La única vez que fui al Festival del Porro en San Pelayo, en el 2009, una de mis grandes emociones fue visitar al autor de ‘Los sabores del Porro, Pablo José Flórez Camargo, nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), el 17 de junio de 1926. Flórez, había cumpido años recientemente y había estado en el Festival justo antes de que yo llegara. Por eso busqué la manera de llegar a su casa y al verlo, me impactaron su buen humor, su calidez y el vozarrón que aún tenía. Por eso decidí volver a verlo al día siguiente y lo encontré tal cual como lo dejé: sentado, al lado de su esposa Marcelina.

 

Imposible olvidar la imagen de los dos ancianos inmóviles, viendo pasar el tiempo: él, componía canciones en esa aparente movilidad; ella, la compañera de toda la vida, asentía desde su expresión de ausencia.

 

Ambos fallecieron este año. Marcelina Josefa Causil, en septiembre pasado; Pablito Flórez, ayer, en Montería. Al enterarme no pude menos que pensar en los casettes que debió haber grabado con tarareos y letras que le venían a la mente en sucesivos ataques de inspiración mientras permanecía sentado en su mecedora. Algunas reseñas hablan de un total de 500 canciones, otras hablan de mil. Al ritmo que iba en los dos días que pude verlo, creo que el conteo se quedó corto. Es inolvidable por la canción ‘Los sabores del porro’, un himno de la región cordobesa; pero también por ‘La aventurera’, famosa en Latinoamérica; Roberto Ruiz y muchas otras.

De inmediato, busqué en los apuntes, la primera -y más extensa- versión del artículo que publiqué en El Tiempo ese año. Aquí, la comparto con ustedes:

‘Componer es como respirar’: Pablo Florez

 

La imagen era la misma, solo cambiaba la luz de la mañana por la del atardecer. «El rey del porro», «El poeta del Sinú», permanecía en la misma mecedora, junto una mesa que hace de escritorio en la que siempre tiene que estar, a la mano, su grabadora de periodista -en su caso, de compositor prolífico-. A su izquierda, tal como un día atrás, en la mecedora compañera permanecía su mujer, Marcelina, toda de blanco, desde las canas hasta el ruedo del vestido. Juntos en esa aparente inmovilidad parecían el retrato eterno de una vida apacible. De pronto, su movimiento más brusco es un giro hacia la grabadora: «pimpao pao, parapa pao, poropompom para papa, para papá papá», empieza a entonar después de activar el botón de «rec».

-Maestro, ¿esa es su canción de hoy?

«Jaaa -responde con una condescendencia de abuelo-, ya voy por la quinta».

Entonces suelta una estrofa que le hacía falta, devuelve el casete y muestra una canción conmpleta que había venido gestando en su mente a lo largo de las horas más recientes. No se nota dónde empezó el añadido final. Estaba terminada… «Es para los hijos», dice y es evidente que se refiere a su herencia.

Tiene dos baúles puestos en el borde de la entrada de su casa de puertas abiertas, llenos de casetes en los que va guardando todo lo que hay en su cabeza.

«La gente cree que porque me ve quieto, cree que estoy aquí descansando. No señor, estoy aquí trabajando en lo que más me gusta hacer».

Todos los días, el maestro Pablo Florez toca la guitarra. Por el placer de oírlo ensayar volví la segunda vez. Un día atrás, el autor de ‘Los sabores del porro’ -de los primeros que le pusieron letra a ese ritmo colombiano-, ‘La aventurera’ y ‘Roberto Ruiz’, me había contado su historia. «Bueno, solo una parte -aclaró-, porque la adolorida no me gusta decirla».

Y pintó el cuadro de «un joven que andaba de pueblo en pueblo con la guitarra bajo el brazo, a veces atravesada en el pecho, cantándole a gente distinta: indios, blancos y negros. Como yo tengo una mezcolanza de razas de toda esa gente, me encantaba mezclarme con ellos». No precisa una fecha. Pero se sabe que desde los 14 años andaba en la música aprendida del padre, músico de banda, del que heredó el nombre y el gran talento para componer.

También, que Flórez no solo tocaba la guitarra, sino que al destacarse como diestro percusionista anduvo por todos los pueblos de la costa, por Cordoba y Sucre, acompañando a varias orquestas. Pero ese día, quiso recordar sus correrías con «la finada Lucy Gonzalez, que con su hermana, ella cantaba. Era la que tocaba ‘El polvorete’, tuvo fama internacional. Gustó mucho en Venezuela».

