4:24 de la mañana. Empieza a sonar un celular como si estuviera en modo de vibración. Vrrrrr… Vrrrrrrr… Vrrrrrr… Uno, metido entre los sueños, todavía no acata a saber qué es lo que suena. Pero el sonido sigue: Vrrrrr…. Vrrrrrr…. ¡Y no para!

 

Me desperté y me dí cuenta que no era un sueño. Algo estaba sonando. Traté de volver a conciliar el sueño y casi lo logré cuando, otra vez, Vrrrrrrr….. Vrrrrrrr…. Vrrrrr….

Me levanté y empecé a recorrer la casa. La primera que descarté fue a mi esposa. Me paré en la puerta del cuarto de mi hijo Esteban, de 14 años, y nada. Me fui para la sala, y nada. A la cocina, y nada. Por ahí no sonaba nada. Y yo, como sonámbulo, regresé a las cobijas y me olvidé del asunto.

Al día siguiente: Vrrrrr…. Vrrrrrr…. Vrrrrrr…. Miré el reloj del televisor: 4:24 a.m. Me senté en la cama y empecé a afinar el oído. Me acerqué a la pared de atrás del cuarto, a ver si provenía del vecino, y nada. Por ahí no era. Y el sumbido, ahí.

Como era la semana de levantar a mis hijos a las 5 de la mañana para que vayan al colegio, no me cogió tan duro el asunto. Pero a la semana siguiente ya el Vrrrrrr me estaba aburriendo. Volví a recorrer toda la casa, tratando de escuchar por entre las paredes, para saber de dónde provenía el sonido, pero nada.

Llegó el fin de semana y todo fue calma. El lunes, otra vez, Vrrrrr….Vrrrrr. Miré la hora: 4:24 a.m. Y, ¡oh sorpresa!, al sonido le siguió otro, mucho más duro, de unos zapatazos dando contra una pared. Tatatatatatatat…..Tatatatatata….

Y entonces se formó la sinfonía: Vrrrrrrr…. Vrrrrrrr. Tatatatata… Vrrrrrrrr. Tatatatata…..Vrrrrr…..Tatatatata….

¡Es la sinfonía del vibrador y el zapato! A plena madrugada. No tuve que razonar mucho para entender que otro vecino, ya cansado del Vrrrrrrr… decididió dar el Tatatatata…

Pero lo increíble es que el Tatatatata…. Tampoco despierta a nuestro vecino, o vecina. Por lo que hasta la fecha, seguimos con la sinfonía del vibrador y del zapato. ¡Y no sabemos quién es!

Es algo similar a lo que le pasó a mi hijo cuando una vez, en el día, alguien empezó a dar zapatazos y el decidió contestar con la misma fórmula a ver si se callaban y lo que recibió por respuesta fue otros zapatazos, con el mismo son que él le puso a los suyos.

O es como el vecino que los domingos decidía madrugar a hacer sus arreglos en la casa y prendía el taladro a plenas 7 de la mañana, con lo que lo dejaba a uno sentado de un jalón.

O como cuando usted quiere hacer locha y, a las 9:30 de la mañana de un domingo suena una guitarra estruendosa, pegada a un micrófono con unos bafles que se escuchan en todo el barrio y un cantante empiece a gritar: «Vamos a bendecir al señor, nosotros los hijos de Dios…. «, a lo que le sigue la Santa Misa, que deben escuchar creyentes y no creyentes en todo el barrio.

Los más beligerantes se quejan ante la administración, llaman a la policía o llegan de puerta en puerta pidiendo la solidaridad de los demás vecinos, para que firmen una carta que ponga fin, como ocurrió en otro caso, a la fiesta que suele programar un vecino y al ruido del salón comunal.

Cuando estas cosas pasan yo suelo recordar la reunión que tuve una vez con un inspector de Policía de Chapinero, averiguando una noticia de un actor al que le habían puesto querellas por sus constantes rumbas. Tenía todo un expediente. Me contó que los había citado a conciliación y que aún así las cosas seguían igual. Que llamaban a la Policía y esta llegaba, le bajaban el volumen y más tarde, lo volvían a subir.

Le pregunté qué se hacía en esos casos y me confesó que, por lo general, no hay solución. Porque si las partes no se ponen de acuerdo, no hay una norma que les dé herramientas para castigar al infractor.

Así es que nos tocar armarnos de paciencia. Recurrir a los jueces de paz o hacer vaca para comprarle al vecino un despertador que funcione.