Todavía tengo grabada la imagen del profesor Gustavo Moncayo, en una esquina de la plaza de Bolívar, abrazado a su esposa, llorando amargamente y cojeando hacia su tienda de campaña, mientras el presidente, Álvaro Uribe, en plenas gradas del Capitolio, seguía vociferando todo tipo de frases, de las cuales solo quedó una conclusión: que nada había cambiado. Ocurrió el 2 de agosto del 2007.

El día anterior, Moncayo había llegado a Bogotá, luego de seis semanas de recorrer a pie más de mil kilómetros, entre Sandoná y Bogotá, pidiendo por un acuerdo humanitario que pusiera fin al cautiverio de su hijo Pablo Emilio y de todos los demás secuestrados.

El jueves 2 de agosto, Uribe llegó a ‘visitar’ a Moncayo en la carpa que este había armado en la Plaza de Bolívar. Pero lo hizo con el Vicepresidente, los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores, el alto comisionado para la paz y hasta se llevó a John Frank Pinchao. Y luego de dos horas de diálogo privado, la discusión pasó a la plaza pública. Uribe, subido en el atril presidencial, previamente dispuesto en las escaleras del Capitolio, se le enfrentó al profesor de Sandoná, que solo estaba agarrado de su bastón.

Uribe perdió los estribos, habló de política, de economía, no supo explicar por qué no accedía al despeje de dos municipios en el Valle para hablar del acuerdo humanitario, no supo llevar su mensaje ni al profesor ni a los furibundos espectadores de la plaza que le gritaban todo tipo de calificativos despectivos y al final se fue retando a las decenas de personas a que, si eran capaces, volvieran otro día a la misma plaza y lo controvirtieran con argumentos.

Al profesor Moncayo no le quedó de otra que dejar hablando solo al Presidente y se retiró, antes de que Uribe acabara. Se refugió en su carpa y se puso a llorar de desconsuelo, porque a la final, este no le dio esperanza alguna.

Dos años antes, Moncayo también había salido regañado por Uribe y llorando de un foro organizado por una universidad en el que se habló del acuerdo humanitario.

Entonces no entiendo por qué muchos se siguen preguntando por qué el sargento Pablo Emilio Moncayo no le dio las gracias al Presidente Uribe. Como tampoco se las hubiera dado a Pastrana, ni a Samper, ante quienes también llegó el ruego del profesor Moncayo, sin resultado alguno.

Y menos le hubiera agradecido a las Farc por su ‘gesto’ de liberarlo, porque esa guerrilla es la culpable de haberle robado toda su juventud en la selva y de haberle quitado lo más hermoso que puede tener un ser humano, que es vivir, sentir, reír y llorar al lado de su familia, cada momento de su vida, sin pausa. Esa libertad de abrazarlos, de crecer al lado de ellos, de soñar en un futuro, de tener una novia, de tener unos hijos, de llorar de emoción el día que nazca un hermano o una hermana o un sobrino.

Lo que sí me extrañó fue el agradecimiento de Pablo Emilio Moncayo al presidente Correa, de Ecuador, por su ayuda para su liberación. Esa es una noticia que hay que seguir: ¿Qué hizo Correa para ayudarlo a salir de ese infierno?

Pero antes que pensar si le agradeció a uno o al otro, si le dio o no las gracias a su mamá, o si fue emotivo o más racional, como lo han discutido desde ayer miles de colombianos, lo importante es saber que por fin el sargento está en libertad, que un ser humano más está con los suyos, que Colombia es hoy más libre y que lo será aún más con cada hombre y mujer que quede de nuestro lado y que le podamos arrebatar a los terroristas. Porque los colombianos no podemos estar tranquilos hasta que el último de los nuestros esté en su hogar.

El hecho de que Pablo Emilio Moncayo esté hoy libre no lo puede empañar ni siquiera el inoportuno comunicado del gobierno nacional, en el que protesta por las imágenes divulgadas por Telesur. Hubiera preferido que el Gobierno se hubiera documentado un poco más, antes de emitirlo, porque a la final se está comprobando que no es un video de Telesur, sino que fue hecho llegar a cuatro medios de comunicación: Telesur, Ecuavisa, Radio Televisión española y Noticias Uno. Y cualquiera que haya estado en encuentros organizados por la guerrilla sabrá que esta siempre graba todos los detalles. Los directores de los medios de comunicación que se reunieron con el secretariado de las Farc en el Caguán, los comisionados de paz que también lo hicieron, los dirigentes políticos de la época le podrán contar al señor Frank Pearl, alto consejero para la reintegración (no comisionado de paz como se ha dicho, porque esta figura la acabó el presidente Uribe tras la salida de Luis Carlos Restrepo), que durante esos encuentros, los guerrilleros siempre graban. Y hasta les graban a las personas lo que tienen en sus apuntes y lo que están escribiendo. Y que a ninguna de las personas que ha estado en esos casos se le ha ocurrido que esa cámara la tiene la guerrilla para pasarle las imágenes a un medio de comunicación.

Así las cosas, se entiende por qué a la senadora Piedad Córdoba y a monseñor Leonardo Gómez no se les hizo raro ver una cámara. Y se entiende por qué no se imaginaron que esta la fueran a utilizar para enviar imágenes a los medios de comunicación. Tampoco sospechó eso la Cruz Roja Internacional. Luego entonces, si vamos a hablar de que no se cumplieron unas condiciones (la privacidad), podríamos decir que las Farc rompieron ese pacto, pero no podemos señalar irresponsablemente a quienes arriesgaron sus vidas por ir a traer al sargento Moncayo al seno de su hogar.