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Este espacio pudo llamarse ‘Caja, guacharaca y acordeón’, en honor a los instrumentos cuya alquimia es la base de lo que hoy conocemos como vallenato y que en su origen se llamó simplemente ‘música de acordeón’, hasta que llegaron las grabaciones (muchas de ellas se hicieron con la guitarra en vez del acordeón) y las disqueras la bautizaron con el sesgado nombre de vallenato (como si fuera una música exclusiva del Valle de Upar). Pero quise un nombre que sugiriera la integración de personas en torno a un interés común: esta música.

Entre canciones
Buscando, pasé revista a los títulos de las clásicas del género. Concluí que si hubiera una canción emblemática, que conecta la leyenda con la modernidad vallenata, tendría que ser La gota fría. Pues no hay colombiano que no la haya escuchado y sus versos remiten al más legendario de los juglares vivos, un nonagenario de ojos azules, que vive en una casa de Valledupar, sentado en una sillita masticando la melancolía que le da tener la cabeza llena de nuevos versos que no puede cantar ni llevar al acordeón: Emiliano Zuleta Baquero.
A la vez, hace pensar en el primero de los artistas colombianos que, en los años 90, nos hizo ver que no era locura soñar con tener una estrella musical internacional, nada más ni nada menos que uniendo su alma roquera con las raíces del folclor: Carlos Vives, que con su versión de ‘La gota fría’ despojó a una generación de su falta de fe en el talento nacional y a unos cuantos estratos sociales del prejuicio de que oír vallenato daba oso.
Lo más bonito de esta conexión está en que un músico, cuyo empeño de juventud era ser el clon colombiano de Charly García (y nada que ver con el vallenato) le debió su consagración y el respeto que ganó como músico a la composición de un viejo juglar. Pero una sola ‘gota fría’ era suficiente.

Lluvia de ideas
Acudí entonces a las sugerencias del entorno. En la lluvia de ideas de mis compañeros de la redacción de EL TIEMPO, lo primero que les llegaba a la mente a todos era la expresión ‘Ay hombe’ (o «Ay, ombe»), grito de combate vallenato presente en muchas canciones equivalente a un “Ay, caramba”, que puede ser de alegría o de lamento. También es el título de la canción más popular del género en el siglo XXI (ya que en los cinco añitos que van, Ay hombe, de Jorge Celedón, fue canción colombiana del año en el 2002 y el 2003, récord difícil de superar). Pero resultaba un nombre menos universal que los analizados anteriormente.

‘Alma vallenata’ fue sugerencia de Félix Carrillo Hinojosa –mi vallenatólogo de cabecera–, por las connotaciones de la palabra alma (espíritu, esencia, parte principal de cualquier cosa). Lo asocié también con corazón, sentimiento vallenato. Pero inmediatamente pensé en Alma Llanera, el conjunto de Fernando Lizarazo. Ese recuerdo subjetivo me hizo dejarla de lado. Sin embargo, eché un vistazo a términos parecidos, entre estos ‘Inspiración vallenata’, que descarté porque no soy compositora. Más bien una periodista que, a lo largo de años fue acumulando tantas historias de vallenato que terminó por aprender alguito más del género.

Titular ‘Raíces vallenatas’ dejaba por fuera temas tan deliciosos de tratar como el vallenato comercial y sus derivados –vallenato pop, romántico (llamado por algunos «balanato»,»ranchenato» y «vallenato llorón»)–, que a veces tanto irritan a los puristas. Por una razón similar descarté el exceso de modernidad que tendría este «blog» si se llamara ‘Nueva ola vallenata’, término con el que se agrupa al vallenato de la nueva generación. Pensando en ella, me acordé de la última visita del cantante ‘Poncho’ Zuleta a EL TIEMPO, hace pocas semanas. ‘Poncho’ dijo que él y su hermano ‘Emilianito’ eran los ‘rompeolas’ (porque están por encima del bien y del mal en cuanto a las tendencias del momento), y no me cabía en la cabeza un espacio para discutir sobre vallenato que dejar por fuera en su título a ‘rompeolas’ tan importantes como ellos, Jorge Oñate, Miguel Morales, Diomedes Díaz y todos los artistas consagrados que son noticia y lo seguirán siendo por muchos años.

‘Vallenatología’ es una palabra que me está rondado desde hace un año. Pero un título así es demasiado académico, aunque sueño con una vallenatología fuerte, con debates en universidades e intelectuales escribiendo libros y tesis sobre el tema. Por relación sonora aparecieron las palabras ‘Vallenatolandia’, que me llevó a pensar en Mickey Mouse, y ‘Vallenatomanía’, que, sin más explicación, no me sonó bien.

 Iba en ‘Club vallenato’, que sugería la presencia de gente interactuando, cuando recordé a Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González y algunos otros legendarios músicos cubanos que estaban en el olvido hasta que un productor gringo, Ry Cooder, les grabó un disco llamado Buena Vista Social Club, que se convirtió en éxito mundial.
Me dio envidia (de la buena) la difusión internacional de la música cubana. Con sus categorías especiales en los Premios Grammy Latinos, su ‘soncubanología’ (los expertos en música cubana pasan por intelectuales allá, acá y en cualquier lado), sus lugares de culto musical (que se convierten en templos de saber sobre la música) y el trato de superestrella que les dan en el resto del mundo a músicos como Ferrer. Quiero eso mismo para el vallenato.

Por su delicada salud, no veré al viejo ‘Mile’ en las mismas de Ferrer. Pudo ser posible hace seis años, cuando conocí personalmente al autor de La gota fría, en una visita que hizo a Bogotá en compañía de su amigo Lorenzo Morales (el destinatario de la canción de su autoría). En 1999, los dos juglares se veían entrados en años, pero llenos de vitalidad. Orgullosos decían que, a pesar de no haber sido estudiados, habían sido más inteligentes que otros colombianos, porque las rivalidades que otros zanjaban a puños o a bala, ellos las resolvieron a punta de piquería (coplas vallenatas). Habría sido maravilloso, ver a estos viejos juglares conquistando el mundo. Pero todavía a los colombianos nos sobra talento para conquistarlo en su nombre con los músicos que tenemos en ejercicio.
Por esto, para tenerlo como ejemplo, inspiración y meta (al menos en materia de difusión de esta música) decidí parafrasear el nombre del proyecto que volvió a darles luz a los músicos cubanos y bautizar este espacio con el nombre de Vallenato Social Club.

¡Bienvenidos!

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