Tiene unos 25 años. Lleva puestos unos audífonos profesionales, de esos que son mullidos, aparentemente conectados a un MP3, y una gorra con visera de color azul. Está sentado frente a la mesa de póker, con la cabeza un poco hacia abajo y los ojos mirando al frente, de manera penetrante, como si quisiera intimidar, o como si estuviera retando a su adversario.

La mano derecha la tiene sobre las cartas, como acariciándolas, y frente a sí hay un buen acumulado de fichas verdes, blancas y negras, moradas y amarillas. No es nuestro personaje, pero es un jugador de póker, en un casino común y corriente.

En otra mesa de póker, un hombre de más edad tiene los codos puestos sobre la mesa, con las manos hacia el mentón, entrelazadas, de las que sobresale el dedo índice derecho, que se lleva a los labios, como cuando uno pide silencio, y su mirada está fija en las manos del tallador.

Los dos son jugadores de póker y hacen parte de un mundo que para unos es de derroche y perdición, y para otros, su propio modo de vida, como es el caso de Freddy Torres, de Pokerstar.

El primer jugador que describimos puede ser de aquellos a los que señalan de ‘blofear’, como lo llaman los expertos. Nosotros diríamos simplemente que ‘está cañando’.

El segundo hombre puede que no esté ‘cañando’, sino que más bien esté pensando, analizando, calculando lo que debe hacer, porque en unos segundos, según lo que él diga, puede ganar o perder.

Freddy Torres podría ser uno de estos últimos. Él vive del póker. Es el oficio que escogió. Y dice que eso es como si fuera un deporte, en el que debe haber disciplina, hay que leer, observar y hasta entrenar.

Torres distingue entre el jugador ocasional, que es el que juega por diversión, entre aquel que trabaja y que en sus tiempos libres tiene dividendos del póker; y entre quien se dedica solo a ello, como él.

Le pregunté si ‘caña’ mucho y me dijo que un jugador profesional no ‘caña’ tanto, pero sí analiza más a su contendor, especialmente en su comportamiento en la mesa cuando está en primera, mediana o tardía posición. Esto es, cuando debe jugar primero, o segundo, o último.

En este caso, lo que mide el opositor es qué tanto se arriesga, qué tanto apuesta, si se queda, si se lanza…

¿Se gana plata? Sí. Y también se pierde. Y buenas sumas de dinero. Pero Torres dice que su secreto para no quebrarse está en que no mete todo en una misma bolsa. Es decir, solo apuesta una parte, establece un límite para invertir (yo diría que arriesgar) y hasta ahí llega.

Se necesita ser muy osado para dedicarse de lleno a jugar la plata en las mesas de póker. Por eso creo que es mejor seguir siendo uno más de los millones de colombianos que no conocemos las triquiñuelas del póker, o de aquellos que solo se sientan por placer alrededor de una mesa, con buenos amigos, más para divertirse que para ganar.