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Calixto Ochoa, juglar vallenato. Foto: Yomaira Grandet/el tiempoEra marzo de 2012. Al maestro Calixto Ochoa –cantante, acordeonero, compositor y técnico de acordeones, es decir, un juglar– el médico le había prohibido viajar a Bogotá para participar en el concierto de lanzamiento del Festival de la Leyenda Vallenata que había tomado la decisión de homenajearlo en ese año.

Ochoa, nacido en 1934 y fallecido ayer, aún no sabía si podría viajar siquiera a Valledupar (vivía en Sincelejo)  cuando llegara, en abril, la fiesta máxima del acordeón en la que se hizo rey en 1970, después de vencer a juglares que para él eran sus maestros. Pero el autor de ‘Los sabanales’ y ‘El africano’ había accedido a dar entrevistas telefónicas a los medios, una de estas para EL TIEMPO. Dulzaide Bermúdez, su mujer, contestó y mientras lo pasaba al teléfono le decía: “Siéntate aquí, maestro, para ya de llorar”.

Así manifestaba Calixto su emoción cuando le hablaban del homenaje o cuando llegaban los visitantes,  decía Dulzaide, que le ayudaba a responder cuando se agotaba o se le quebraba la voz. Así que la charla fue con ambos.

“Es el resultado de mi trabajo –dijo Calixto al fin–. Hoy me siento contento al recibir el homenaje, agradeciéndole mucho al pueblo vallenato y a mis seguidores”.

Calixto fue el tercer rey vallenato. Se coronó en 1970, cuando solo otros dos grandes: Alejo Durán y Colacho Mendoza habían ostentado ese título.   El objetivo de era recordar su historia, ahora que esperaba uno de sus últimos homenajes.

-¿Cómo fue coronarse rey vallenato en 1970?

Calixto Ochoa (CO): Muy bueno, porque tuve buena acogida por el público. Todavía le agradezco al pueblo lo que hizo por mí. Estaban Emiliano Zuleta, Luis Enrique Martínez, Náfer Durán y Andrés Landero.

-Tenía que ganarles a esos grandes, ¿qué sentía entonces?

CO: Miedo no. Estaba seguro de mí porque estaba preparado para competir. Llevé canciones mías en los cuatro aires, todas eran inéditas, de mi autoría.  Y la gente me quería, porque además soy de allá, de Valencia de Jesús, a 15 minutos de Valledupar.

-Ya llevaba años en Los Corraleros (fundados en 1961), ¿Cómo fue el comienzo de esa agrupación?

CO: Los formamos nosotros. Yo era integrante de otro grupo. Antonio Fuentes nos propuso que hiciéramos un conjunto que no llevara el nombre de ninguno: Ni Calixto ni Alfredo ni nada. Así lo hicimos. Alfredo fue el gran acordeonero. Chico Cervantes estaba también. Había mucho material para hacer el conjunto. Estaban Eliseo Herrera y  Lisandro Meza. Cada quien puso su granito de arena y comenzamos a hacer el trabajo musical. Fuentes le puso el nombre: Los Corraleros de Majagual. Fue bueno, porque el conjunto anduvo por todas partes del mundo, con ‘La ombligona’ o ‘Los calabacitos’.

-Son sus composiciones con Los Corraleros, ¿Componía distinto entonces?

CO: Yo hacía mis vainas cómicas. Yo sabía que eran buen material para este tipo de conjunto. Cuando les canté ‘Los calabacitos’ les gustó. No me dediqué solamente al vallenato, sino que era compositor de todos los aires. Muchos aires: cumbia, paseíto, merengue, porro. A la gente le gustó. Salió bien todo lo que yo hice.

-¿Cuál es la composición que más quiere?

CO: Los sabanales, porque una de las primeras que pegaron y de las que más han perdurado. Fue por todo el mundo. Aunque la primera fue ‘El lirio rojo’, antes de discos Fuentes.

Dulzaide Bermúdez  (DB): No había presentación que hiciera donde no tocara esos ‘sabanales’. No la dejó de tocar hasta su retiro  de las tarimas en 1994. Su último trabajo discográfico se tituló ‘El Tuerto’. El 2005 hizo algunas presentaciones para complacer a algunos amigos en el Valle (de Upar).

-¿Cuál fue la historia de ‘Los sabanales’?