«Fuimos a Cartagena -evoca el maestro-, allí nos escuchó una gente de Discos Fuentes y nos contrató para los primeros discos. Fue cuando Antonio Fuentes se trasladó a Medellín y yo fui contratado. Allí duré siento baterista, tocando la batería de todas las orquestas de Toño Fuentes, como cuatro años» Y fue «Toño», como le dice al fundador de Dicos Fuentes, quien descubrió que él cantaba y que traía bajo el brazo un repertorio de innumerables creaciones. «Entonces llegó el pedestal, para que yo surgiera un poco, porque surgí mucho -dice-. Fui escuchado en otros terrenos, otras ciudades internacionales, me sirvió mucho».

-Con la voz que tiene, ¿por qué se demoró tanto en mostrarse como cantante?

Yo me estaba mostrando, pero no había gustado. ¿Sabe una cosa? Ninguno es rey en su tierra… –

-¿Aunque lo llamen el rey del porro?

 Sí, porque la gente que sabe de eso no está aquí. Aquí me cogían era pa’beber ron conmigo. Íbamos alas parrandas de los grandes compradores y vendedores de ganado. Y les fuimos haciendo sus porros. «Por eso no te preocupes que eso lo paga Roberto Ruiz» -canta-. Era un parrandero Roberto Ruiz. Para todos esos tipos hacíamos piezas. Ellos sacaban el billete y nosotros sacábamos las piezas.

-Además de ser músico, ¿qué otro oficio realizaba Pablo Flórez?

He sido polifacético. He hecho un poco de cosas. Con mi papá fui mecánico. Trabajé en albañilería, haciendo vainas en cemento. Pero el trabajo de músico fue lo que más me gustó, me demoré más, hasta ahora, fíjese, estoy todavía…

-¿Componiendo?

Diariamente. Aunque ayer (el día de su cumpleaños), ayer no, porque estaba en una contienda musical con otros amigos. Esas contiendas son variadas, cada quien dice lo que necesita o quiere decir. Es una variedad de pensamientos que se reúne en uno solo. Diría que eso es una parranda.

-Debe haber mil historias que contar detrás de sus canciones…

Eso sí es difícil.

-¿Por qué?

Porque hay unas que son mentira. Uno se inspira en que el cielo está bajando, que le va a caer encima a uno, cosa que no puede ser. Yo me inspiré en eso para hacer un bolero, Edita. Edita, nombre de mujer. Ese bolero ha caminado mucho, está grabado hasta en Cuba. Los Sabores del Porro también han caminado mucho. Roberto Ruiz y Dímelo en un recuerdo lo grabó la Sonora Matancera.

-¿Cómo fue eso?

Ellos las oían y las grababan, porque hay libertad de grabación. Y a uno le interesa que le graben canciones distintas agrupaciones, porque cada grabada es una entrada.

Componiendo sobre la marcha

Pablo dice haber grabado unos cincuenta discos. Muchos con Fuentes, otros con Codiscos y Sonolux. Después, en estudios de la región. Dice que no diría que viajó mucho, «pero sí lo suficiente». Fue divertido, explicó, porque «uno charla con gente con la que nunca ha charlado, porque eso te da visiones, éxitos y reconocimientos».

-¿Cómo compuso ‘Los sabores del porro’?

Como siempre he compuesto, acostado, asentao, agachao, corriendo, en carro, donde me llegue la musa.

-¿Y le llega muy fácil?

Pues sí. ¿Cómo se llama usted? ¿De dónde es?… «Me le dicen a Liliana, la bogotana, que ha sido un placer conocerla, tiene labios de manzana. Yo no quisiera olvidarla, ahora que se vaya, que me lleve en su mente presente, que yo no voy a olvidarla, porque tiene cara de buena gente. Que viva Lilo, viva Liliana, vamos a darle un aplauso con ganas».

(La canción salió con música estribillo y dos estrofas, no se podía más que aplaudir. Marcelina, a su lado, casi inmóvil, soltó una carcajada).

«¿Lo grabaste? Eso es tuyo -dice el maestro que desde hace un mes y medio que ve solo sombras-. Yo te lo regalo. Y sigue cantando una segunda estrofa que brota libre, sin costuras.

