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Julián Rojas vive una historia de amor con Villanueva y su festival Cuna de Acordeones. El municipio de La Guajira fue la primera población que lo acogió cuando llegó a tierras de música vallenata, siendo un adolescente. Había salido de su San Andrés natal a los 14 años, impulsado por su hermano Jorge, también acordeonero. Sabía tocar y empezó a mostrarlo en bares y darse a conocer en los estudios, tanto que llegó a grabar, a los 15, un disco con el cantante Pablo Atuesta. Y como la primera grabación es como la graduación de profesional para el acordeonero vallenato, a los 16 ya reunía los requisitos para concursar en cualquier competencia vallenata en la categoría de profesional.

Diferentes momentos de Julián Rojas en festivales. Arriba: cuando ensayaba en su intento de repetir corona en Valledupar en el 2014, las dos fotos de abajo son en Villanueva, 2008, cuando se coronó Rey de Reyes. A la derecha, su manera de celebrar un triunfo en Nobsa, Boyacá. Archivo de EL TIEMPO.

A eso llegó al Festival Cuna de Acordeones de Villanueva en 1986, a concursar. El vallenato que tocaba ya le había anticipado algún saber, pero otra cosa fue llegar a la cuna de la música que interpretaba y enamorarse del lugar y de su gente. En los pocos días de competencia, alcanzó a ganarse una «barra de chicas», adolescentes como él, así lo recuerda. Y ocupó el tercer lugar, después de Beto Rada y Norberto Romero. No lo hizo mal, ni haber nacido lejos le quitó brillo a su participación. Después se presentó a otros festivales: probó en el Festival de la Leyenda Vallenata, a la segunda, en 1991, ganó el título de Rey Vallenato en la consabida anécdota de haber vencido a Juancho Rois, el favorito que, además, le prestó un acordeón para que pudiera concursar.

A la competencia de Villanueva volvió cinco veces. En todas quedó entre los mejores, en una se hizo rey del Festival Cuna de Acordeones y en otra, en el 2008, obtuvo el título de Rey de Reyes del mismo festival. Este año no concursará, pero será el homenajeado de esta fiesta junto con el compositor Fernando Meneses. Por lo mismo, hace poco más de una semana, Rojas estuvo visitando medios. Lo acompañaba un acordeonero jovencito, discípulo suyo, que lo observaba atento como haciéndose una idea de los pasos a seguir. Su alumno concursará en aficionado.

Rojas, en cuyo camino hubo un paso personal oscuro relacionado con adicciones de las que ha hablado suficiente, se muestra como un ser positivo. Sus frases dan cuenta de su reafirmación religiosa. «Bendecido y en victoria», responde al preguntarle cómo está y añade que va «pa’lante, contra viento  marea». Rojas se declara feliz de disfrutar este homenaje que le rinde el lugar donde decidió quedarse. «Desde siempre me impactó el encanto del pueblo, sobre todo en los festivales -dice-. Me gusta la alegría de la gente, la pasión que se vive con el acordeón, el semillero, porque sí es la cuna de acordeones, como dice el nombre del Festival, porque es la tierra de Egidio Cuadrado, de Emiliano Zuleta, de Israel Romero, de ‘El Turco’ Gil, Héctor Zuleta, Bolañito, ‘El Pangue’ Maestre…

Y, por lo general, ha hecho homenajes a la gente que ha nacido allí…

El acordeonero ha hecho presencia, incluso cuando no concursa, en el Festival de Villanueva. Esta imagen, del 2005 es de una inauguración, junto al presidente del Festival: Israel Romero. Foto: Archivo de EL TIEMPO.

Soy hijo adoptivo de Villanueva. He demostrado el cariño y el afecto, el sentido de pertenencia en festivales. He animado muchas competencias. He perdido, he ganado, he sonreído, he llorado. Me han visto pasar por todas las etapas: desde disfrutar un triunfo hasta llorar una derrota. Esos sentimientos son parte de un engranaje, hacen el dibujo arquitectónico de la formación del músico. Todo el cariño de la gente, el apoyo va sumando. Cuando me dicen: «No te preocupes, este año no ganaste, lo harás en algún momento» o «lo hiciste bien», incluso los que vienen con hipótesis como: «Este año te hicieron la rosca». Todo expresa un sentido de pertenencia. Soy hijo adoptivo del departamento de La Guajira y me siento feliz de colaborar, por eso sigo compitiendo… acabo de coronarme, hace poco más de un mes, como rey en el festival de Hato Nuevo. Ostento una nueva corona.

