Cuando leí el título ‘Me mamé de Bogotá’, la entrada en el blog de Andrés Rodríguez, se me vino a la mente escribir de inmediato una respuesta. Luego vi otro título: “Yo no me mamé de Bogotá”, de Jaime Luis Posada, y me sentí aliviado porque alguien ya había respondido.

Me propuse entonces a pasar más allá de los títulos y empecé a leer la entrada de Rodríguez. Quedé estupefacto. La verdad, pensaba leer una nota que hablara de lo malo que tiene Bogotá. Hasta me la imaginaba graciosa, irónica. Pero no me esperaba tanto odio y tanto dolor juntos, en una misma persona.

Menos esperaba que nos tratara a todos los bogotanos como muertos en vida, que viera posible el que nos matáramos unos a otros y que ignorara lo que tantos citadinos de bien están haciendo por la ciudad.

Leí la entrada de respuesta de Jaime Luis Posada y me identifiqué con él. Qué bien escrita. Corta y contundente. Pero sigo pensando que falta algo: pensar en aquello que extrañaríamos si no estuviéramos en Bogotá. Muchas cosas que incluso hoy no disfrutan los bogotanos, pero que las tienen ahí, a la mano, privilegiados entre millones de colombianos.

Soy bogotano. Desde hace tres años vivo en Cúcuta. Y déjenme decirles lo que extraño de Bogotá, además, por supuesto, de toda mi familia:

1. Extraño caminar por la Plaza de Bolívar y tomar la carrera séptima, entre todas esas personas que venden una u otra cosa que ponen en el suelo, que cantan, que hacen de estatutas, que tienen cada una un don que es el que desarrollan allí para ganar el pan de cada día.

2. Extraño al candidato presidencial de la paz, ese al que muchos le dicen loco, y que se la pasa a los pies de Simón Bolívar pidiendo que voten por él porque será la salvación nacional.

3. Extraño a Maloka y me pregunto cuántos bogotanos se han perdido el placer de ir allí, o al Museo de los Niños, o al Museo Nacional o a Divercity, a Mundo Aventura, a Salitre Mágico, al club de Compensar, que son placeres privilegiados de los bogotanos que no se pueden dar millones de niños de las ciudades intermedias o pequeñas y de los campos del país.

4. Extraño sus bibliotecas. La Virgilio Barco fue a la última que fui. Y me acuerdo de todas sus facilidades y su disposición a hacer de la educación un sueño, cada vez que voy por las calles de los barrios de Cúcuta y me pongo a pensar cuántos libros tendrán a la mano todos esos niños que, como los bogotanos, quieren salir adelante, tienen sueños y quieren triunfar. Ojalá estos niños tuvieran todas esas cosas que hay para los pequeños en Bogotá.

5. Extraño a Corferias, en donde siempre hay una feria y a donde se puede ir con los hijos a ver, aprender, reír, caminar, jugar, con los talleres de la Feria del Libro, o con lo que exponen en cada estand, o con los espectáculos en la plaza de banderas. Privilegio que no tienen millones de personas que aguardan en barrios de ciudades pequeñas y en los campos, a ver si alguien se acuerda de ellos y les lleva por lo menos una partecita de un taller lúdico de esos. Una partecita siquiera de cualquiera de los eventos que allí son el placer de los bogotanos.

6. Extraño el cine. Millones de bogotanos invaden las salas en los centros comerciales cada mes, mientras que en la mayoría de los pueblos del país, si acaso un domingo alguien extiende un telón y lo pone en el parque o en una cancha, para proyectar allí las películas que ya se han visto en la capital.

7. Extraño el teatro. La última vez que fuimos vimos a un grupo de jóvenes haciendo improvisaciones en segundos y jugando entre ellos y con el público. Y hay decenas de salas de teatro y grupos de teatro callejero que elevan el nivel cultural de nuestra Bogotá.