CO: Como en esa época (finales de los 50) yo tocaba acordeón en las corralejas. Amanecíamos en los pueblos. Una vez me fueron a buscar, para que fuera a tocar con un conjunto a una finca. Nos quedamos en hamacas y me desperté como a las 11 de la mañana y estaba una muchacha, hija del señor de la finca. No tuve nada con ella, pero me dio por sacarle canción. Fue de las canciones que le gustaron más al viejo Antonio Fuentes,  tiempo después.

-¿Cómo definiría su estilo en el acordeón y la composición?

CO: Mi estilo es el acordeón vallenato, pero yo después del vallenato fui innovando y sacando músicas que no eran vallenato ya, sino otros ritmos.

DO: Fue de esos vallenatos que no solo se dedicó a su música, sino a otros ritmos. Hizo paseaíto, rumbones, charangas. Tiene capacidad para hacer de todo. Ha hecho tango, compone música popular, de esa que graban los muchachos. Se le ha ocurrido de todo, hasta twist.

-¿Sigue componiendo?

CO: Ahora no compongo porque estoy enfermo. No sé si cuando me mejore. Ahora estoy en receso.

DB: Está en receso pero aquí guardadas tiene más de 50 o 60 canciones.

CO: Yo las tengo en casette.

DB: Él aquí en la casa tiene una colección de grabadoras. Era especialista en comprar grabadoras. Las canciones no las escribía, sino que llevaba siempre una grabadora y tarareaba. Solo cuando se le acababa la batería cogía un lápiz. Pero casi nunca escribió. Hay una cantidad de casettes. A veces empieza a buscar, encuentra una o dos canciones que no terminó. Dice: ‘Mira, aquí hay una” y comienza a arreglarla hasta que, de pronto, encuentra otra.

CO: A pesar de todo, tengo como mil canciones grabadas.

-Hay un rasgo común en los juglares como usted: aprendió a tocar acordeón solo…

CO: Bueno, porque yo tenía dos hermanos que tocaban el acordeón y oyéndolos a ellos hice los primeros pininos. Me ayudó mucho, pues fue exitoso para mí. Maestro no tuve…

DB: A él le gustó la música de Luis Enrique Martínez, fue con la que se inició. Interpretaba sus canciones. Otro de sus afectos fue Alejo Durán y Alfredo Gutiérrez,que es muy especial para Calixto, porque lo alojó en Sincelejo, le dio de comer, se arrimó en su casa y Calixto lo acogió como a un hijo. También quiso mucho a Andrés Landero.

-¿Oye todavía los discos de estos artistas?

DB: A él no le gusta escuchar música. Ni la de él. Porque como se ponga a escucharla no puede componer. Más bien la oía antes para que fluyeran cosas nuevas.

¿Como supo que tenía talento para componer también?

CO: Me di cuenta de que podía cuando le hice un son a un hermano mío que vivía en Pueblo Bello. Le hice el son diciéndole por qué no se había vuelto a su pueblo. De ahí fui haciendo más y más. Pero cuando uno comienza a componer, le parece que lo que uno hace no sirve, que no tiene talento. Me animé cuando empecé a tocar uno que otro tema por ahí, en parranda, y a la gente le caía bien. Ellos mismos me animaron para seguir componiendo.

– ¿Cuántos hijos tiene?

CO: Nueve.

DB: Tuvo diez hijos por todos.

CO: Rolando y César son los dos hijos acordeoneros. Ellos cogieron el acordeón, empezaron a ensayar ellos mismos y se metieron a la música.

-Con tantos años lejos de las tarimas, ¿extraña tocar el acordeón?

CO: Claro que lo extraño, pero no tengo el ánimo para tocarla  ahora.

DB: Pero duerme con ella, la acordeona,  aquí, al lado de la cama. Yo la pongo en el medio para que no le pierda el amor de esa que fue su compañera toda la vida. Así que duerme con ella. Él además de tocar, se dedicó a arreglar y a hacer sus propios tonos, para ponerlo a sonar como a él le gustaba. Fue un gran técnico en arreglar acordeones. Y llegó a enamorarse tanto del instrumento que lo desbarataba. Él no necesitaba andar con la pila de acordeones en sus presentaciones porque tiene uno, el primero,  que le servía  para tocar toda su música.  Le puso unos cambios, unas palanquitas, se las movía y  lo usaba como si tuviera  tres acordeones.

