Lorenzo Morales (1914-2011), fallecido la semana pasada, sabía que era el último de los juglares vallenatos. Me lo dijo en julio del 2009, cuando acababa de celebrar sus 95 años y lo visité en su casa del Barrio Primero de Mayo, de Valledupar.
Su hija Cecilia, que llevaba las riendas de la casa y le «dosificaba» tanto los remedios como las visitas, me dejó visitarlo con la condición de que le llevara un regalo.
‘Moralito’ se engalanaba para las visitas. Menudito, sereno, viendo pasar el tiempo bajo el ala de sombrero, nos recibió y sabía que terminaríamos por hablar de ‘La gota fría’. Siempre ocurría porque esos versos que le dedicó Emiliano Zuleta Baquero, en 1938, acusándolo de haber huído de una parranda llegaron al mundo entero (sobre todo, en voz de Carlos Vives).
La canción, en principio insultante, lo llevó a responder con música. ‘Moralito’ se hizo después amigo de Zuleta y juntos recorrieron varias ciudades, dándole rienda suelta dentro y fuera de escenarios, a las anécdotas y canciones que nutrieron una rivalidad musical de años. Y desde el 2005, ‘Moralito’, el más «de malas» de los dos, fue el único que quedó para contar la historia.
«Por la buena conducta, ha sido todo lo que me ha sucedido a mí -dijo Moralito esa tarde-. No tengo plata, pero tengo una conducta especial: que donde quiera llego, me conocen por ahí. Y cada rato viene la gente, uno comienza a hablarle y a decirle alguna cosa, pero parece que son como sordos, porque uno les dice y nunca se convencen».
-¿Nunca se convencen de qué?
«De las cosas que uno tuvo cuando joven», respondió Moralito.
Y es que «La de malas» perseguía a Moralito. En un tiempo en que él y Zuleta imponían «modas» y los otros acordeoneros estaban pendientes de sus notas para imitarlas, él se quedó sin grabar un disco propio, porque el que grabó se perdió. En el esplendor de su época de piquería, fue la canción de Emiliano y no sus versos de respuesta, la que llegó al estrellato. Y en lo cotidiano también: poco antes de aquella visita, el autor de vallenatos clásicos como ‘Carmen Bracho’ y ‘Amparito’ había superado un coma diabético. Me contó que había estado en El Alto tratando de adecuar un baño cuando le dio la maluquera: «Al fin no hice nada, porque «La de malas» concluyó con el trabajo. Total, que el mundo se me volteó y ni supe quien me trajo. Entonces volví a la clínica».
La hija, atenta a la entrevista para explicarlo todo, enumeró entonces sus dolencias, entre ellas la insuficiencia renal -una de las cosas que terminó de complicarse la semana pasada y lo llevó a la muerte, a los 97 años- y sus entradas y salidas de la clínica. Sin embargo, subrayaba orgullosa que para su edad, su papá tenía el cerebro de un quinceañero.
Y a sabiendas de que llevaba toda vida contándolo, le pregunté cómo era la vida del músico vallenato, cuando él comenzó. De su respuestas, pudo sacarse una canción con el estribillo: «primero no era así», que usaba Moralito para comparar el paso del tiempo:
«Parrandear. Empecé a tocar como a los 12 años. Y era un tiempo distinto. La gente respetaba las consecuencias de la vida. No es como hoy, que usted va a pasar y no le dan paso, sino que pasan sobre usted. Primero no era así: los padres de uno dirigían hasta los 21 años, solo a esa edad uno era libre. Hoy no, a los 10 quieren mandar más que la madre».
Y recordó que las parrandas las hacían los hombres crecidos. «Primero no era así: todo tenía su tiempo especial. Hoy, a los 12 tienen novia. Antes, tenían sus matrimonios. Hoy, viene uno a ver y la pelada ya tiene un pelado».
-Y tocar el acordeón era distinto…
«Primero… la guacharaca y la caja -dijo-. El acordeón no tenía su punto especial. Uno se formaba en un patio, donde fuera, en la calle, donde lo cogiera la parranda. Y tomaban asiento. De guacharaca, uno tenía digamos, este palo y lo cuidaba como a un acordeón. Los acordeones no valían mucho, por ahí 15 o 20 pesos. Llegué a comprar acordeones en ‘veintipico’, nuevecitos. Primero los vendían baratico, en una caja de cartón, no en estuche como ahora. Hoy, vienen de distintos lujos y el precio es de millones. Yo tenía un hermano que se iba para la zona bananera, a la Fruit Company, los compraba. Cada vez que venía, tenía un acordeón nuevecito. Y en esos instrumentos aprendí yo. El hermano mío era acordeonero, se llamaba Agustín Gutiérrez. Creo que era de los Gutiérrez de La Paz (César), de los mismos de Alfredo Gutiérrez»
-¿Por qué tenía tanta fuerza la piqueria?
