Algunos de los deportados hablan frente al Centro de Migraciones de Cúcuta (Foto Jean Carlo Estupiñán/Q’hubo).

Imagínese que usted va por una calle y lo requiere la policía o el Ejército. Usted muestra sus papeles pero hay alguno que no está en regla. O llega donde las autoridades de migración a renovar su permiso y no lo dejan. De inmediato le quitan los documentos, le exigen que entregue el celular, le revisan todo lo que tiene, hasta el dinero, y se lo quitan, lo suben en un vehículo y se lo llevan a un sitio en el que no tiene siquiera posibilidad de llamar a su familia para decir que está allí en ese problema.

Al lugar donde usted se encuentra empiezan a llegar más personas, en las mismas condiciones. Pasan un día, dos, y ni siquiera le dan un vaso de agua. No le dicen qué pasa y a cualquier pregunta que usted haga le contestan como a un delincuente.

Pasan más días y en algún momento lo suben en un bus y lo sacan del país, reseñándolo en migración como una persona que no puede regresar.

Su esposa y sus hijos no saben nada. Solo empiezan a indagar por usted y nadie les dice nada. Han quedado solos, sin saber de su suerte y de la de ellos mismos, porque usted es el que responde por el hogar.

Pueden pasar muchos días y usted por dentro tiene la desesperación de qué va a pasar con ellos. Por lo que vaya a pasar con usted de pronto no se preocupa tanto, porque ya sabe que lo han declarado una persona que no merece vivir en ese país y lo devuelven al suyo. Sin un peso, con la estima en los pies y con el hambre que le carcome los intestinos. Pero su mente está en qué va a ser de la vida suya y la de los suyos en adelante.

Eso es lo que está pasando con los colombianos que, cada día más, está deportando Venezuela por todas las fronteras y que ya suman 1.723 hasta el 15 de abril de este año, y que según autoridades de migración ya llegan a 2000 contando los otros días, una cifra muy superior a la de todo el año 2014, cuando se deportaron 1.772 personas, según datos de la Cancillería suministrados al periodista Jean Carlo Estupiñán de Q´hubo Cúcuta.

Los números son números. Son irracionales. Pero estamos hablando de personas que de un día para otro ven que se vida cambió rotundamente y que deben empezar de nuevo.

En Cúcuta hay un Centro de Migraciones, que es para los deportados algo así como el abrazo de Colombia cuando llegan a su territorio. Don Segundo, que se encarga de suministrarles lo que necesitan, trata de hacer lo que más puede para que cuando lleguen allí, por lo menos se sientan en casa.

Nos mostró hasta cómo hay unas piezas con camarotes, en donde dejan a las familias cuando vienen juntas, para no separarlas. Para que la pasen mejor mientras llega la pequeña ayuda de la cancillería.

Allí los resguardan unos días, mientras la cancillería hace los trámites para darles el dinero necesario para que se regresen a sus ciudades de origen en Colombia.

Pero se encuentra uno con el caso, por ejemplo, de ese señor que lo llevaron a los dos años a Venezuela y hoy, 39 años después, lo sacan del país y pierde todo lo que ha construido en su vida.

“No tengo familia en Colombia. No conozco a nadie. No sé qué voy a hacer. Conseguí un trabajito en el que me van a dar 250.000 pesos, pero… ¿Y después? ¿Qué hago? ¿Para dónde me voy? ¿Cómo recupero a mi familia?, se pregunta.

El Centro de migraciones estaba lleno de gente, pero más que de ello, de incertidumbre. ‘Me dan un pasaje para Cali, pero ¿qué voy a hacer allá?, se preguntaba uno de ellos.

Un hombre, que estaba con su hija, no sabía qué iba a ser de la vida de los dos. Se le veía tranquilo, pero la procesión iba por dentro.

Ese drama lo vivían los demás, los que llegaron antes y después, que agradecen al Centro de migraciones que les dio comida y techo, pero se preguntan por qué el Gobierno no hace algo con ellos, por qué no los auxilia, por qué no les ayuda a buscar un empleo, por qué no les ayuda a recuperar a sus familias que se quedaron en el país vecino desamparados.

La policía venezolana hace redadas en centros comerciales, en calles y parques, al punto que tenemos a miles de colombianos en Venezuela a los que les da miedo siquiera salir de su casa sin saber si van a poder regresar.

Unos de ellos nunca renovaron sus permisos y muchos de ellos fueron a hacer el trámite en el momento en que les correspondía, pero les quitaron los documentos y los empezaron a tratar como delincuentes, hasta que los deportaron. Ahora, los colombianos allí temen siquiera ir a renovar sus permisos cuando lo tienen que hacer, porque ya allí no vale sino la ley Maduro, que parece ser la de deshacerse de los colombianos.

La pregunta es entonces ¿quién defiende a los colombianos en Venezuela? ¿Quién los va a ayudar cuando sus vidas quedan destruidas con una deportación? Por más que Venezuela sea un aliado para la paz, Colombia debe levantar su voz, fuerte, sonora y enérgica, para exigir respeto por los nuestros. Y debe iniciar una labor humanitaria verdadera en la que no solo se les dé un pasaje a los deportados para que se vayan a una ciudad colombiana sin un futuro definido, sino que les ayude a recuperar a sus familias, a recomponer sus vidas.

Necesitamos menos diplomacia con Venezuela y más acciones con los nuestros, que están sufriendo, que de un día para otro se quedan sin nada.

¿Será que el Gobierno tiene los cojones para hacerlo? ¿Usted qué opina?