Disculpen que arranque con un asunto personal, pero es lo que creo que puede estar pasando. Cuando regresé a trabajar en Colprensa, hace varias décadas, recuerdo que entré y me sentí como si fuera el primer día de escuela. Temía incluso hablar con quienes habían sido mis compañeros, pese a que los había seguido frecuentando. Y muchos de ellos eran mis amigos.

Subí las escaleras como un niño chiquito imaginándome que me iba a encontrar a unos monstruos que iban a acabar conmigo. Monstruos del periodismo. Y me preguntaba si podía hacerlo. ¿Podría volver a coger el ritmo que en mi época de estudiante tenía en la agencia y que me hizo ganar prestigio allí? ¿Qué tal si no podía a escribir igual? ¿Qué tal si, por unos cuantos años solo en Promec Televisión me hubiera alejado de la realidad? ¿Qué tal que no fuera capaz?

Cuando llegué me encontré con la mayoría de ellos conocidos, que se alegraban de que volviera y me daban ánimo y de otros que no conocía y para quienes de pronto no significaba nada.

Volví a escribir sobre espectáculos, pero veía a mis colegas de los otros periódicos, muy cercanos a mí, como si me hubieran llevado años de ventaja y como si yo hasta ahora estuviera en el punto de partida.

Como los jefes me conocían, la primera semana me dejaron la edición nocturna. ¡Edición nocturna! No. Por favor, no. No me siento preparado para arrancar con la responsabilidad de la Agencia en la noche, decía yo.

Pero me tocó. Me sentía como si me lanzaran a una piscina sin saber nadar. A pesar de que ya hubiera nadado. Y estuve muy, muy inseguro. A pesar de saber, en el fondo, que lo podía hacer.

Me apoyaron y salí adelante. Y fui tomando seguridad. Luego, las cosas se hicieron muy fáciles y me sentí nadando como un pez. Pero porque no tenía los ojos de todo el mundo encima de mí. No tenía esa presión de quienes dijeran ‘usted no es capaz’ o ‘está mal’. No tenía a un país encima de mío pendiente de cada paso que diera. Porque si así hubiera sido, de pronto ese paso se hubiera demorado muchísimo más.

No me estoy comparando con Radamel Falcao. Ni más faltaba. Pero desde esa perspectiva lo entiendo y pienso saber por lo que pudiera estar pasando.

Se lesionó y se perdió el mundial. Luego lo contratan en una de las negociaciones más grandes que se hayan hecho. Y ya ese solo factor juega en su contra. A pesar de que no se hubiera recuperado del todo, cualquier persona pensaría en ese momento que tenía que exigirse al máximo, por lo menos para compensar lo que pagaron por él. Pero con un agravante: toda una hinchada estaba esperando su rugido. Y de pronto no estaba preparado para darlo aún.

Se siguió exigiendo y salió a jugar, cuando se lo permitían, pero estoy seguro que lo hizo con el inmenso miedo de que fallara. Con el peso en los hombros de un contrato inmenso, de una hinchada que esperaba mucho de él, con las ganas de dar lo máximo, pero con pánico escénico. Y eso ya juega en contra de él. Luego se encontró con un entrenador que lo despreció. No lo apoyó. No lo llevó poco a poco. Solo exigió y demostró su poderío.

Llegó Falcao a la Selección, a su casa, en donde se supone entonces que volverá a ser el mismo. Y aún más: que se sacará el clavo de Van Gaal.

Pero es ahí en donde me acuerdo del día que llegué de nuevo a Colprensa y pienso que a Falcao, que es un ser humano, puede estar pasándole lo mismo: debe tener miedo, debe estar ansioso, debe querer recuperar el tiempo perdido. Y con varios agravantes: se quiere sacar el clavo, quiere meter los goles que no ha metido en demasiado tiempo, sabe que muchos de sus compañeros han triunfado en otros equipos y él viene de un infierno, lo que de pronto lo hace sentir mal; sabe que Colombia lo apoya y quiere responderles a los colombianos.

Todo eso se resume en que Falcao debe estar jugando con un yunque encima de sus hombros. Con toda esa presión interna por querer superarse y por la otra, la de cumplirle a su país.

Y él, como todos nosotros, tiene un corazón, tiene unos sentimientos. Y deben dolerle mucho los comentarios de aquellos que dicen que no es el tigre. Y mucho más de quienes empezaron a gritar que lo cambiaran en el último partido. Escuchar a un estadio gritar Jackson, debe ser como un shock eléctrico que lo paraliza. Y ser sacado del juego debe ser muy desmoralizante. Por más que hubiera que hacerlo.

Pero Falcao sigue luchando. ‘No está muerto el que lucha’ escribió en un reciente tuit. Por eso es que hoy les pido que abracemos a Falcao, a ese hombre que nos dio glorias, a ese hombre que hoy necesita estar tranquilo para ser quien es. A ese hombre que no está acabado, que es un crack y que solo necesita que en los estadios gritemos a pulmón entero ¡Falcao! ¡Falcao!

Hagámoslo. Apoyémoslo y nos daremos cuenta de que valdrá la pena. Porque se cogerá confianza y nos llevará al triunfo total. ¡Que viva Falcao!

Twitter:@VargasGalvis