Ya clareaba un primero de enero y nosotros seguíamos cantando rancheras, baladas y cuanta cosa se le ocurriera a alguien. Todos estábamos muy felices. Fue entonces cuando mi papá pidió que le bajaran un momento a la música porque quería decir algo.

 

Intenté disuadirlo al comienzo, pero luego dejé a ver qué quería hacer. Él, con una sonrisa radiante dijo entonces que estaba muy feliz. Y dio las gracias a todos los presentes «por este rato tan hermoso que me han hecho pasar». Dijo algunas cosas más, de esas que salen del corazón noble de un hombre que no teme decirles a los demás que los ama.

 

Miré alrededor y ahora todo eran lágrimas, pero de felicidad. Sus palabras nos conmovieron tanto, que todos resultamos rodeándolo de abrazos.

 

Y es que así era mi padre. Un hombre que se entregaba a los demás y que vivía cada instante con una pasión absoluta por todas las cosas. Él se detenía ante una flor a explicarnos por qué se fue haciendo tan hermosa. Amaba la naturaleza y cuando estaba en ella llenaba sus pulmones de aire. «Esto es aire puro», decía.

 

Disfrutaba cada reunión familiar que teníamos. «Ah, chino, la pasamos muy rico», decía. Y es que cada encuentro parecía inyectarle vida en sus venas,

 

Quiso Dios llevárselo a su lado el 11 de agosto pasado y quedamos con el alma desgarrada. Uno jamás piensa que puede perder a su padre. A sus 84 años no habíamos tenido siquiera que hospitalizarlo. Pero un infarto cerebral se lo llevó.

 

Ese día, la humanidad perdió a un gran hombre. A todo un luchador en la vida que se dio a su esposa, a sus hijos y a su hermano, y que, con ese corazón tan grande que tenía, también se unió a las sociedades de auxilio mutuo, de las que fue presidente, para tratar, en su última época en ellas, de convencer a los que más pudiera para construir una ciudadela mutuaria, con aportes de todos los asociados y para asegurar así la vivienda digna de aquellos que no la tenían.

 

Una vez nos dijo que debería existir una universidad de la vida, en la que le enseñaran a los padres a criar a sus hijos. Pero con el tiempo demostró que él era el máximo rector de esa universidad, porque no solo aprendió de la vida sino que se la enseñó a los que más pudo.

 

Cuando nos sacó adelante a mis hermanos y a mí, dijo: ‘misión cumplida’. Pero él habría de imponerse más retos y, junto con mi hermana y mi madre, se dedicaron a criar a mi sobrino y lo hicieron un hombre de bien. Y él sentía que tenía una inmensa responsabilidad para con todos sus otros nietos y nietas.

 

Siempre decía que Dios no se lo había llevado, probablemente porque le faltaba cumplir una misión más en la vida. Y ponía la educación como uno de los pilares de esa vida. Por eso, acompañaba en sus tareas a los nietos que amaba con el alma y guardaba celosamente una gran cantidad de libros, porque siempre dijo que esos textos les habrían de servir algún día a sus nietos.

 

Mi papá se movió por este mundo siempre como un campeón. Era el líder en las sociedades mutuarias y una vez se lanzó al Concejo de Bogotá, pero no obtuvo los votos necesarios. Sin embargo, desde ahí fue buscado con insistencia por políticos que lo querían atraer, porque les interesaban esos votos que había logrado.

 

Por donde quiera que caminaba uno tenía que esperar porque siempre se encontraba con personas que lo estimaban o a quienes él trataba de darles por lo menos un consejo para que vivieran mejor su paso por la tierra.

 

Donde quiera que llegaba, si se trataba de una ceremonia, se ponía en pie y decía unos discursos que envidiarían poder pronunciar muchos políticos. Eran de esos discursos que les sacaban lágrimas a sus escuchas, ya sea de felicidad por un matrimonio, un bautizo, una graduación; o de amor por quien acababa de partir.

 

Y cuando pronunciaba esos discursos ante grandes auditorios, casi siempre terminaba con una frase que él tomó prestada de un gran hombre y en la que él creía profundamente: ‘Porque esta es la lucha del hombre, por el hombre y por la Patria’. Y los auditorios se ponían en pie para aplaudirlo.

 

Yo no sé cómo hacía, pero siempre lograba calar en el corazón de los demás. De pronto fue porque pensó tanto en los demás y los entendió tanto, que le era fácil llegar a sus propias almas.

 

Hoy hay una gran ausencia. Todavía veo una noticia y digo «‘voy a contársela a mi papá». Pero de inmediato me estrello con su ausencia. Y siento un vacío inmenso.

 

Pero hoy le digo a mi padre GRACIAS, así con mayúsculas. Gracias a ti y a Dios por habernos regalado estos 84 años a su lado, Gracias por ser el consejero. Gracias por el ejemplo de tu nobleza. Gracias por ese corazón tan grande que nos enseñó que todos, hasta los más humildes, merecen respeto y amor. Gracias por sacarnos adelante. Gracias por ser el gran líder irreemplazable de nuestra familia. Gracias por ese inmenso amor que nos tuviste hasta el final, cuando desde tu camita de enfermo te acercabas a nosotros para intentar darnos un beso y celebrabas cuando podías lograrlo.

 

Padre, fuiste tan grande, tan grande, que es difícil aceptar tu partida. Duele inmensamente. Pero sé que los angelitos del cielo habrán de tenerte arrullado, al lado de Dios, que te habrá cobijado con su manto. Y también sé que por siempre estarás fundido con mi propia alma que seguirá eternamente tus enseñanzas.

 

Hasta siempre, papá. Hasta siempre. Te quiero inmensamente!!!!!!

 

Twitter: @VargasGalvis