Cuando el asesor del servicio de empleo del Sena me dijo que si yo necesitaba cinco vendedores debía analizar 100 hojas de vida, pensé que estaba exagerando. Pero el señor, muy amable, me dijo que abriría las postulaciones y que me haría llegar las 100 hojas de vida, como evidentemente lo hizo.

Yo ya había intentado con dos avisos en un periódico de circulación nacional y con otros a través de Internet. Envié mensajes por Twitter y por Facebook. Y para mi sorpresa, las hojas de vida que llegaron por estos medios no pasaron de la veintena.

Quedé asombrado de ver cómo una señora experta en temas de pedagogía, que había ocupado buenos cargos, ahora estaba aplicando su hoja de vida para ser vendedora por comisión. No la llamé, por supuesto, porque me daba física pena ofrecerle un trabajo para vender tienda a tienda.

Me llegaron las 100 hojas de vida del Sena. Empecé a llamar a los que se postulaban para el trabajo específico de ‘vendedor por comisión’. Y ahí empecé a entender que conseguir un vendedor es un asunto muy, pero muy difícil.

Yo no cité a entrevistas sino que decidí explicarle a cada uno de ellos, previamente por teléfono, el contenido del producto, la forma de venderlo, la comisión del 30 por ciento. De una vez todo, para no engañarlos, hacerlos ir a la entrevista y hacerles perder el tiempo.

Así como a la mayoría le gustó el producto, la mayoría dijo que no. Que no trabajaban por comisión. Me extrañó mucho, porque aplicaron para un trabajo por comisión. Pero entendí muy bien el justo anhelo de todos ellos, que buscan un trabajo en el que les paguen un sueldo fijo. Por lo menos el mínimo.

De los 100, solo cerca de una decena dijo que irían a la entrevista para iniciar de una vez. Y de esa casi decena, no llegó sino uno. Los demás, ni se aparecieron.

Y el que llegó fue un muchacho de 18 años, con el que me fui para explicarle cómo presentar el producto y cómo venderlo. Al comienzo yo hice la presentación ante un cliente. Cuando él se sintió seguro, lo dejé que la hiciera al dueño de un establecimiento. El joven se quedó sin aire cuando estaba hablando. Yo completaba sus frases y lo iba animando para que se calmara. Llegó un momento en que se le fueron las palabras y yo intervine rápidamente para terminar la exposición sin que él se sintiera mal.

Salimos de allí, lo tranquilicé, y él se impuso el reto de hablar con el siguiente establecimiento. ‘Yo puedo’, parecía estarse diciendo. Y llegamos a un sitio de comidas rápidas. Empezó la exposición y, respetando su decisión, lo dejé que terminara. ‘Pero por qué se asusta. Tranquilo. Usted conoce el producto. Simplemente explíqueme con sus palabras. No se preocupe de nada’, le dijo el dueño del establecimiento. Y él se sintió más seguro. Siguió explicando. No vendió, pero recuperó su confianza.

Al día siguiente volvió, me entregó el portafolio y me dijo que no seguía, porque vive en Ciudad Bolívar y pierde hora y media en cada viaje de ida y vuelta.

El Sena me envió 150 hojas de vida más. Y volví a hacer el ejercicio. Esta vez ninguno se presentó.

Luis Alberto Sánchez, de la empresa Controles y Sistemas SAS, que vende maquinaria y equipo para la industria alimenticia, me dijo que para ellos ha sido muy difícil encontrar vendedores. No pueden pagarles un sueldo básico, por lo que no es atractivo para los candidatos que, justamente, quieren tener un sueldo fijo.

Cuando hablé con él, llevaba seis meses buscando vendedores. Tenían uno fijo y otro esporádico, pero tenía vacantes. ‘Necesitamos los que sean’, me dijo. Pero no llegan.

Sandra Patricia Malagón, de Ecobag, una empresa emprendedora dedicada a hacer bolsas económicas, también llevaba seis meses buscando vendedores. Y cuenta que el año pasado pusieron avisos hasta por Internet y nadie se presentó. Luego encontraron a una persona, la citaron a entrevista y nunca llegó. Ese año, para el Halloween, hicieron 2.000 bolsas y ella y su esposo salieron a los almacenes a vender. Les quedaron 300 bolsas para el 31 de octubre y a los dos les tocó pararse en una esquina de El Restrepo a ofrecerlas.

En mi caso, decidí irme para ‘Bogotá Emprende’, de la Cámara de Comercio, a preguntar cuánto me costaría contratar una persona de tiempo completo en dos modalidades: por un básico más comisiones; o por solo sueldo. No me dijeron cuánto pero sí me dijeron qué era lo que debía pagarles, en los dos casos: vacaciones, Icbf, Caja de Compensación, Sena, Salud, dotación, cesantías, intereses sobre las cesantías, los sueldos, subsidio de transporte, los recargos nocturnos, las horas extras, etc., etc., etc.

Haciendo cuentas, no me alcanzaban los ingresos para contratar a una persona, pagándole todo eso. Así es que volví a quedar en el limbo.

A mí me parece que lo más justo es pagarle todo eso a un trabajador y que lo mejor que puede lograr una persona es un trabajo en el que le garanticen por lo menos el mínimo. Pero también me pongo a pensar qué va a pasar con las pequeñas empresas emprendedoras que están naciendo y que necesitan de un vendedor, pero aún no tiene alas para llegar a la cumbre, ni dinero para una inversión tan seria como estas.

Se me ocurre que debería haber una fórmula para que los vendedores pudieran tener un sueldo fijo, que les diera tranquilidad en sus ingresos mensuales, pero que eximiera a las empresas que están naciendo, del pago de los demás cargos, durante un tiempo racional.

De lo contrario seguirá ese círculo vicioso de las nuevas empresas buscando vendedores que no pueden pagar y de vendedores buscando sueldos básicos que muchos no les pueden conceder. Aquí habría que pensar también en términos de tiempo, para que eso no se convierta en una práctica habitual y habría que buscar la manera de que en esa fórmula no se colaran las empresas grandes que sí tienen con qué contratar pero que poco interés tienen en reconocerles a los trabajadores sus derechos.

¿Usted qué opina? ¿Cuál podría ser esa fórmula mágica que ayudara a las empresas emprendedoras que están naciendo y que cumpliera con la justa esperanza de hombres y mujeres que buscan un sueldo fijo?