El médico irrumpió en el consultorio tres de urgencias de Saludcoop en Cúcuta. Se le veía un tanto agobiado. ‘¡Estoy de un genio!’, le dijo a la doctora que atendía allí.
‘Tenía que tocarme a mí. Esa señora hay que mandarla al siquiatra. Qué más puede hacer uno. Y no la voy a enviar en ambulancia. Ella puede ir por sus medios’, le dijo a su colega, quien le explicó el procedimiento para hacerlo.
El agobiado médico se refería a una señora que minutos antes había salido gritando del consultorio de Triage, asegurando que el médico no sabía qué es ser bipolar, que ella era bipolar, y poniendo a su hija, de unos 8 años, a explicarles a todos los pacientes de urgencias, qué es ser bipolar.
La niña explicó con total seguridad: ‘Ve, hasta ella lo sabe. Cómo no lo va a saber el médico’, dijo la señora, mientras su otro niño se hacía sobre unas sillas, boca abajo, como queriendo no oír más.
El esposo iba y venía preocupado, mientras ella seguía hablando duro, casi a los gritos, diciéndole a alguien de la sala que no identifiqué, que no mirara pornografía; y hablando de Jesucristo.
Esa era la señora que le había tocado al médico, que antes de salir del consultorio tres escuchó también el lamento de la doctora que le decía algo así como ‘dímelo a mí, que me tocó el señor de la silla de ruedas. Yo no sé si se le fue un trombo a la cabeza o está haciendo un infarto del corazón y ¿qué más hace uno? Pues mandarle exámenes de todo para saber qué es’.
‘Y qué me dices de la muchacha’, interrumpió el médico. La traen hoy, no dice sino incoherencias, porque se dio un golpe hace tres días. ¡Y no se los ocurrió traerla antes! Hasta había perdido el conocimiento y no la trajeron. Que dizque estos días prendía el gas y se iba para otra parte sin recordar lo que estaba haciendo. ¡Y hasta ahora la traen!
De la muchacha no supe más. Y horas más tarde una enfermera le preguntó a la doctora un diagnóstico y ella dijo ‘se trata de un síncope’. Supuse que estaba hablando del mismo señor de la silla de ruedas.
En la sala de espera también estaba un celador, como de unos 1.40 m de altura, robusto, que había llegado cogiéndose la cabeza a dos manos y no podía siquiera levantarla. Lo llamaron al Triage y cuando salió se sentó a esperar que un médico lo llamara, pero se le veía el dolor en su rostro.
Afortunadamente le dieron prioridad y más tarde lo vi, en la sala de observación, con líquidos puestos. Supuse que se podría tratar de una migraña y lo consideré. Estaba más tranquilo, pero se le notaba que aún le dolía.
En el pasillo, en una camilla, estaba otro hombre, a quien acariciaba con ternura su hijo, un joven de unos 20 años, quien no se separó de allí sino hasta que llegó una familiar. Y aún así, desde la puerta, miraba hacia adentro tratando en todo momento de ver a su papá, quien tenía una herida en el cuello que ya había sido atendida.
Por un pasillo interno, frente a los consultorios, se paseaba también una doctora, en uniforme azul, que parecía no tener qué hacer y se acicalaba el pelo, se lo ponía a un lado o al otro del hombro, entraba y salía y de vez en cuando se le veía en el consultorio de Triage, llamando pacientes para determinar su prioridad. La última vez que la vi estaba con otra doctora, sentada en posición de chisme, aunque no puedo decir que estuviera haciendo eso. De pronto estaban hablando de un paciente.
Mientras esperaba a que me dieran los resultados de un examen, frente a mí un señor ‘gallinaceaba’ a una joven que conocía y que había llegado allí por aparte, acompañando a una familiar que traía a un enfermo desde Tibú. Le preguntaba de todo, hasta le compró café, y parecía haber olvidado el estado de uno de sus pies, por el que venía a urgencias, y que lo había obligado a andar en chancletas.
En esas llegó una señora que apenas podía andar. Un familiar, frente a ella, la tomaba de los brazos, y caminaba hacia atrás, para llevarla donde el médico. Varias personas más caminaban así, aunque menos atrofiadas. Y en Cúcuta ya, cuando ven a alguien caminando casi como un zombi, dicen ‘ahí va otro con chikunguña’.
Lo que sí escuché sin querer fue el estado de una abuela que llegó, traída de emergencia por una pareja. Atrás mío había dos escritorios, encerrados por una cortina, habilitados como consultorios alternativos de Triage, por lo que se escuchaban todas las consultas. Allí la llevaron. Tenía un fuerte dolor de estómago, que la había hecho desmayarse en su casa. Cuando me fui, estaba esperando a que la atendiera el médico.
Cuando caminaba hacia un consultorio, delante de mí iban llevando a una anciana que se había roto la cabeza y seguramente necesitaba de una sutura.
Pasadas las seis de la tarde (yo había llegado hacia el mediodía), la doctora me dio mis resultados y unas drogas y me fui de allí, cojeando, pero dándole gracias a Dios porque en realidad las dolencias que tenemos muchos no son graves.
Pensaba en cómo nos quejamos por dolorcitos que finalmente pasarán, mientras en las salas de urgencias otros viven sus propios y verdaderos dramas.
Y en la calle, viendo a la gente ir de un lado a otro, me preguntaba si todos ellos son conscientes del valor inmenso de la salud que tienen.
@VargasGalvis