(Blog solo para quienes vivan en áreas afectadas. Ver mapa tomado de Minsalud)

Todo comenzó con un dolorcito en la espalda con el que amanecí un día. Era en la columna. Pensé entonces que me había acomodado mal en la noche. Me sentía cansado.

Me senté en el borde de la cama y me paré. ¡Uy! Quedé sentado de una. Intenté volverme a parar poniendo más atención a lo que estaba haciendo y sentí como si los huesos se estuvieran rompiendo como cristales.

El dolor más fuerte fue en las rodillas y en las coyunturas de los pies. Me mantuve parado, cogido de la pared, tratando de guardar el equilibrio, lo que logré en pocos segundos.

Empecé a caminar y sentí en los pies como si hubiera tenido esguinces. Ya no me dolían las rodillas. Pero cada paso que daba me decía que algo estaba pasando.

Ya en el desayuno parecía estar mejor, pero al salir hacia el trabajo tuve que hacerlo en taxi, a pesar de que es a dos cuadras, porque las plantas de los pies no me permitían caminar bien.

Dos horas después empecé a sentir fiebre. Me iba subiendo como si naciera desde el cuello, hacia arriba, hasta las mejillas. Me empecé a preocupar. Un poquito después ya no me aguantaba tampoco la cintura. Pensé que me había ajustado mucho el cinturón, pero no era así.

Me fui a parar de la silla y otra vez: sentía los huesos como cristales que se fueran a romper. Las rótulas las sentía como si se hubieran salido de su puesto y empezaba a ver más limitados mis movimientos.

Decidí ir al médico. Primero a urgencias, pero estaban a reventar. Busqué entonces una cita normal y di con un doctor de Saludcoop, de esa tarde en el consultorio 2 de Caobos, de Cúcuta, cuyo nombre no quiero ni recordar, que apenas me vio se negó a atenderme.

“A usted lo veo muy enfermo. Yo no lo puedo atender porque me despiden. Usted está muy mal y necesita es ir a urgencias a que le hagan exámenes y yo no le puedo formular”, me dijo.

No quise decir una sola palabra para responderle. No tenía alientos tampoco para ello. En ese momento ya mi cuello parecía como un tronco de un árbol, que no me permitía mover bien la cabeza.

El médico de marras se me quedó mirando y me dijo: vea, voy a ser buena gente. Y para que no se vaya bravo le voy a mandar un examen de sangre para que se lo haga ahora mismo y lleva el resultado a urgencias. Me sugirió que si no quería ir a urgencias fuera a un sitio que se llama algo así como Pablo VI o Pío XII, pero no le puse atención. Me tomó el pulso y la temperatura. Tenía más de 38.

Cuando salga de aquí, vaya al baño y échese agua en la cabeza y en el cuello, porque tiene mucha fiebre, me dijo.

Salí de allí. Ya estaba caminando como Robocop: totalmente tieso. Pidiéndole permiso a un pie para mover el otro. Era como si de un momento a otro se me hubieran encogido todos los músculos y se apretujaran entre sí.

Esa noche me armé de acetaminofén, loratadina, suero oral y agua. Pero no podía quedarme acostado, ni sentado, ni parado, ni de medio lado. De todas las formas sentía un inmenso dolor. No podía dormir tampoco.

Me dolía intensamente la cabeza, las manos las tenía hinchadas y no las podía cerrar, no lograba agarrar bien las cosas, la cintura parecía palpitar del dolor, las plantas de los pies también, las piernas no se aliviaban ni encogiéndolas ni estirándolas y no podía ni abrir el suero oral. Además, el cuerpo se me puso rojo con pepitas blancas, como brotado por todos lados.

Eché mano entonces de algunas técnicas que me dieron resultado. Una, respirar hondo, aguantar la respiración y luego soltar el aire, una y otra vez, lentamente, por la boca, acostado en función de dormir. Poco a poco uno se concentra solo en la respiración y se va quedando dormido.

Como dependiendo de la manera como uno se acomode le duele una u otra parte del cuerpo, me acostaba de lado y sentía dolor en unas articulaciones pero me aliviaba así la espalda. Me concentraba entonces en el alivio de la espalda y no en el dolor. Y lo mismo hacía con otras poses.

Si a usted no le ha dado y no quiere que le vaya a dar chinkunguña (o dengue, que es peor), tiene una fórmula salvadora: encárguese de que en su casa no haya recipientes con agua empozada, mande limpiar el lavadero y los tanques del agua hasta eliminar cualquier posibilidad de que se incube ahí el mosquito y conviértase en un vigilante para que sus vecinos hagan lo mismo. Así se protegerán mutuamente (lea qué es y cómo hacer para evitarlo). No espere las fumigaciones: estas no sirven sino para matar los animales que están volando y durante un tiempo muy reducido. Hay que acabar es con el sitio en donde se reproducen.

Nota: Esta nota la escribí inicialmente para el periódico Q’hubo de Cúcuta y se publicó el jueves 4 de diciembre de 2014).

Twitter: @VargasGalvis

Vea también:

Abecé del chicunguña

Plan Nacional de Respuesta frente al virus en Colombia