Todos los dedos lo señalaron: culpable. Los medios de comunicación lo dijeron: culpable. Las viejas chismosas del barrio fueron las primeras en empezar a tejer historias sobre una u otra cosa que habían visto en ese hombre que, sin duda alguna, para ellas, daban mayor certeza a su fallo: culpable.
Hubo incluso quien ‘lo vio’ montando en una bicicleta, llevando atrás a lo que parecía ser un bulto, pero que ahora comprendía que era una niña que botaba piedras al piso para buscar ayuda porque el hombre siniestro se la estaba llevando para abusar de ella. La vieja chismosa estaba segura. Eso había pasado. Y el amigo de José de Jesús también estaba más que seguro.
Agentes del CTI alcanzaron un día a José de Jesús Arias, de 30 años, cuando caminaba por el barrio San Bernardino, de Bosa. Le pusieron las esposas y le dijeron que estaba detenido, acusado de haber abusado de una menor.
José de Jesús dice que no se asustó. Que su conciencia estaba tranquila y que sabía que era un error. Ni siquiera ha tenido una cicla en su vida. Lo único que ha tenido es una carreta de dos ruedas que él arrastra por las calles reciclando cartón.
Los agentes lo llevaron ante un juez y este lo dejó libre porque la captura fue ilegal. Otro día, los agentes regresaron, esta vez con orden de captura y lo pusieron otra vez ante el juez, que lo envió a prisión preventiva.
Mientras tanto, su madre y su demás familia vivían la tragedia de ser señalados por las mismas viejas chismosas y por decenas de personas más en su barrio que, incluso, apedrearon su casa, porque pensaban que ellos no eran dignos de vivir allí.
Una concejal y el alcalde de Bogotá también dieron su veredicto: culpable. Y eso le dio más credibilidad a la versión de las viejas chismosas y del amigo marihuanero de José de Jesús, quien fue, al parecer, quien tejió la historia inicial.
José de Jesús ya estaba viviendo su propio calvario en la cárcel La Modelo. Hasta los guardianes lo golpeaban, porque allí, detrás de las rejas, un abusador no tiene perdón. Dice, incluso, que hubo quienes jugaron con él a la ‘ruleta rusa’.
Su familia tuvo que cambiar de barrio una y otra vez, porque donde llegaban los señalaban: ‘son familiares del violador’.
Pero habría de llegar la justicia divina. Las pruebas de ADN resultaron negativas. Quedó la absoluta certeza de que José de Jesús no le hizo nada a nadie. Que solo fue una víctima más del chismorreo de unas personas que se creyeron tan libres de pecado para señalarlo sin pensar en nada más, sin medir las consecuencias, sin darle chance para su defensa, sin preguntar siquiera. Así, nada más, lo declararon culpable. Y hoy siguen sus vidas tranquilas, como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Esos interminables días en la cárcel, ese dolor de saber a su familia humillada, jamás se le quitarán del alma a José de Jesús que, aún así, hoy sonríe, con sus sobrinos subidos a sus espaldas y al lado de su madre, sabiéndose plenamente inocente.
Aunque aún teme por su vida, le ruega a Dios que, antes de que se lo lleve, le permita dejarle ‘un ranchito’ a su madre. Para ello sigue recorriendo todas las noches las calles de la capital recogiendo cuanta cosa se pueda reciclar y soñando con que algún día la vida le vuelva a sonreir.
*Con datos de la entrevista realizada por el periodista Carlos Alberto González, para el Periódico HOY.