-Pero no le han copiado ese secreto, porque sus colegas llevan una fila de acordeones a los shows…

DB: Han tratado, pero no han podido. Porque los sonidos de sus acordeones son únicos. Todo el mundo pregunta cómo los hizo, pero es por idea de él mismo, que se ponía a desbaratarlos. A veces venían técnicos para que les ayudara a arreglar alguno y él les explicaba, porque vivió mucho tiempo de arreglar acordeones en Sincelejo.

CO: Aprendí del papá de Ismael Rudas. Él después le enseñó a un poco de gente.

-¿Cómo es un dí a normal de Calixto ahora?

DB: Estamos con el asunto de su recaída, de la enfermedad. Le dio una isquemia, insuficiencia renal y casi un paro respiratorio. Hay que ‘dialisarlo’ siempre en la casa, hacerle sus terapias aquí, en compañía de una enfermera que nos colabora. Los controles son una vez al mes.

De resto, está aquí. Sale al kiosko del patio a recibir visitas. Llegan dos o tres personas al día. Atiende a la gente que quiere hablar con él o que quiere conocerlo. Vienen de México, de Colombia. No hay parte de dónde no llamen. La gente lo llena de alegría y de sentimiento.  Hizo tanto a través del tiempo que lo quieren y lo estiman y por eso le da sentimiento y llora, porque vienen con alegría a sentir que están al lado de Calixto.

-¿Cuál fue la historia de amor de ustedes?

DB: Lo conocí en el 70, cuando fue rey vallenato. Yo tenía 13 años. Sabía que era el artista que venía con Los Corraleros, el grupo más grande de Colombia. Estaba la bulla porque venía a participar y a pesar de ser del Valle no lo conocíamos. Y cuando llegaba  Calixto a la plaza Alfonso López no le parábamos bola a los otros músicos. Lo vi, lo cargaban, lo llevaban, porque en ese festival nunca caminó, sino que lo llevaba el pueblo, en hombros. Es fascinante recordar esa época. El no me conoció a mí, ¿qué iba a estar pendiente cuando tantas peladas se le acercaban?

-¿Cuándo reparó en usted?

DB: Al año siguiente, en el 71, cuando fue a tocar a una caseta para el Festival, empezamos un pequeño romance, que no duró mucho, como unos dos años, porque él vivía en las tarimas y es difícil andar enredada con un artista tan famoso que en todas partes encontraba un amor por ahí. Pero como lo que es para uno se lo guardan, nos reencontramos después de 20 años. Yo vivía en Estados Unidos y un amigo argentino me dijo que iba a haber un concierto de varios grupos colombianos en una discoteca. Le pregunté qué grupos y no me supo decir más que el Joe y el Binomio de Oro. Entonces supuse que podría estar él también. Allá lo encuentro y qué sorpresa tan grande. Él me hizo volver a Colombia y llevamos 20 años.

-¡Qué historia

DB: Estoy atendiéndolo, cuidándolo para que Dios nos lo siga prestando por mucho tiempo. Para que no decaiga, porque esta enfermedad lo deprime mucho.

CO: Ella me ha ayudado mucho, en las que me ha visto… en la enfermedad.

****

Al mes siguiente de esta entrevista, de la que algunos detalles se publicaron en el artículo titulado ‘Calixto Ochoa, en vísperas de su homenaje en el Festival Vallenato’, el maestro tuvo luz verde para viajar al homenaje en Valledupar. Allí, durante la inauguración del Festival, distintos acordeoneros de todas las edades interpretaron sus notas. Fue inevitable para él llorar también en tarima. Cuando el periodista Juan Rincón Vanegas le preguntó por qué lloraba, le respondió: “Es que el acordeón suena diferente aquí que en cualquier otro lugar”.

Ochoa siguió bajo los cuidados de Dulzaide en Sincelejo, hasta la mañana del sábado 14, cuando le dio una nueva isquemia que lo mantuvo en cuidados intensivos hasta su fallecimiento en la madrugada del 18 de noviembre.

Su hijo Rolando llevaba tiempo trabajando en un homenaje a él y a su música para el que estaban grabando las voces más importantes del folclor vallenato. Ochoa no pudo ver este homenaje terminado.

Después de la despedida del pueblo de Sincelejo, el cuerpo del gran juglar será trasladado a la Plaza Alfonso López de Valledupar para la que se espera, sea una multitudinaria despedida. El sepelio será este viernes.

 

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