8. Extraño su arquitectura. Caminando por una calle de Buenos Aires me sentí como yendo por la Jiménez, en la parte alta, la del eje ambiental, con esas estructuras como las de El Espectador y El Tiempo de la época, o como las que quedan alrededor del ministerio de Comunicaciones, y me dio nostalgia. Y uno va por Teusaquillo, o por la 70 con 8, por la Candelaria o por tantos otros sitios en donde aún quedan esas casas de antaño.

9. Extraño perderme por entre calles y carreras de la ciudad sin un rumbo fijo, mirando para arriba y para abajo, y casi queriendo golpear en cada puerta para que nos cuenten su historia o la de su casa o la de su barrio.

10. Extraño el agite, el andar a las carreras para cumplir una cita o llegar a tiempo al trabajo. Mi esposa ya tenía la clave para conseguir en las mañanas un taxi que parara, que no preguntara para dónde va y que no le dijera a uno ‘por allá no voy’.

11. Extraño ese estrés que se vive allí, que a unos mantiene despiertos y a otros en graves dificultades, pero al fin y al cabo un estrés de una ciudad cosmopolita al que se puede vencer si se le encuentra el talón de Aquiles.

12. Extraño el Chorro de Quevedo, sus aguadepanelitas o el canelazo.

13. Extraño a Monserrate, con ese frío, sus ceremonias litúrgicas y la venta de artesanías. El viaje en funicular o en teleférico y su mirador, que en época de verano nos hace entender la grandeza de nuestro terruño, porque desde allí se ve que la ciudad pareciera no tener final.

14. Extraño los centros comerciales. Un periodista que viajó por primera vez a Bogotá quedó encantado con Gran Estación y cuando me lo dijo pensé: y nosotros que no valoramos esas cosas cuando estamos allá.

15. Extraño las gentes. Allí se encuentra uno con un guajiro, con un cucuteño, con un bogotano, con un indígena del Cauca, con un francés, un alemán o un campesino boyacense, todos viviendo en sana convivencia. Hay sus excepciones, sí, pero en Bogotá, como en Colombia, somos más los buenos, los que queremos a nuestro terruño, a nuestra Patria y los que trabajamos por construirla y no por destruirla.

16. Extraño la Puerta Falsa, ese centenario sitio en donde venden ese exquisito chocolate bogotano, con tamal, queso, almojábana, o la aguadepanela, con todo eso.

17. Extraño sus restaurantes. De todos los precios. Desde el corrientazo hasta el más fino, que se pueden encontrar por toda la ciudad, como la pasta de San Marcos, tradicional italiana, o las gallinas en El Campín o en pleno centro de Bogotá, en el pasaje de los esmeralderos; o la fritanga de Fontibón o el cuchuco en Don Jediondo o el ajiaco que hace Milena.

18. Hasta extraño San Andresito, por donde sufría caminando, entre un mar de gente en Navidad o en época escolar; y San Victorino, en donde no se puede descuidar o la sacan la billetera del bolsillo. En donde todo el mundo corre, unos llevando y trayendo mercancía, otros comprando y los demás, esquivando a los dos.

19. Extraño la Media torta, el Parque Nacional, los cuenteros en Ciudad Salitre, y los conciertos de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, en las calles, que una Navidad me hicieron llorar de la emoción de saber que allí había una magia de amor y alegría, entre los centenares de personas que se acercaron a disfrutarla y que terminaron bailando con el alma.

20. Al año de estar en Cúcuta me di cuenta de que me falta mucho por conocer de Bogotá y me pregunté: ¿por qué no lo aproveché cuando estaba allá? Y desde ahí, cuando voy a la capital, trato de irme con mis hijos a esos sitios a los que definitivamente hay que ir, porque son, tristemente, los que no pueden disfrutar tantos millones de niños en el país y tantos otros que viven en Bogotá y no se han dado cuenta de qué gran ciudad es aquella en la que están viviendo. Que son afortunados de vivir allí, que solo tienen que convencerse de que la felicidad está más allá del trabajo y los problemas, que la pueden encontrar en las pequeñas cosas que tiene a su lado,, en su ciudad, en Bogotá.

¿Y usted, qué extraña de Bogotá?

Twitter: VargasGalvis