Una más… ¿cuántas tiene?

He ganado en unos 50 y algo de festivales.

Hasta el de  Nobsa, en Boyacá…

Ese lo gané dos veces. Soy festivalero, me encantan las competencias. Creo que la formación de un acordeonero tiene que comenzar por ellas. Cuando quiere darse a conocer y tener ese impulso, esa agresividad sana y conservar la raíz, la que hay en la piqueria y en las parrandas de patio. El vallenato ha tomado otros giros, el acordeón está en un momento difícil, en la interpretación están desconociéndose las raíces fundamentales. Al participar en festivales, trato humildemente de conservar las cosas bellas: que el acordeón sea parte del sancocho, de la gallina criolla, que no se aparte del guiso del chivo, del friche, que mientras se esté haciendo el sancocho, el acordeonero esté ahí, y que con su instrumento aún en el pecho, se agache a echarle leña al fogón. Hay que preservar al músico de parranda. Las tarimas son chéveres y tienen que evolucionar, pero hay que conservar las raíces.

¿Cómo es la adrenalina de una competencia?

Me gusta el sentimiento, el frío que le entra a uno en el estómago. Ese momento en el que uno se pregunta: «¿Será o no será?».

Cuando se ha sido rey vallenato, ¿no queda más difícil de digerir el hecho de perder?

Hay gente que tiene temor. Sucede que a muchos acordeoneros, que no son reyes vallenatos, pero tienen una imagen comercial, les da miedo meterse a la candela de los festivales, creen que van a perder su trayectoria o su historia. Como rey vallenato, perder no me quita nada. No tengo temor. Me presenté en el 2014 en Valledupar y perdí, pero lo importante es concursar. De la victoria a la derrota hay un paso. Entonces, se saborean todas, unas amargas, otras dulces. Para ser un buen ganador hay que ser un buen perdedor, lo importante es seguir, como los deportistas.

Detrás de correr tras una corona hay mucho esfuerzo, no solo musical, hay gente que mete todos su ahorros en un concurso…

He visto muchas historias. He visto hasta acordeoneros que vienen de México, otra vez vi unos alemanes. Gente que empeña cosas para ir a una competencia con su gente, a veces todos se meten en una misma casa y bajo un techo cualquiera cuelgan hamacas.

¿Alguna vez vivió algo así?

¿Dormir en colchón en el piso pelado o un tendido? Sí, en algún festival me ha tocado. Poner uno de mis morrales de almohada, todo por amor a la música. Aunque eso fue hace años. Pero si tengo que volver a hacerlo, lo hacemos.

Así que seguirá compitiendo…

Ahora no creo que me presente, por ejemplo, al Festival Vallenato. Pero de pronto digo esto y el año entrante oyes que me inscribí. Me gusta la competencia. Hace parte de mí, no puedo dejarla, tengo la fuerza para hacerlo y porque a la larga, la gente quiere ver en tarima a los acordeoneros de trayectoria, también quiere ver a los que trabajan comercialmente. Por eso los invito a que aporten y a que presenten lo nuestro. Me gustaría preguntarles cuál es el miedo. Es que a mí no me da. Hay unos que ni siquiera compiten y tienen susto o quieren ganar de una vez, sin hacer el curso. Y esto es como subir a una montaña, para llegar a la cima hay que caminar.

Ahora, aparte de los festivales, usted volvió con Jorge Oñate.

¡Oñate es mi cantante! Había trabajado con él antes. Hicimos un CD muy bonito, que fue del aprecio de la gente: ‘El invencible’. (2002). Hubo canciones como ‘Se te fueron las luces’, ‘Sí, si, si’, ‘La chica desconcertante’. Gustó mucho. Pero ahora me encuentro preparando un nuevo trabajo con ‘El Jilguero de América’.

¿Y qué sello busca darle a esta interpretación?

Hay que pensar no solo en los fines comerciales y lucrativos. Uno puede vender cualquier producto, pero lo fundamental es tener cuidado, porque cada grabación es nuestra música ante el mundo, nuestra cultura y hay que tocarla bella, sin ignorar ciertos aires. No hay que dejar morir el merengue o el son o la puya. El vallenato siempre ha sido comercial, pero la idea es cuidar la esencia.

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