Son segundos. No hay tiempo de pensar sino de reaccionar. El cuerpo es el primero que responde y da un salto. Uno intenta entender qué está pasando pero la mente no responde. El instinto manda aquí.
Estaba sentado, de espaldas a la calle en el karaoke, en Cúcuta. Afuera, seis personas en la terracita celebrando un cumpleaños.
Escuché el primer grito y me levantó de la silla sin más pensar. Corrí hacia el interior sin saber qué pasaba. Me pasó un frío por la espalda. Iba medio agachado. No sé por qué no me tiré al suelo. Volteé a mirar y las seis personas de la terraza ya estaban adentro. Uno de ellos estaba en el suelo. Pensé que le habían disparado. Estaba a solo medio metro mío.
Las chicas se refugiaron a un lado de la puerta y en un momento pareció como si el tiempo se hubiera detenido. Es como si estuviéramos en una dramática foto.
Llegué al fondo, donde Jair, el muchacho que pone la música en el karaoke. No podía estar más blanco, porque blanco es.
¿Qué pasó?, le pregunté. «No sé -me dijo-. Yo vi que un muchacho saltó la barda y corrió hacia adentro. De un Mazda tres o seis se había bajado un tipo y el muchacho se metió detrás de ellos (los de la terraza) y luego salió, pasó la Libertadores y se perdió entre los matorrales», me dijo.
Diana, su novia, la que atiende el mostrador, sostenía un vaso en la mano y este se le movía de lado a lado, sin razón. Estaba temblando. No podía entender aún nada. Después me confesó que quedó como si estuviera ciega. Lo único que escuchó fue a Jair cuando le dijo «agáchese».
Todos estábamos en pie. Nadie atinaba a sentarse. Un joven que cantaba minutos antes a rabiar se me acercó y me dijo: «yo pensé que era a usted al que le iban a disparar». Me corrió un frío por todo el cuerpo y le respondí, gracias a Dios, que no era así.
Nos reunimos luego todos en la terraza. Cada cual contaba lo que creyó que había hecho. La esposa del dueño, por ejemplo, cogió a una de las muchachas de la mano y le dijo «¡corra!».
Fueron ellos, los que estaban en primera fila, los que nos contaron que llegó un muchacho en un taxi, pidió una cerveza en el negocio del lado, se la empezó a tomar de pie, en el filo de los dos negocios, cuando de un carro en el que venían tres personas se bajó un hombre con arma en mano e intentó dispararle. El muchacho grito «¡a mí no!», corrió detrás de ellos y el sicario, gracias a Dios, no disparó. Se subió al carro, que se perdió por la Avenida Libertadores.
Todos empezaron a contar lo que sintieron y vivieron y nos volvimos casi unos solos, solidarios en el susto.
La música seguía sonando y el joven que antes cantaba a rabiar interpretó otra, pero ya no lo estábamos escuchando. Y él parecía no estar tan tranquilo. Nos lo dijo en medio de la canción. Se volteó, meneo su mano de arriba a abajo mirándome y me dijo: «¿qué susto, no?». Yo, en ese momento, estaba empezando a temblar.
Las seis personas del cumpleaños se volvieron a sentar en la misma mesa y por un tiempo siguieron comentando lo que sucedió.
La calma volvió. Nos hicimos cada uno en su mesa.
Yo apuré una cerveza, aún con susto, pero dándole gracias a Dios de que una vida se salvó esa noche del 4 de abril. Y que todos estamos bien. ¡Bendito sea Dios!
NOTA: Esta nota fue escrita inicialmente para el Periódico Q’hubo de Cúcuta, que la publicó el 6 de abril.
Twitter: VargasGalvis