-¿De salud cómo está, maestro?

Yo me siento bien. Tengo cierta torcedura en el pescuezo, de una volcada hace tiempo. Pero de ahí no me siento nada. Me están haciendo diálisis y eso es molestoso, me toca tres vees a la semana. Eso me cohíbe de los viajes, porque tengo que estar muy preciso en Cereté.

 

-¿Cuántos años llevan juntos con su señora?

Me junté con mi señora desde pelado. Ella tenía 12 años y yo tenía 17 cuando comenzamos con los amores callejeros nunca pensamos que iba yo a tener 82 años y seguiríamos juntos, a pesar de que tuve otras aventuras. Me tocó hasta salir huyendo de aquí porque me iban a casar con otra. A las mujeres les gustan los cantantes. Pero a ella no pude quitármela del medio, no sé qué me echaría. 

-¿Cuántos hijos tienen?

Bueno, nosotros no tenemos ninguno, porque todos cogieron camino, pero ayudamos a producir siete.

-¿Qué más hace Pablo Flórez en un día como hoy?

Lo que pueda hacer. No tengo nada destinado para cada día. Trabajo en esto  y tengo variedad. Me gusta la libertad. Trabajo en lo mío.

-¿Qué es lo suyo?

Lo que esté a mi alcance. A veces me enamoro. Eso es un trabajo… y duro. Me gusta mucho la caceria de aves, piscingos, malebú, conejos, guartinajas, ñeques. Variedad de especies.

-¿Y qué hace con ellos?

Comérmelos.

-¿Hace cuantos años vive en esta casa?

Esta la hice yo. Esto era una cantidad de terenos de ciénaga que ocupa todo el barrio. Era de Manuel Cáceres. El Gobierno se lo compró para repartírselo a los podres. En ese lote de gente entré yo y muchos que no teníamos casa. Marcaron su solar e hicieron su casa, a su alcance, entones yo también. Esta casa la construí yo.

-¿Ha pensado en vivir en otra parte?

He vivido en otra parte. Pero no me gusta alejarme. A mí me gusta Ciénaga de Oro, mi tierra. He tenido proposiciones. Hace un año me invitaron a irme a España, para que les diera composiciones. Porque soy polifacético. Compongo boleros, pasodobles y rancheras.

-¿No solo porro?

Sería exiguo quedarme en un solo ritmo.

-¿Qué recuerda de la época dorada del porro?

Muchas cosas recuerdo: las que escondo. La historia de La Aventurera, que decía que me quería, pero no quería a ninguno. El nombre es Ninfa Isabel.

-¿Por qué se la compuso?

Porque nos encontramos de frente. ¿Me ha entendido? Cuando los cuerpos se encuentran de frente, imagínese qué puede ser.  Y compuse que hace tiempo salió de mi tierra una mujer aventurera, no se sabe dónde está… se la escribí sin querer, pero queriendo.

-¿Qué otra aventura guarda en la memoria?

Yo viajé a San Andrés Islas, creía que iba a tocar en un grill y no sabía que íbamos a caer en manos del padre Carlos, un cura español. Le dijimos que veníamos a tocar y dijo: Vengan para mostrarles los instrumentos. Y nos mostró un poco de carretillas, baldes, barretones, picos y palas y dijo: «Estos son, porque aquí se va a hacer una carretera. Escojan». Duramos así como cinco meses. Y resulta que cuando vi tocando mal un isleño en la misa, le presté la guitarra y me puse a acompañar a las coristas, a las monjas. Les caí muy bien, se reían de lo que yo hablaba, decían que tenía cara de pícaro… y no se equivocaron. No me gustaba una de ellas, sino toditas… muy simpáticas.

-¿Y qué dice Marcelina?

«Imagínese, trataron de quitármelo», responde ella con una voz de abuelita dulce que se ríe de su victoria sobre el tiempo.

-Le hubieran hecho un bien, mija -le dice Pablo, fundador del Cuarteto Orense, en el que ahora tocan dos de sus hijos.

Poco antes de la despedida, Pablo recuerda que concurso cinco veces en el Festival del Porro en San Pelayo y ganó cinco veces seguidas, pero como no lo dejaron participar otra vez, les dio canciones a otros tres participantes que también ganaron.

Ha sido un placer conocerlo…

El placer es ambiguo: una parte suya y una parte mía.