un pedacito y decía: ‘Para, esa está buena’ -evoca el acordeonero-. Pero cuando la llevé, Toño estaba ocupado y puso a Héctor Barrera a que escogiera. Después, Barrera le dijo: ‘Alfredo tiene una canción que no me gusta, es mala’. Pero le insistí a Fuentes y al cantársela, Toño le respondió: ‘Héctor, tienes el oído podrido’. Y así se grabó Festival en Guararé, en 1963».

Gutiérrez pasó a Sonolux en 1965, donde grabó La banda borracha. Tres años después, pasó a Codiscos. «En 1968 grabé mi primer álbum vallenato, llamado ‘La cuñada’, en el LP había canciones que con el tiempo se volvieron famosas como ‘Cabellos largos’. Después seguimos con el vallenato», dice.

En 1969, el disco ‘La cañaguatera’, incluyó ‘Ojos verdes’. Siguieron los volúmenes de ‘Romance Vallenato’, con temas como ‘Cabellos cortos’, ‘Ojos indios’, ‘Confidencia’, de Gustavo Gutiérrez, y ‘Matilde Lina’, de Leandro Díaz. En uno de esos discos, el cuarto o quinto, grabó junto con Calixto Ochoa, que le hizo la segunda voz, la canción ‘Anhelos’, la que considera su mayor éxito.

Y empezó a tocar el acordeón con los pies

En los años 70 comenzó a tocar el acordeón con los pies. La primera vez fue en Barranquilla, en Carnaval. Tocaba en una caseta llamada La Piragua, alternaba con Los Blanco de Venezuela. «El baterista de Los Blanco hizo tremendo show y como no me gusta que me ganen; ni corto ni perezoso, me subí a la tarima y toqué el acordeón con los pies. Desde entonces, eso me identifica», agrega.


Los conciertos de Gutiérrez condensan medio siglo de éxitos, incluyendo los dos más recientes: ‘Mujer que no jode es macho’ y ‘La avispita’. En escena, Gutiérrez mismo admite que nadie le creería que tiene 67 años, baila desde twist hasta rock and roll y hasta canta rancheras. «Dios me premió con el estado físico», dice ahora, que ha ido recibiendo homenaje tras otro. De hecho, es una de las estrellas anfitrionas por Colombia en el Congreso Iberoamericano de la Cultura, en Medellín.

«Siento el deber de hacer quedar bien al país, al vallenato, a la música corralera, a la sabanera y de mostrarles a los colegas de otros países nuestra riqueza en folclor y creatividad».

– ¿Cuál es la historia de La paloma guarumera?
La compuse la primera vez que tomé trago, con Calixto Ochoa, El Turco Daza y otro trío de parranderos. Pasamos el día viendo corralejas y alcanzamos a ir, por la noche, a las casetas donde todo el mundo sale borracho.

Había un camino de herradura y el chofer que nos llevaba decidió acostarse bajo una frondosa ceiba. Ahí nos tiramos a dormir y nos despertaron los rayos del sol y el canto de una paloma guarumera, que tenía su nido en una mata de lata (el árbol con el que se hacen las guacharacas). Con los rayos del sol en la frente me salió la frase: «Se oye cantar en el campo una Paloma Guarumera», de ahí salió todo.

– ¿Cómo es Alfredo Gutiérrez, el descubridor de talentos?
Descubrí a Chico Cervantes, que después se volvió emblema de Los Corraleros. Fui el primero que llevó a grabar a Emiliano Zuleta. Descubrí a Poncho Zuleta, pero no fui el que lo llevó a grabar. Tuve ojo para descubrir guacharaqueros, como Virgilio Barrera, lo vi en un conjunto pequeño, lo llevé a mi grupo. Ahora está con el Binomio de Oro. Descubría  Cristobal García, con el que puse el bajo electrónico a los vallenatos y todos los bajistas del vallenato han salido de esa escuela.


-¿Por qué les canta tanto a los cabellos y a los ojos?
Porque el cabello largo en una mujer es sinónimo de feminidad, aunque yo digo que no hay mujeres feas, suponiendo que las hubiera, el cabello las hace bonitas y los ojos reflejan el sentimiento. El amor, todo lo bello que la mujer tiene dentro de su espíritu.

-¿En qué cosas se siente pionero?
En matrimoniar el acordeón con otros instrumentos. En el porro ‘Majagual’, armonicé el bombardino con el acordeón. Después, metí saxofones y clarinetes en la estructura de los arreglos. Fui el que puso coros con buenas voces al vallenato, llegué a hacer 4 ó 6 volúmenes con violines vallenatos, que entraban donde iba la letra. También hice algo de arpa con acordeón, con el cubano Alfredo Rolando Ortiz.

-¿Quiénes pueden considerarse sus maestros?

Maestro, ante todo, Dios. Pero de la música de acordeón: Calixto Ochoa. También tuve influencias de Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán, Pacho Rada, Andrés Landero, Colacho Mendoza.

-¿Y qué dice de Abel Antonio Villa?

La nota de Abel Antonio Villa era la nota  más sentimental que había en el vallenato. Aprendí mucho de él. Recibí mucho consejo y la digitación la aprendí de Luis Enrique Martínez y lo de hacer locuras con el acordeón fue asimilar algo de las locuras que hizo Aníbal Velásquez en los años 50.

-Usted es un hombre muy enamorado, ¿Dos mujeres es autobiográfica?

Una vez me preguntó una periodista: Cuántos acordeones tienes. Le respondí: La misma cantidad de mujeres que quisiera tener, pero no puedo sostener. Tengo 28 acordeones, pero mujeres solo se puede tener una.

-¿Y la canción?
Una vez me fui a México, aburrido por un contrato Leonino que tenía con una disquera con la que estaba exclusivo para Colombia. Pero en México sí podía grabar y me metí en los estudios de Televisa en Monterrey a grabar. El hombre de la disquera quería un disco con solo canciones mías y yo llevaba ocho. Faltaban canciones, así que me puse a tomar trago e iba componiendo.

En un descanso oí a un músico que tocaba la timbalera hablando por teléfono. Le decía a una mujer: «Pos, órale, no se preocupe mi güera, apenas es viernes, a usted le toca a partir del lunes».
Entonces le pregunté si tenía dos mujeres y respondió: «Pos, a la vista, entre las dos me sostienen a mí». De ahí me surgió la idea, así que no fue autobiográfica.
-Y después de este recuento de su vida, ¿Alfredo Gutiérrez se siente legendario?
«Lo que me siento es feliz. Jamás me creo el mejor porque la música, como en todo arte, no hay uno mejor, sino especialistas en cada estilo y cada uno en su estilo es rey. Me siento rey dentro de lo mío, pero veo a los otros como reyes dentro de lo suyo.
«Todo artista que crea un estilo es un rey. Por eso es difícil decir quién es mejor. A Alejo Durán, le preguntaron una vez, qué músicos eran mejores. Él dijo, sabiamente: ‘Los de ahora son mejores. Pero, antes, si éramos diez, éramos diez estilos’. Es que los artistas que perduran son los que crean un estilo, los que incitan a imitar, pero a la vez son inimitables».