Me quedé mirando el boleto y quedé confundido. Lo acababa de sacar de la máquina de web cheking de Avianca en el Puente Aéreo de Bogotá y allí decía que el vuelo para el que yo estaba programado salía después de las 11 de la noche. Inicialmente estaba para las 9:50.
Me acerqué al mostrador a dejar la maleta y pregunté qué ocurría. El funcionario de Avianca me explicó que se había presentado nubosidad en la tarde y que estaban retrasados los vuelos. Eso sí, me advirtió que estuviera por tardar a las 9:30 p.m. en la sala de espera, porque allí podían dar nuevas instrucciones.
Entré a la sala 9 del Puente Aéreo de Bogotá, que se confunde con la sala 10 porque son casi una sola, y empecé a comprender lo que pasaba cuando vi gente durmiendo en el suelo y muchos otros sentados, ‘pegados’ a la pared y con sus celulares enchufados, hablando por teléfono, chateando o entrando a Internet, con caras largas y cansadas.
En esa sala, que también se une con la 8, había pasajeros para Pereira, Neiva, Armenia, dos vuelos de Cali, el de Cúcuta y San Andrés. Todos, retrasados.
Las señoritas de Avianca anunciaron que los pasajeros de Cúcuta y de Cali podían pasar al cubículo donde estaban ellas y por unos segundos pensamos que íbamos a abordar. Pero no. Rápidamente explicaron que era para ofrecerles un refresco y unas galletas.
Fue entonces cuando llamaron a los pasajeros de Neiva, pero para anunciarles que les habían cancelado el vuelo. ‘Los pasajeros que llegaron en tránsito en uno de los vuelos de Avianca pueden pasar al mostrador a reclamar la autorización  para el hotel. A los demás se les informa que deben estar mañana en el aeropuerto para el vuelo de las 7:30 a.m.», dijo una de las señoritas.
Pues no fue sino decir eso y los pasajeros de Neiva rodearon el mostrador y empezaron a protestar, primero por haberlos tenido horas allí para informarles a lo último que el vuelo había sido cancelado; y segundo, por no resolverles la situación a quienes salían desde Bogotá.
Una señora había llegado a Bogotá en un vuelo de otra aerolínea y hacía conexión con Avianca, pero le dijeron que no tenía derecho a hotel. ¿Si uno llega de un paseo, sin plata, y le pasa eso, cómo paga un hotel?, me pregunté.
Luego, a los pasajeros de San Andrés los cambiaron de sala y ellos se fueron felices porque pensaron que ya iban a abordar. Pero no. Muy al rato los llamaron a subirse al avión.
Llamaron a abordar el vuelo de Cali y se oyó un estruendoso sonido de alegría, que se esfumó rápidamente para la mitad de ellos, porque solo estaban llamando a uno de los dos vuelos que tenían retrasados y estaban en esa sala. Los otros debían resignarse a esperar hasta las 10:30 p.m.
Se les acabaron las galletas y los jugos a las señoritas, pero dejaron botellas de litro de gaseosa, con vasos, para calmar la sed de desespero que ya tenían los pasajeros.
Pasadas las 11:30 de la noche nos tocó el turno. Nos subimos al avión y una vez allí el piloto nos pidió disculpas y nos explicó que en el día habían cerrado algunos aeropuertos, entre ellos los de Bucaramanga y Pereira, por lluvia, lo que ocasionó el retraso de los vuelos de toda la compañía.
Pasaron más de 30 minutos y el avión no se movía. Nuevamente el piloto habló y nos dijo: «no nos han autorizado el remolque porque debemos esperar». Y agregó lo que me dejó más sorprendido: «Lo que ocurre es que la pista sur se cierra a las 10 de la noche para no molestar a los habitantes de Fontibón; y la del norte se cierra a partir de las 12 de la noche, para no molestar a los habitantes de Álamos».
¡Por lo tanto, según el piloto, desde las 12 de la noche no queda sino una pista en la que deben hacer fila todos los vuelos que entran y que salen en la madrugada!
Twitter: @VargasGalvis