Mientras los poderes en Venezuela se debaten entre la constitucionalidad o no de la continuación del mandato del Presidente Chávez sin que tome posesión este jueves, otra cosa es lo que sucede con venezolanos y colombianos en la frontera.
Si usted va en este momento a San Antonio (Venezuela) no encontrará furibundos defensores o detractores del socialismo de Chávez, sino a un gran caudal de comerciantes que no dan abasto vendiendo y a centenares de colombianos que pasan la frontera para traerse hasta el mercado.
Y es que en este momento el bolívar está en uno de sus precios más bajos. Ya llegó a 0,104 pesos, lo que ha hecho que los cucuteños prefieran comprar muchos de sus productos tanto en Ureña como en San Antonio y, si tienen más tiempo, en San Cristóbal.
Cuando uno llega a San Antonio y entra a un supermercado puede encontrar bahías enteras absolutamente desocupadas, porque la avalancha de colombianos ha arrasado con los productos.
Me decía un taxista que la harina para hacer arepas ni siquiera alcanza a ser colocada en los estantes cuando ya se la están llevando los colombianos. Lo mismo ocurre con el arroz.
El pasado diciembre, por ejemplo, mientras en Cúcuta los comerciantes hacían todos los esfuerzos por vender, con descuentos hasta del 50 y 70 por ciento, los colombianos se iban a San Antonio, Ureña y San Cristóbal, seducidos por los precios tan bajos, al cambio colombiano.
El día siguiente a la elección de gobernadores en Venezuela, luego de haber estado cerrada la frontera por un poco más de tres días, llegué a San Antonio y vi lo que me pareció inusual: por todo lado estaban llegando con cargamentos de carne. La estaban aún bajando de los camiones. Pero esa carne no habría de durar mucho tiempo en las carnicerías, porque apenas llega se vende.
Ese día entré a varios supermercados y no había casi espacio para caminar. Colombianos y venezolanos corrieron a ellos para abastecerse, tras la apertura de la frontera.
Y como todo tiene su razón de ser, veamos algunos ejemplos: un juego de sábanas para cama doble, de una marca estadounidense, con 2.500, 5.000 o 6.000 hilos, vale 120 bolívares. Es decir, ¡12.480 pesos! Leyó bien: 12.480 pesos.
Y en ese mismo almacén, que queda frente al parque principal, venden pantalones de dril a 80 bolívares, es decir a $8.320. Y por un poco menos o por el mismo precio puede encontrar un bluyin.
Hay una sección de calzado que se la pelean los niños y los jóvenes, porque venden zapatillas que se ven muy bien, a unos precios irrisorios, dependiendo del modelo.
Entré a uno de esos supermercados grandes y, además de las bahías vacías, había buena cantidad de productos a unos precios que uno se devuelve a mirar para comprobar que no entendió mal, que sí son así de baratos.
Por ejemplo, un champú Pantene, de los grandes, vale 3.325 pesos. Un gel Gillette para afeitar, 7.700 pesos; una Prestobarba mach 3, 5.300 pesos y el paquete de dos cartuchos para esta, 6.000 pesos.
En San Antonio se ven muchos almacenes de chinos y muchos otros de colombianos. Y en diciembre las calles estaban llenas de puestos informales, aparentemente autorizados por las autoridades de la ciudad, en los que el acento no era para nada venezolano.
Hoy ya no están los informales, pero no paran de llegar los colombianos a comprar de todo, hasta electrodomésticos, aprovechando el cambio.
A ninguno de ellos parece interesarle lo que vaya a pasar con el comienzo de un nuevo periodo presidencial, sino lo que puedan ahorrarse, en el caso de los colombianos, y lo que puedan vender, en el caso de los comerciantes.