El maestro Calixto Ochoa, autor de Los sabanales y de El africano, uno de los
fundadores de Los Corraleros de Majagual (1961), aún se recupera de los graves
quebrantos de salud del año pasado.

Rolando, su hijo acordeonero que toca junto a Silvestre Dangond, dice que su
recuperación fue un milagro y que la ilusión de ser el homenajeado central del
Festival de la Leyenda Vallenata (del 26 al 30 de abril) lo tiene de mejor
semblante.

Y es que la carrera musical de Ochoa lo llevó dos veces a las finales del
festival valduparense: En 1970, Ochoa obtuvo el título que hoy ostenta Almes
Granados, el de Rey Vallenato. Fue el tercer acordeonero en hacerse al título,
en una final en la que venció a Emiliano Zuleta, Luis Enrique Martínez, Náfer
Durán y Andrés Landero, todos pilares del folclor que definieron con sus notas
los parámetros que otorgan el trofeo en la competencia de acordeoneros.

«Entonces no tenía miedo -recuerda Ochoa-. Estaba seguro porque me había
preparado para competir. Fui el único que llevó cuatro canciones inéditas, de mi
autoría, todas». Dulsaide Bermúdez tenía 13 años entonces y recuerda así haber
seguido el paso de Ochoa por Valledupar: «Era el más grande de Colombia y venía
a participar y eso era una bulla. Todos lo queríamos conocer, porque él ya se
paseaba por el mundo. Cuando llegaba a la plaza Alfonso López, no le ‘parábamos
bolas’ a ningún otro músico.

En ese festival nunca caminó, sino que lo cargaba el pueblo», dice la mujer
que esperó un año más para acercarse al ídolo vallenato y, que muchos años
después, se convirtió en la compañera de su vida, la que lo cuida en su
convalecencia. Y es que Calixto Ochoa había compuesto ya La ombligona, El
calabacito y Los sabanales, la canción suya que más quiere.

«Yo tocaba el acordeón en las corralejas y a veces amanecíamos, una vez me
llamaron a que fuera a tocar en una finca y amanecí.

Estaba acostado en una hamaca por la mañana, desperté como a las 11 y estaba
una muchacha, hija del dueño de la casa, y esa es la historia. No tuve nada con
ella, solo me dio por sacarle canción». Desde entonces, nunca dejó de tocarla
(la canción) mientras tuvo presentaciones en tarimas.

Años después participó en las competencias del Festival de la Leyenda
Vallenata que eligieron al primer Rey de Reyes, en el que perdió con ‘Colacho’
Mendoza. Ochoa se apartó de los escenarios desde 1994. Desde esa época solo tocó
de forma esporádica, para complacer a los amigos o en eventos especiales. Su
último trabajo discográfico se llamó El tuerto.

El maestro dice que espera con ilusión estar en Valledupar a finales de este
mes para el homenaje y habla del acordeón con nostalgia: «Lo extraño -dice
Ochoa-, pero no tengo el ánimo para tocar». Dulzaide dice que el maestro duerme
con el instrumento, al que se refiere en términos femeninos: «Duerme con ella,
yo se la pongo en medio de la cama para que no le pierda el amor a esa que fue
su compañera de toda la vida».

Toda la vida, desde que aprendió a tocar oyendo a sus hermanos mayores, y
supo que podía seguir los pasos de Luis Enrique Martínez. Su amor por el
acordeón lo llevó a aprender el oficio de técnico de acordeones. «Me enseñó el
papá de Ismael Rudas», dice la leyenda del folclor. Y durante años vivió en
Sincelejo de desarmar y modificar acordeones para que sonaran a su gusto, una
costumbre muy vallenata.

«El maestro -acota Dulsaide- no necesitaba andar con una pila de acordeones
en sus presentaciones, porque con el que arregló para él tenía para tocar toda
su música. Tenía unos cambios, le movía palanquitas, así lo usaba como si
tuviera dos o tres acordeones». De sus particularidades como compositor, la
esposa narra una que es casi una infidencia: a Ochoa casi no le gustaba oír
música en la casa. «Ni siquiera la música de él -explica Dulzaide-.

Dice que si se pusiera a escuchar música no podría componer, no podrían fluir
cosas nuevas. Pero sí oía a Luis Enrique Martínez». Sin embargo, hace tiempo que
Calixto Ochoa también dejó de componer: «Ahora no compongo, porque estoy enfermo
-dice el maestro-.

No sé si pueda seguir cuando me mejore, ahora estoy en receso. Pero tengo
muchas canciones inéditas. Las tengo en casete». Ochoa, en sus momentos más
creativos, se volvió casi un comprador compulsivo de grabadoras porque no le
gustaba escribir las canciones.

«Solo cuando se acababan las baterías, cogía el lápiz y la libreta», comenta
Dulside. Ahora, Ochoa guarda cantidades de casetes con composiciones que no
terminó. A veces encontraba alguna canción perdida, trataba de arreglarla, pero
la dejaba atrás en cuanto aparecía otra.

«Y a pesar de eso -añade Ochoa-, tengo más de mil canciones grabadas». Por lo
pronto, un día normal para él es una agenda de terapias médicas en casa. Le
hacen diálisis y controles una vez al mes.

En el tiempo libre, sale al quiosco de la casa y atiende a las visitas. «Cada
día llegan dos o tres -dice la mujer de Calixto-, gente que viene a hablar con
él aun sin conocerlo, muchos de México, pero no hay parte de donde no lo llamen.

Eso lo llena de alegría, le da mucho sentimiento y a veces llora cuando la
gente le expresa su cariño».