«La palabra era sagrada. Había mucho respeto. Primero no era así, primero los hombres se trompeaban. Y había hombres que trompeaban mucho; pero se metían dos trompadas y cuando venían a ver, estaban parrandeando otra vez. En cambio hoy, en vez de parranda, lo que hay es velorio».
-¿Cómo fue lo de su ‘rivalidad’ con Emiliano Zuleta?
«Duramos tiempos sin conocernos. Nos inventamos una política de la música y permanecimos en ella mucho tiempo. Esa política era la del acordeonero. Nos conocimos después de hombres, de 21 y 22 años, en Urumita. Yo tenía que ir a hacerle una diligencia a mi mamá, a buscar un tabaco en rama y me dijeron que él estaba alojado. Uno andaba en un burro que me amarraron por ahí en un corral, y como yo venía de Guacoche, que era lejos, me levanté temprano, cogí mi burro y salí. Emiliano se acostó borracho, pero creía que yo iba a hacer parranda. Y no fue así. Entonces, tuvo el pretexto para cantar que me había ido huyedole».
–Sin embargo, se encontraron muchas veces después…
«En esa época éramos parranderos fuertes. Nosotros adornábamos la música de acordeón. Tocábamos los cuatro aires: paseo, puya, merengue y son, nada más. Hoy no, hoy tocan una cantidad de música. Eso ya se rompió. La música vallenata ya casi la están dañando con eso, porque cada quien viene a ponerle un pedacito».
-Pero, usted le respondió con muchas canciones a ‘La gota fría’…
«Nosotros nos la pasábamos componiendo respuestas. Dejamos material: Él (Emiliano) me hacía un paseo, yo le hacía un paseo; él me hacía un merengue, yo le hacía un merengue, y así. Siempre nos respondimos con música. Eso de ‘La gota fría’ fue un pretexto que tuvo él para desquitarse de cualquier música. En esa época, a la música de nosotros, de Morales y de Zuleta, la esperaban los otros acordeoneros, que la copiaban».
-¿Qué pensaba usted de que los demás retomaran su música?
«Es que hacíamos mucha música. Teníamos la ventaja de que no necesitábamos que nos la arreglaran. Nosotros mismos le poníamos el sabor, el gusto de las composiciones. Y aprendimos a tocar solos, no como hoy que hay colegios de música. Hoy, los pelados a los 8 años están haciendo presentaciones en tarima. Primero no era así: la música de esa época no era con tanta categoría como hoy. Hoy los acordeoneros tienen que ser estudiados, si no, no ganan concursos».
-¿Por qué no grabó discos propios?
«Si grabé. Fuimos grabamos con un señor. Pero tuve «la de malas», que murió el señor de la casa y cuando se pierde la cabeza principal, las cosas pierden su rumbo. Entonces, se perdieron los CD. Se perdieron, las grabaciones se perdieron. No hay CD, no alcancé a grabar».
Cecilia, la hija, aclaró entonces que otros músicos sí le grabaron. De Lorenzo quedan casettes de sus toques en parranda y un CD casero que le grabaron amigos suyos, pensionados, para ayudarlo. «Mi papá fue un hombre que no tuvo la suerte -dijo la hija-, sí, la suerte de otras personas. Le ha tocado duro en la vida. Otros músicos grabaron sus canciones, él tiene muchas inéditas todavía. Pero al nuevo talento que está saliendo no le gusta la música de los viejos. Les gusta la nueva ola y le cantan a la mujer, pero no a sus virtudes, sino a la bandidez».
Quizás por ese sentimiento de frustración, meses después, en abril del 2010, Cecilia y sus hermanos inscribieron una de esas canciones ocultas de Moralito en la competencia de Canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata. Para entonces, Moralito -que en una de las ediciones del Festival fue nombrado ‘rey vitalicio’- llevaba años sin tocar acordeón, lo había decidido desde la muerte de su compadre Zuleta.
-¿A qué le cantaba Lorenzo?
«Me gustaba cantarle a la naturaleza, a las cosas que tenían sentimiento, a lo que se le pudiera poner amor».
-¿Hace cuánto no toca el acordeón?
«Tiempo. Y la voz se me perdió. Con la máquina que me pusieron en la clínica se me comió la voz. Y me han quedado muchos recuerdos, muchas canciones inéditas».
-Lorenzo, usted es de los últimos juglares de leyenda que nos quedan…
«Es que de esta tela mía no se consigue. De esta tela mía ya no venden. De los últimos estaban Emiliano Zuleta, fallecido; Toño Salas, fallecido; Leandro Díaz, que está vivo pero está sordo… Y yo, que soy el último, ya casi entregando la mazorca para que la desgranen».
Aquel día me despedí sin querer irme, la vejez hace que uno siempre tenga el temor de que no haya próxima vez y yo tenía. Sin embargo le dije que volvería. Lorenzo se encogió de hombros:
«…Desde que me encuentre vivo», fue su despedida.
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