Soy uno de los millones de colombianos que amanecieron hoy pensando en que podrían ser multimillonarios y que a primera hora comprobamos que al final, la vida sigue igual. No cayó el Baloto. Debemos seguir trabajando o estudiando en lo que siempre hemos hecho y nos toca aplazar para el próximo sábado toda esa pirámide de sueños que llevamos armando desde que empezamos a verle más ceros al premio mayor.
Confieso que fui uno de los que hizo fila de 40 personas para comprarlo el miércoles. Ese día comprobé que una cosa es hacer fila para el mercado y otra para comprar el Baloto. Cuando uno va a pagar lo que compró en el supermercado, quiere que lo atiendan rápido, va a la caja con menos gente, se desespera de la lentitud de la cajera, cuenta cabezas hacia adelante a ver cuántos faltan por pagar antes que uno. Y hay muchos que cuando ven la fila tan larga, hasta prefieren dejar los productos y volver otro día.
Pero cuando se trata de una fila del Baloto, todos llegan sonrientes. Apenas ven la fila se asombran, pero ninguno desiste de la idea de ponerse en el último lugar. Nadie protesta. No hay gritos de ‘apúrele’, ‘yo estaba primero’ o ‘ese se coló’.
Nada de eso. Un joven se dedicó a escuchar su música con audífonos e iba avanzando poco a poco sin el menor afán. Unos venezolanos que estaban detrás de mí decían ‘eso de a poco vamos llegando’. Sin molestarse siquiera. Otros miraban como con pena de que los vieran haciendo la fila del Baloto. ¿Por qué? No sé. Pero les daba como pena.
Todo el mundo sonreía en la fila. Hasta un abuelo pasó por allí y nos dijo ‘eso no hagan más cola que me lo gané yo’. Y la gente lo tomó bien. Yo miraba a los demás y pensaba que esos eran rostros de esperanza. Todos los que estábamos allí íbamos con la exclusiva esperanza de volvernos supermillonarios en un santiamén.
Cuando me tocó el turno, la cajera hizo rápidamente uno automático y se lo dio a una muchacha que se había metido por un ladito y parecía ser empleada del supermercado. Pensé para mis adentros ‘ese iba a ser el mío. Qué tal que ese ¿ganara?’. Y me contesté de inmediato: suerte es suerte. El que viene sí va a ser el ganador.
Guardé el boleto en el bolsillo izquierdo, el más seguro, y cada rato metía la mano para asegurarme de que estuviera allí. ¡Podría tener guardados ahí 100 mil millones de pesos!
Esta mañana empecé a sospechar que no me lo había ganado porque ningún noticiero hablaba de un nuevo multimillonario. Y lo comprobé en la página de Baloto: ¡no cogí ni una!
Así que de inmediato tuve que cancelar mis planes de construir un complejo vacacional, los de comprar las casas y apartamentos que me había propuesto, me despreocupé por averiguar los datos para sacar la visa Schengen, se me quitó el susto de que me pudieran hacer algo por tener tanta plata y me dieron unas ganas inmensas de pedir un buen aumento de sueldo.
Afortunadamente no me deprimí, porque tengo la certeza de que la próxima sí será.
Otra cosa piensan otros colombianos, que se pronunciaron a través de Twitter, con la etiqueta #NoMeganeElBaloto. Aquí hay unos ejemplos:
Angélica Jaramillo, por ejemplo, se consuela diciendo que en todo caso no habría podido disfrutar el dinero porque piensa que se va a acabar el mundo.
Jom García dice: «seguiré jugando micro en el barrio para ganarme la gaseosa, guardar la tapita y poder ir a cine los miércoles».
Antongands se conforma: «mi licuadora de dos puestos seguirá siendo una ilusión».
Jorge CR se lamenta: «Y yo que pensaba pagar la deuda externa de Colombia«.
Y quien firma como ‘Solo una frase’, nos deja esta para pensar: «Recuerda que no obtener lo que uno quiere, a veces, es un golpe de suerte maravilloso».