Doña Araceli Londoño echó su cuerpo hacia adelante, alargó sus brazos y, como un tesoro, recibió de manos del Alcalde Mayor de Bogotá, Samuel Moreno, el original de la carta que su abuelo, don Antonio Londoño, dejó en el interior de la caja de las llaves con las que se abrió la urna centenaria (1).

A su lado, sentadas sobre un sofá que está justo debajo del cuadro que muestra el Cabildo Abierto en el que se firmó el acta de Independencia, en el despacho del alcalde, estaban sus dos hermanas, doña Alicia, de 83; y doña Inés, de 89.

Las dos se quedaron mirando la caja y la carta que mostraba el Alcalde, escucharon la explicación que él les hacía, y se quedaron en silencio, observando, con mucha emoción, aquel documento del que no habían oído hasta el Bicentenario de la Independencia y que llegó del pasado, como la gran herencia que les dejó su abuelo, al que veneran con profundo respeto.

Con ellas estaban Luis Eduardo Betancourt Londoño, el bisnieto de don Antonio, que hoy tiene 56 años; y Juan Pablo Garrido, el tataranieto, de 27 años.

Doña Alicia tomó la carta a dos manos, con un inmenso cuidado y empezó a leer unos apartes. Doña Araceli se le unió y por un momento se quedaron las dos contemplando el documento, como si no creyeran que lo pudieran tener en sus manos.

Doña Inés, la mayor de ellas, de 89 años, sacó lentamente sus gafas de la cartera. Se las puso, dejó que sus hermanas se extasiaran y luego ella saboreó la emoción de encontrarse con su abuelo, a quien no pudo disfrutar sino durante sus tres primeros años de vida, a través de aquellas letras, escritas con la fina caligrafía de aquella época. Tomó la carta con muchísimo cuidado, como si fuera lo más preciado, la leyó por encima, mientras doña Alicia la miraba con emoción incontenible.

Juan Pablo Garrido, el tataranieto, se les quedó mirando, de pie. ‘¡Increíble!, dijo casi para sus adentros. Doña Inés y doña Alicia señalaban con sus dedos algunas cosas que les llamaban la atención en la carta. ‘Qué belleza!, dijo la mayor. Y luego tomó el sobre lacrado, lo leyó y lo devolvió con sumo cuidado.

El alcalde Samuel Moreno les señalaba uno y otro documento y les explicaba los contenidos, al lado del Secretario General, Yuri Chillán. Sobre la mesa de centro ya estaban colocadas la caja de madera en la que venía la llave, grabada a mano, y la propia llave. Y el bisnieto y el tataranieto les tomaban fotos con sus celulares.

«Yo me imaginaba una caja grande», dijo doña Inés; mientras que doña Araceli comentaba que había visto una foto de la caja y había temido que no se tratara de su abuelo, porque esa no era su caligrafía. ‘Ahora entiendo es que alguien más grabó la caja y él lo que hizo fue guardar la carta», dijo.

El Alcalde les tenía un regalo: dos copias grandes de los documentos, enmarcados, y otra de la foto de don Antonio. Cuando las entregó a la familia hubo una múltiple exclamación. El alcalde les adicionó el CD de la Filarmónica, que todos recibieron con agradecimiento.

«Es un reconocimiento para él, porque uno vive muy orgulloso de su trabajo, rectitud y la calidad de hombre que era -dijo don Luis Eduardo en es momento- Esta es la herencia que tenemos. Y el estudio, porque todos somos profesionales», agregó.

«Cumplimos con el mandato de don Antonio y confirmamos que ningún miembro de su familia esté con necesidades», dijo el Alcalde.

«Siquiera alcancé a esto, porque con estos años…», dijo doña Inés, la nieta de 89 años, cuando estaba saliendo de la Alcaldía.

Ya hablaban del metro

Cuando estaban en el despacho del alcalde, cada una de las nietas fue trayendo recuerdos a su memoria. «Era muy meticuloso en todas sus cosas», comentó doña Inés. «Mi papá Luis Alberto (hijo de don Antonio) trabajó en el Ministerio de Obras como 20 años. Murió en el 55″, narró doña Araceli.»Hacía estudios del subsuelo. Y como curiosidad, hizo un estudio sobre el metro para Bogotá. Propuso hacer uno aéreo, por la Caracas», recuerda don Luis Eduardo.

Mientras ellos hablaban de ese momento anecdótico, la familia iba sacando de un sobre de manila una copia de la partida de matrimonio de su padre Luis Alberto Londoño (en donde consta que es ‘hijo legítimo de Antonio María Londoño y Anaís Montes’), con Araceli Convers. No hay duda. Ellos son los descendientes directos del honrado y trabajador secretario del Concejo.

Del sobre también salieron unas fotos del abuelo, de ellas más jóvenes y de otros familiares. Son de tal valor, que el secretario general del Distrito, Yuri Chillán, se las pidió prestadas, para que hagan parte de la exposición que se hará sobre el contenido de la Urna Centenaria.

También fue archivero

Paradójicamente, los documentos que don Antonio dejó quedarán al cuidado del Archivo de Bogotá, que podría equipararse hoy a la entidad en la que él terminó sus días trabajando.

Según el ‘Registro Municipal’ del 15 de mayo de 1934, después de las décadas de servicio como secretario del Concejo de Bogotá, que varias veces cambió de nombre pero que siempre lo mantuvo a él en ese cargo por su eficiencia, honestidad y ejemplo; en diciembre de 1921 le crearon un cargo a él, para mantenerlo en la administración: el de ‘Archivero-Bibliotecario’.

El 13 de junio de 1924 murió don Antonio, a la edad de 69 años. «Tuvo el alto honor de haber sido distinguido en todas sus actuaciones por sus superiores, quienes lo citaban en todo tiempo como un modelo de rectitud, honradez y perseverancia (…) al desaparecer, solamente legó a sus hijos su nombre inmaculado, sus grandes virtudes y su ejemplo sin mancha» dice el ‘Registro Municipal.

Su legado para el 2110

Luis Eduardo Betancourt Londoño, el bisnieto, de 56 años, asumió la vocería de la familia para solicitarle al alcalde Samuel Moreno que en la urna para el año 2110, que prepara la Alcaldía, puedan dejar un documento como legado de don Antonio para las otras generaciones.

«Es justo que ese legado llegue a las otras generaciones. Los valores familiares y la rectitud que siempre nos inculcó»; dijo el bisnieto, que hoy es ingeniero químico.

El alcalde aceptó la propuesta, por lo que los habitantes del 2110 seguirán contando a sus hijos que un día hubo un hombre, que se llamó Antonio Londoño, casado con doña Anaís Montes, que, aparte de haber dedicado su vida al servicio de los demás, con honestidad, como modelo de rectitud, tuvo el corazón tan grande como para dejar una súplica entre una cajita de madera, para que la vieran las otras generaciones, y estas les ayudaran a los suyos, si de pronto estaban en malas condiciones. Gracias a Dios, todos están muy bien, como esperamos que lo estén todos los de las demás generaciones.

(1) Esta nota la escribí originalmente para la página samuelalcalde.com, de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Ahora la publico aquí para compartirla con ustedes.