«Por Colombia, por la paz, dejad las armas», gritó Carlos Pizarro Leongómez aquel 8 de marzo frente a una inmensa tabla de una improvisada mesa, en pleno campamento del M-19 en Santodomingo, Cauca. Momentos después, luego de que lo hicieron todos sus hombres, él dejó su arma sobre las demás y partió, raudo, a una de las cabañas de madera que habían construido sus hombres.

Todos los periodistas nos fuimos tras él, pero llegamos hasta la puerta y entendimos que era el momento de dejarlo solo. O más bien, en los brazos de su compañera, en los que se refugió. Los dos se fundieron en un abrazo y se quedaron allí, como si fueran un solo ser, llorando.

El dolor de Pizarro era entendible. Acababa de dejar atrás años de lucha armada, había comandado a sus hombres por el camino de la paz y se enfrentaba a un futuro incierto.

Pizarro sabía que el paso que acababa de dar le podría costar su vida. Y en un momento del proceso de paz con el gobierno del presidente Virgilio Barco, ese temor quedó muy claro, con el asesinato de uno de sus líderes, Afranio Parra, que casi da al traste con los deseos de paz que Colombia vivía en aquellos momentos.

Pero Pizarro nos lo había dicho. No habría reversa en su decisión. Él y el Gobierno iban a ir hasta el final.

Horas antes de que Pizarro dejara su arma, los periodistas llegamos al campamento y escuchamos una ensordecedora balacera en la parte de atrás. Nos dirigimos de inmediato hasta allí y vimos el espectáculo de casi un centenar de hombres, tumbados en el piso, en posición de combate, disparándole al aire. Porque la orden era acabar con la munición, para que dejaran de sonar las armas y empezaran a escucharse los vientos de paz.

Luego, todos los hombres, vestidos con uniformes de la guerrilla, formados frente a aquel inmenso tablón, empezaron a dejar, uno a uno, sus armas sobre la mesa. Todas llevaban amarrada a su cañón la bandera de Colombia.

La mayoría lo hizo en tono marcial. Pero hubo quienes al hacerlo se mordieron los labios y aguantaron el dolor. Luego rompieron filas y hombres y mujeres se abrazaron, en medio de un tenso ambiente.

Horas después, todos bajaron hasta Corinto -también en el Cauca-, pero esta vez vistiendo de jeans y camisetas blancas. Ya eran hombres de civil. Habían regresado a la vida civil. Atrás quedaba la guerra. Hacia adelante, una amnistía y la esperanza en que se cumplieran los pactos de paz, que les dieron dinero, estudio y les ayudaron a crear empresas y granjas.

Allí hablaron Pizarro y Carlos Lemos -para la época ministro de Gobierno-, se escucharon los himnos de Colombia, del M-19 y de la Internacional. El júbilo inmortalizó aquella calurosa tarde, pero fue en la noche, cuando, de manera sorpresiva, Carlos Pizarro, luciendo su sombrero blanco, apareció en plena Casa de Nariño, en donde lo recibió el presidente Virgilio Barco para dejar firmados los acuerdos de paz, ese mismo día.

El 26 de abril de ese mismo año, los enemigos de la paz asesinaron a Pizarro, a sus 39 años, dentro de un avión, en pleno vuelo.

El país quedó estupefacto, de la misma manera como quedó cuando ocurrió lo mismo con Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, José Antequera, Luis Carlos Galán y muchos otros líderes más.

Aquel día de abril, sin embargo, pudo más el mandato de paz que habían dado Pizarro y los líderes del M-19. Se temía que sectores de la población se lanzaran a las calles y ocasionaran graves desórdenes, por lo que el gobierno de Virgilio Barco, como nunca lo había hecho antes mandatario alguno, cedió el espacio de su alocución presidencial a un guerrillero: Antonio Navarro Wolf. Legalmente ya era ex guerrillero.

Y Barco se arriesgó a que, en medio del dolor, en esa transmisión en directo por radio y televisión, Navarro, a cambio de llamar a la paz, llamara a la guerra.

Pero no sucedió así. Navarro llamó a la paz, en una de las más contundentes muestras de rechazo a las armas y de sujeción a la civilidad, tal como lo habían decidido, desde las montañas, él y su comandante Pizarro.

Y todo hubiera quedado hasta allí, con la muerte el 26 de abril de Pizarro Leongómez, si no hubiera sido por el pueblo colombiano, que en las elecciones de la Constituyente premió su acto de paz con los votos en las urnas, que hicieron que el M-19 alcanzara 19 escaños en la Asamblea Constituyente.

Allí, en esa Constituyente, se cambió la historia política de Colombia. Yo diría más bien que cambió desde el momento en que el grupo guerrillero dejó las armas.

Y cambió, porque por primera vez en la historia del país, una tercera fuerza política, al lado de los partidos Liberal y Conservador, logró que naciera una nueva Constitución Política. Y desde aquella fecha se oxigenó la política colombiana, cambió la historia de la izquierda colombiana y la de todo un país.