Mientras esperábamos a que comenzara el show de Hollyday On Ice en el Coliseo El Campín, me puse a observar las gradas y la construcción misma y me empecé a lamentar en voz alta de lo mal que se encuentran. Mi hijo Esteban, de 12 años, me preguntó qué haría yo si tuviera muchísimo dinero y fuera el dueño del Coliseo. ‘Lo tumbaría y lo volvería a hacer’, le respondí. ‘¿Y qué pasaría si la gente empezara a protestar porque lo tumbaste y los dejaste sin un escenario mientras construyes el otro?, replicó Esteban. ‘Yo creo que la gente agradecería que les hiciera un verdadero coliseo’, le dije.

Y es que da mucha tristeza ver ese coliseo. Desde que se ingresa, entre las penumbras, se percibe el olor a húmedo.

Abajo quedan las sillas de Platino, VIP y Platea y uno piensa que son cómodas, para los precios que se pagan allí, pero la sorpresa viene cuando el acomodador lo guía a usted por entre un poco de sillas blancas de plástico que no tienen descansa brazos y que están pegadas la una a la otra por una tira de plástico para que no se puedan separar entre sí.

En cada silla hay pegado un improvisado papel en el que se escribieron a mano el número de la fila y el número de silla. A eso es a lo que llaman ‘silla numerada’.

Allí no podrían sentarse personas pasadas de kilos porque no cabrían en la silla, que es bien angosta. Por eso es que allí se ven a los espectadores muy uniditos: porque no les queda espacio entre unos y otros y casi que quedan unos encima de otros.

Para que las personas de Platino, VIP y Platea puedan ver bien, los asientos se colocan en varios niveles de altura. Y para que esto sea posible, debajo hay unas plataformas que, cuando alguien camina en sus bordes, se suben y se bajan en algunas partes y suenan como si alguien se hubiera caído.

Y si eso ocurre en el sector de las boletas más caras, imaginen cómo la pasan los de otras localidades, en donde no hay sillas sino asientos de plástico sin espaldar. Los que quedan más arriba deben lidiar, además, con el frío que entra por la parte de arriba del coliseo.

Por donde quiera que se mire, se nota que hay abandono.

José González es el coordinador jurídico de Coldeportes y actúa como si fuera el papá del coliseo. Le pregunté qué pasaba con esa mole de cemento y me dejó asombrado su sinceridad: es que el coliseo no tiene doliente. Ni el Distrito ni la Nación le dan plata. Todo por una vieja norma que determinó que las juntas de deportes debían entregar ese tipo de escenarios a sus respectivos municipios.

Cuando la Junta de Deportes de Bogotá fue a entregar el coliseo al Distrito, este no lo recibió, porque había de por medio un litigio jurídico entre la junta y una empresa llamada Coinverpro. Si el Distrito recibe el escenario y el litigio lo gana Coinverpro, tendría que pagarle unos cuantos miles de millones de pesos. Y como la justicia marcha a paso de tortuga, aún hoy, ocho años después de haberse formado el pleito, no se ha podido resolver.

Total que la junta de deportes sigue encargada del coliseo. Pero como la ley determinó que se acabaran las juntas de deportes, la de Bogotá tuvo que liquidar a sus empleados y entregar todos sus bienes. Y en este momento tiene un solo ‘empleado’: don José, que trabaja para Coldeportes. El único doliente del escenario.

¿De qué vive entonces el coliseo?, le pregunté a don José. Me explicó que lo administra el comité paralímpico y que este lo arrienda cuando se lo piden, porque hasta la Misión Carismática, que lo arrendó por una década, se fue de allí y construyó su propia sede.

El comité paralímpico cobra 12 millones de pesos diarios cuando hay un espectáculo y 6 millones de pesos los días en que se monta o se desmonta el show. Los otros días son solo de gastos. Allí funcionan, además, las ligas de deportes.

Con esa platica no alcanza para nada. Don José dice, por ejemplo, que desde que se construyó en 1973, no se le ha actualizado el sistema eléctrico al coliseo. Ya hay que hacerlo, pero ¿con qué plata?

Don José agrega que, por ejemplo, el techo ya necesita ser pintado. Y nada más eso le vale 300 millones de pesos.

Por supuesto que don José no se atreve a decir lo que uno sí puede decir: que ese escenario ya no tiene futuro.

Por eso es que los empresarios dicen que no hay sitios para traer grandes espectáculos.

Lástima que los mexicanos no hayan construido ya la ‘carpa multipropósito’ que se pensaba que podía estar lista para agosto y que aún ni siquiera tiene esperanzas porque está en manos de la Alcaldía de Bogotá, que sigue ‘estudiando’ la propuesta.

La carpa buscaba ser un escenario con concha acústica, capaz de albergar a 20 mil personas (unas 8 mil más que el Coliseo), con todos los servicios y las ventajas del nuevo siglo.

También se quedó entre el tintero la propuesta de construir un escenario en El Tunal. Los empresarios dicen que no le ‘jalan’ a espectáculos allí, porque queda en el sur. Y creen que los bogotanos no van a ir por eso.

Lo único que nos queda, por el momento, es esperar a que el Alcalde, que está engomado con el metro, se acuerde del proyecto de los mexicanos. O que Telefónica vuelva a hacer la propuesta que hizo hace un buen tiempo, de invertirle mil millones de pesos al Coliseo, pero que no exija pintar todo el coliseo con sus colores, porque se la vuelven a rechazar.