Eso de caminar por un puente y resultar, de un sopetón, en otro país, no es cosa que ocurra todos los días. Pero no fue sino dar un paso, en el puente Francisco de Paula Santander, que conecta a Cúcuta con Ureña, y ya estaba en Venezuela.
Mi intención era muy clara: conocer, comprar ropa y el licor que venden en el Duty Free Américas, que sale a precios que los bogotanos envidiamos. Hay que aprovechar que el Bolívar está a 0,20 pesos, lo que hizo que se acabara la romería de venezolanos comprando en Cúcuta y que invirtió el asunto. Ahora somos nosotros los que aprovechamos el cambio de moneda, para comprar allá lo poco que se puede conseguir, por la crisis que también está viviendo Ureña, una pequeña ciudad industrial en la que trabajan unos 15.000 colombianos.
Me habían dicho que en el Duty Free lo podía encontrar todo. Me imaginé entonces algo así como un Éxito, o un Carrefour. Pero cuando llegué me encontré con un establecimiento mediano, en el que venden algunas prendas de marca, más bien costosas, y el resto es toda una exposición de whiskys, vinos, rones, vodkas, a unos precios que sorprenden. Por ejemplo, una botella de Chivas 18 años cuesta 78.000 pesos; la de Buchanan’s 12 años le sale en 37.000 pesos; el litro de Grants en 26.000 pesos, que por un descuento que estaban haciendo quedaba en 20.000 pesos
Ese Duty Free queda en plena frontera, apenas pasando el Puente Francisco de Paula Santander hacia Venezuela.
De allí a la zona comercial de Ureña hay menos de cinco minutos en carro. Y cuando uno llega se encuentra con una cantidad de almacenes en cuadras enteras, uno al lado del otro, que le ofrecen de todo para hombre, mujer, niños y niñas.
Sobre los andenes están los maniquís. Las camisetas, blusas y pantalones cuelgan de los marcos de entrada a cada almacén y se escucha el ruido ensordecedor de las plantas eléctricas cada vez que se va la luz, lo que es muy frecuente. Las vendedoras y los vendedores están en la puerta invitando a todos los visitantes a entrar.
Allí no es sino tener paciencia y buscar buenos modelos. Todo va en gusto y en presupuestos. Pero una camiseta de marca le puede costar solo 20.000 pesos y una camisa, 28.000 pesos.
No hay que confiarse en las tallas. Por el hecho de que siempre compre camisas L, es mejor que allí se la mida, porque L, en algunos modelos, puede ser lo que para nosotros es M.
Si uno se compra unas poquitas prendas, para su uso, es mucho más seguro que no va a tener problema a la hora de pasar por la aduana venezolana al salir de Ureña. Pero si lleva cantidades, corre el riesgo de que los guardias lo dejen allí parado, en plena vía, sin la mercancía, para que coja el otro bus de vuelta a Colombia, ya sin bolívares, con las manos vacías y con la moral en los talones.
Yo no tenía problemas porque finalmente compré solo dos camisetas y esa bolsita ni les preocupó a los exigentes guardas del vecino país que se subieron al bus a ver qué llevaban los colombianos y bajaron a una señora que aseguraba que se había ganado en una rifa una de las dos cajas grandes de mercancía que llevaba.
Un oficial de la guardia venezolana me confesó, incluso, que ellos dejan pasar a las personas que (me las mostró en el puente) solo llevaban bolsas pequeñas, para concentrarse en las demás.
Me bajé del bus antes de pasar el puente hacia Colombia y me fui a comer algo en la bomba internacional de Ureña, en un lugar llamado Punto Clave C.A. Pedí la carta y quedé boquiabierto cuando vi que un churrasco, muy apetitoso, le cuesta solo, al cambio, 7.000 pesos, con papas y todo. Si quiere una pizza grande la puede conseguir en 15.000 pesos; y si quiere la más cara y la más grande, que viene con queso, camarones, salami, jamón, tocineta y cebolla, solo tendrá que pagar el equivalente a 25.000 pesos. Si le apetece, en cambio, un baby beef, solo le costará 8.600 pesos.
Yo me incliné por un pincho de carne. Pensé que era de esos pequeños que venden en los asaderos ambulantes, pero me llegaron con un plato que llevaba una muy buena cantidad de carne con papas, que me costó 25,5 bolívares, que al cambio son 5.100 pesos.
Me serví una cerveza Polar de 1.100 pesos, levanté la cabeza y me quedé observando las estrellas, con una tímida y refrescante llovizna cayendo sobre mi rostro y escuchando a Diomedes Díaz y a otra colección de vallenatos que se oyen por doquier. Estuve allí un buen tiempo, viendo además cómo corrían y jugaban los niños e imaginándome qué estarían haciendo mis hijos Iván y Esteban si estuvieran allí. Si no estuvieran tan lejos…