Miré el reloj y eran las 3:30 de la madrugada. Mi mente seguía puesta en aquel sueño que acababa de tener, tomé el celular y empecé a escribir rápido todo lo que había visto en él, en una carrera contra el tiempo para que no se me fuera a olvidar un detalle. Hoy organicé todos esos párrafos y los hice más entendibles. Así es que, esto fue lo que soñé:
El barco se hundía. Esteban (mi hijo) y yo estábamos en un ascensor grande, como de carga. Mi esposa también. Las puertas se iban a cerrar. Íbamos a quedar atrapados. Le pedí a Alexandra que saliera para que se salvara y nos quedamos Esteban y yo. Íbamos a buscar a Iván (mi otro hijo).
Apareció entonces un perro negro, grande, como esos de cacería pero hogareño. Corrió adelante y empezó a subir unas escaleras de metal que yo asumía que estaban o en el sótano del barco o en una parte de atrás, como una bodega.
Subió y subió hasta que llegó a una cama en donde estaba Iván. Lo despertó de un lengüetazo y él supo lo que estaba pasando cuando nos vio, a Esteban y a mí, que habíamos corrido todo el tiempo detrás del perro porque sabíamos que él nos iba a llevar a su encuentro.
A su lado, en otra cama, saltaban alegres mis sobrinas. Les dije que el barco se hundía y salieron conmigo. Bajamos rápidamente y cuando pasamos por una sala del primer piso de la embarcación, vi a un hombre extraño, sentado en un sofá.
También estaba una mujer con la cara tapada por una bolsa de papel, que tenía las aberturas de ojos, nariz y boca. Se la quité y estaba con una mirada penetrante y brava. Nunca supe quién era.
Una mujer nos atacó. Estaba envidiosa de nosotros. No sé por qué. La perseguimos para que se fuera, pero se me perdió en el sueño. Recuerdo que corría por entre una multitud que estaba en la terraza del barco.
La embarcación se hundió pero no hubo remolino ni el oleaje que uno piensa. Recuerdo que yo estaba preocupado porque las lanchas en las que íbamos se fueran al fondo del mar con barco y todo, una vez este desapareciera de la superficie. Y le temía a ese oleaje. Pero me veo más adelante diciéndome ‘qué extraño, no nos arrastró’.
Todos, pasajeros y tripulación, estaban en sus botes. Era de noche y estábamos a la deriva. Pero extrañamente, nos alcanzábamos a ver.
No sé por qué mi familia y yo estábamos tan tranquilos. Y fue entonces cuando, como por arte de magia, aparecimos a las orillas de un lago. Todo brillaba como oro. Las piedras mostraban su resplandor y había un azul intenso que contrastaba con el blanco.
Un señor, que se me parecía como un mago, o uno de esos adivinos que salen de las lámparas mágicas, pero de carne y hueso, un poco robusto y con una mirada cómplice, alegre, sacó sonriente de un maletín una mariposa pequeña y le dijo a una niña que si podía ponerla allí, como en una barquita a la que ella iba a subir. Y la puso con mucho, pero con mucho amor.
¿Y usted, que se soñó anoche?
Twitter: VargasGalvis